Soy nutricionista y si me preguntan por un enemigo silencioso que acecha en nuestra dieta diaria, a menudo la gente piensa en el azúcar, pero hay otro «veneno blanco» mucho más extendido, agazapado en alimentos que consideramos básicos, que está minando la salud de muchas personas sin que se den cuenta. Este componente omnipresente, alejado de la dulzura evidente, ejerce un impacto sigiloso pero profundo en nuestro organismo, contribuyendo a problemas crónicos que a menudo atribuimos a otras causas o simplemente al paso del tiempo.
Este saboteador nutricional se camufla en la apariencia inofensiva de productos que consumimos a primera hora de la mañana, en el almuerzo o la cena, convirtiéndose en una fuente constante de desequilibrio interno que pasa desapercibida para la gran mayoría. Es hora de poner nombre y apellidos a este agente encubierto que, día tras día, deposita pequeñas cargas que, sumadas, representan un peso considerable para nuestro bienestar a largo plazo y conocer por qué, incluso sin ser azúcar, es tan perjudicial.
3LA CONEXIÓN CON LA INFLAMACIÓN CRÓNICA: SABOTAJE SILENCIOSO

El consumo habitual de harinas refinadas no solo desestabiliza los niveles de azúcar en sangre, sino que también está estrechamente relacionado con la promoción de la inflamación crónica de bajo grado en el cuerpo. Este tipo de inflamación no es la respuesta aguda y necesaria a una lesión o infección, sino un estado inflamatorio persistente y sistémico que no presenta síntomas evidentes en sus primeras etapas, actuando como un caldo de cultivo para numerosas enfermedades degenerativas y crónicas a largo plazo. Los picos de glucosa recurrentes y los altos niveles de insulina asociados al consumo de estos productos contribuyen directamente a activar vías inflamatorias en el organismo, según señalan múltiples estudios y confirma la práctica de cualquier nutricionista.
Además de los efectos directos de la glucosa elevada y la insulina, las harinas refinadas, al carecer de la fibra y los micronutrientes presentes en los granos integrales, no aportan los compuestos antiinflamatorios y antioxidantes necesarios para contrarrestar estos procesos, dejando al cuerpo más vulnerable a los daños. La ausencia de fibra también altera la composición de la microbiota intestinal, favoreciendo el crecimiento de bacterias menos beneficiosas que pueden aumentar la permeabilidad intestinal y contribuir a la inflamación sistémica, agravando aún más el problema. Es un círculo vicioso que el nutricionista busca romper promoviendo una dieta rica en alimentos que nutran una microbiota sana y proporcionen compuestos antiinflamatorios naturales, precisamente lo contrario a lo que ofrecen las harinas refinadas.