Soy nutricionista y si me preguntan por un enemigo silencioso que acecha en nuestra dieta diaria, a menudo la gente piensa en el azúcar, pero hay otro «veneno blanco» mucho más extendido, agazapado en alimentos que consideramos básicos, que está minando la salud de muchas personas sin que se den cuenta. Este componente omnipresente, alejado de la dulzura evidente, ejerce un impacto sigiloso pero profundo en nuestro organismo, contribuyendo a problemas crónicos que a menudo atribuimos a otras causas o simplemente al paso del tiempo.
Este saboteador nutricional se camufla en la apariencia inofensiva de productos que consumimos a primera hora de la mañana, en el almuerzo o la cena, convirtiéndose en una fuente constante de desequilibrio interno que pasa desapercibida para la gran mayoría. Es hora de poner nombre y apellidos a este agente encubierto que, día tras día, deposita pequeñas cargas que, sumadas, representan un peso considerable para nuestro bienestar a largo plazo y conocer por qué, incluso sin ser azúcar, es tan perjudicial.
4OCULTAS EN TODAS PARTES: DETECTANDO A LOS CULPABLES

Uno de los mayores desafíos para evitar este «veneno blanco» es su presencia generalizada en la dieta moderna, a menudo en lugares donde no lo esperaríamos o en alimentos que consideramos básicos y saludables. El pan blanco, omnipresente en la mesa española, es el ejemplo más claro; elaborado casi en su totalidad con harina de trigo refinada, carece de la fibra y los nutrientes del pan integral, convirtiéndose en una fuente principal de carbohidratos de rápida absorción. Lo mismo ocurre con la pasta no integral, las galletas (incluso las supuestamente «digestivas» o «ligeras»), la bollería industrial y artesana, los cereales de desayuno procesados (aunque vengan enriquecidos con vitaminas), y un sinfín de productos preparados y ultraprocesados.
La industria alimentaria utiliza harinas refinadas por su versatilidad, su coste más bajo y su capacidad para crear texturas y sabores que gustan al consumidor, incorporándolas a salsas, sopas de sobre, rebozados, empanados y una multitud de alimentos envasados, haciendo que sea muy difícil escapar a su consumo si no se presta atención a las etiquetas. Esta «invisibilidad» en tantos productos cotidianos es lo que las convierte en un saboteador tan potente y silencioso de la salud, un hecho que cualquier nutricionista resalta al analizar los patrones de consumo de sus pacientes, a menudo sorprendidos al descubrir cuántas veces al día ingieren este tipo de carbohidrato sin ser conscientes de ello. La clave, insiste el nutricionista, está en leer las etiquetas y priorizar los ingredientes integrales.