Soy nutricionista y si me preguntan por un enemigo silencioso que acecha en nuestra dieta diaria, a menudo la gente piensa en el azúcar, pero hay otro «veneno blanco» mucho más extendido, agazapado en alimentos que consideramos básicos, que está minando la salud de muchas personas sin que se den cuenta. Este componente omnipresente, alejado de la dulzura evidente, ejerce un impacto sigiloso pero profundo en nuestro organismo, contribuyendo a problemas crónicos que a menudo atribuimos a otras causas o simplemente al paso del tiempo.
Este saboteador nutricional se camufla en la apariencia inofensiva de productos que consumimos a primera hora de la mañana, en el almuerzo o la cena, convirtiéndose en una fuente constante de desequilibrio interno que pasa desapercibida para la gran mayoría. Es hora de poner nombre y apellidos a este agente encubierto que, día tras día, deposita pequeñas cargas que, sumadas, representan un peso considerable para nuestro bienestar a largo plazo y conocer por qué, incluso sin ser azúcar, es tan perjudicial.
2LA MONTAÑA RUSA GLUCÉMICA: COMBUSTIBLE INSTANTÁNEO, CAÍDA VERTIGINOSA

El impacto más inmediato y significativo de las harinas refinadas en el organismo es su alto índice glucémico. Esto significa que, tras su ingesta, la glucosa procedente de su rápida digestión pasa a la sangre de forma muy veloz, provocando un pico de azúcar que el cuerpo debe gestionar rápidamente para evitar daños en los tejidos y órganos, especialmente en vasos sanguíneos y nervios. Para ello, el páncreas libera una cantidad considerable de insulina, la hormona encargada de retirar el exceso de glucosa de la sangre y almacenarla, principalmente en forma de glucógeno en el hígado y músculos, o como grasa. Este ciclo de picos y caídas es fundamental para entender por qué un nutricionista pone tanto énfasis en controlar el consumo de estos productos.
El problema reside en que, tras este pico de glucosa y la posterior respuesta de insulina, los niveles de azúcar en sangre tienden a caer bruscamente, a menudo por debajo de los niveles óptimos, generando una sensación de fatiga, debilidad, irritabilidad y, lo que es más contraproducente, un deseo irrefrenable de volver a comer, especialmente alimentos ricos en carbohidratos de rápida absorción, perpetuando así un ciclo de dependencia y descontrol. Esta montaña rusa glucémica constante a lo largo del día no solo afecta a nuestro estado de ánimo y niveles de energía, sino que somete al páncreas a un estrés continuo, aumentando el riesgo de desarrollar resistencia a la insulina, prediabetes y, eventualmente, diabetes tipo 2, un panorama que todo nutricionista intenta evitar en sus pacientes.