Soy nutricionista y si me preguntan por un enemigo silencioso que acecha en nuestra dieta diaria, a menudo la gente piensa en el azúcar, pero hay otro «veneno blanco» mucho más extendido, agazapado en alimentos que consideramos básicos, que está minando la salud de muchas personas sin que se den cuenta. Este componente omnipresente, alejado de la dulzura evidente, ejerce un impacto sigiloso pero profundo en nuestro organismo, contribuyendo a problemas crónicos que a menudo atribuimos a otras causas o simplemente al paso del tiempo.
Este saboteador nutricional se camufla en la apariencia inofensiva de productos que consumimos a primera hora de la mañana, en el almuerzo o la cena, convirtiéndose en una fuente constante de desequilibrio interno que pasa desapercibida para la gran mayoría. Es hora de poner nombre y apellidos a este agente encubierto que, día tras día, deposita pequeñas cargas que, sumadas, representan un peso considerable para nuestro bienestar a largo plazo y conocer por qué, incluso sin ser azúcar, es tan perjudicial.
1EL «VENENO BLANCO» AL DESCUBIERTO: MÁS ALLÁ DEL AZÚCAR

Cuando hablamos de «veneno blanco», la mente popular se va directamente al azúcar, a los refrescos, a los dulces y la bollería más obvia, pero existe otro componente fundamental en la dieta moderna que comparte ese color y que, según la experiencia de cualquier nutricionista, resulta igualmente problemático por su omnipresencia y su procesamiento agresivo: las harinas refinadas. A diferencia de sus versiones integrales, que conservan el grano completo con su salvado y germen repletos de fibra, vitaminas y minerales, las harinas refinadas han sido despojadas de estas partes vitales durante el proceso de molienda, quedándose únicamente con el endospermo almidonado, un núcleo pobre en nutrientes esenciales y compuesto principalmente por carbohidratos de rápida absorción. Este proceso de refinamiento no solo empobrece nutricionalmente el alimento, sino que altera drásticamente su comportamiento en nuestro cuerpo, convirtiéndolo en un ingrediente propenso a generar picos de glucosa en sangre y otros efectos metabólicos adversos que las versiones integrales evitan o minimizan.
El resultado de consumir harinas refinadas es un producto que, si bien puede ser más suave o tener una textura que agrada al paladar moderno y permite elaboraciones más esponjosas o ligeras, esencialmente se comporta en nuestro organismo de manera muy similar a consumir azúcar puro, aunque su sabor no sea dulce. Es un carbohidrato que carece de la matriz fibrosa necesaria para ralentizar su digestión, lo que significa que una vez ingerido, se descompone rapidísimamente en glucosa, disparando los niveles de azúcar en sangre de forma abrupta y exigiendo al páncreas un sobreesfuerzo para liberar insulina. Esta es la base de muchos de los problemas de salud asociados a su consumo habitual, un mecanismo que un nutricionista conoce bien y advierte sobre él constantemente en consulta.