La fatiga que muchos experimentamos al acercarnos al final del año no es una simple invención de nuestra mente agotada, sino una realidad palpable que tiene raíces más profundas de lo que solemos imaginar. Ese lastre que nos impide rendir al máximo, disfrutar de los pequeños momentos o, simplemente, levantarnos de la cama con energía, es una señal de que algo en nuestro organismo podría no estar funcionando a pleno rendimiento. No se trata solo de las comilonas navideñas o del estrés acumulado, sino de un posible desequilibrio interno que merece nuestra atención.
A menudo, achacamos este estado a la presión laboral, a las obligaciones familiares o al inevitable ciclo de las estaciones, pero la verdad es que nuestro cuerpo podría estar enviándonos mensajes cifrados sobre carencias nutricionales o disfunciones que, si se ignoran, pueden cronificar ese cansancio y afectar seriamente nuestra calidad de vida. Comprender las causas subyacentes de esta fatiga es el primer paso para recuperar esa vitalidad perdida y afrontar los retos con una perspectiva renovada, algo crucial cuando el calendario parece pesar más que nunca.
4EL PLATO Y LA ALMOHADA: TUS GRANDES ALIADOS PARA VENCER LA FATIGA PERSISTENTE

Una dieta equilibrada es la piedra angular para combatir la fatiga y mantener unos niveles de energía óptimos. Más allá de asegurar el aporte de vitaminas y minerales específicos, es fundamental proporcionar al organismo una variedad de nutrientes que trabajen en sinergia; una alimentación rica en frutas, verduras, proteínas magras y granos integrales proporciona el combustible de calidad que nuestras células necesitan para funcionar correctamente. Evitar los alimentos ultraprocesados, ricos en azúcares simples y grasas saturadas, también es clave, ya que pueden provocar picos y caídas bruscas de energía.
Junto a una buena alimentación, un descanso reparador es absolutamente imprescindible para recargar pilas y hacer frente a la fatiga. No se trata solo de dormir un número determinado de horas, sino de asegurar la calidad del sueño; un descanso nocturno de entre siete y nueve horas, profundo y sin interrupciones, permite que el cuerpo y la mente se reparen y regeneren. Establecer una rutina de sueño regular, crear un ambiente propicio para el descanso y evitar estimulantes antes de acostarse son hábitos que marcan una gran diferencia.