viernes, 30 mayo 2025

¡Alquimia real! Científicos pillan el truco para convertir plomo en oro, pero hay una pega

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha soñado con la transmutación de los metales, una quimera que prometía riquezas sin fin y el dominio sobre la materia misma. La búsqueda de la fórmula para convertir el plomo en oro ha sido, durante siglos, el santo grial de alquimistas y soñadores, una obsesión que ha alimentado leyendas y consumido incontables esfuerzos en pos de un metal que simboliza poder, pureza y eternidad. Este anhelo, lejos de desvanecerse con el avance del conocimiento, ha pervivido en el imaginario colectivo, transformándose pero nunca desapareciendo del todo, como un eco persistente de una ambición profundamente humana.

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Hoy, en una era dominada por la ciencia y la tecnología más avanzada, ese anhelo ancestral parece haber encontrado una respuesta sorprendente en los confines de la física de partículas, demostrando que la realidad a veces supera a la ficción más audaz. Lo que antes eran retortas humeantes y conjuros susurrados en laboratorios clandestinos, ahora son colisionadores gigantescos y ecuaciones complejas que exploran los secretos más íntimos de la materia, pero la pregunta fundamental persiste con una nueva urgencia: ¿es realmente posible fabricar el preciado metal amarillo a partir de elementos más modestos, y qué implicaciones tendría tal hazaña para nuestra comprensión del universo y, quizás, para la economía global si se superaran ciertos «detalles?

LA FIEBRE DORADA: EL LEGADO IMPERECEDERO DE LA ALQUIMIA

LA FIEBRE DORADA: EL LEGADO IMPERECEDERO DE LA ALQUIMIA
Fuente Pëxels

La alquimia, esa disciplina ancestral a caballo entre la ciencia embrionaria, la filosofía y un toque de misticismo casi esotérico, dedicó gran parte de sus energías y recursos a la transmutación del plomo en el codiciado oro. Este empeño no era solo materialista o una simple búsqueda de enriquecimiento rápido, sino que también representaba una profunda búsqueda de la perfección y la pureza últimas, considerando al oro como el más noble e incorruptible de los metales, un símbolo de la iluminación espiritual y la inmortalidad. Los alquimistas creían que, al transformar la materia, también transformaban el espíritu, en un proceso paralelo de purificación.

Los laboratorios medievales, con sus alambiques de formas extrañas, hornos siempre encendidos y crisoles humeantes, eran el escenario de innumerables y a menudo peligrosos experimentos que, aunque infructuosos en su objetivo principal de obtener oro tangible, sentaron inadvertidamente las bases de la química moderna. La legendaria piedra filosofal, esa sustancia mítica supuestamente capaz de obrar el milagro de la transmutación y conceder la vida eterna, se convirtió en el símbolo máximo de esta incansable y a menudo secreta búsqueda, un objeto de deseo que alimentó la imaginación durante centurias.

DEL CRISOL AL COLISIONADOR: LA CIENCIA REINTERPRETA EL SUEÑO DEL ORO

Con el advenimiento de la Ilustración y el método científico, la alquimia fue progresivamente desacreditada como una pseudociencia, aunque su fascinación por la transformación de la materia nunca desapareció del todo, simplemente cambió de ropaje. La física nuclear del siglo XX reveló que los elementos no son inmutables, sino que sus núcleos pueden transformarse mediante procesos de fisión o fusión, abriendo teóricamente la puerta a la transmutación artificial, incluyendo la del plomo en oro. Esta revelación cambió para siempre nuestra comprensión de la materia.

Así, el sueño alquímico de obtener oro resurgió, no en oscuros laboratorios medievales, sino en los templos de la ciencia moderna: los aceleradores de partículas, máquinas colosales diseñadas para explorar los componentes fundamentales del universo. El Gran Colisionador de Hadrones (LHC) del CERN, ese gigantesco anillo subterráneo de veintisiete kilómetros de circunferencia situado bajo la frontera franco-suiza, se ha convertido, de forma un tanto inesperada, en el escenario de esta alquimia contemporánea, donde la fuerza bruta de la física sustituye a los antiguos encantamientos.

EL GRAN COLISIONADOR DE HADRONES Y SU MAGIA ATÓMICA: ASÍ NACE EL ORO MODERNO

EL GRAN COLISIONADOR DE HADRONES Y SU MAGIA ATÓMICA: ASÍ NACE EL ORO MODERNO
Fuente Pëxels

En las entrañas del LHC, concretamente en el experimento ALICE (A Large Ion Collider Experiment), se ha logrado lo que ningún alquimista pudo ni soñar: transformar núcleos de plomo en núcleos de oro, un hito confirmado por el propio Centro Europeo de Física de Partículas. Aquí no hay trucos de ilusionismo ni sustancias misteriosas, sino física de partículas llevada a sus extremos más energéticos y precisos. El proceso implica acelerar dos haces de núcleos de plomo en direcciones opuestas a velocidades increíblemente cercanas a la de la luz.

Cuando estos núcleos de plomo, que poseen ochenta y dos protones cada uno, se rozan lateralmente –una colisión frontal directa es extremadamente improbable y no deseada para este fin–, los campos electromagnéticos generados son tan intensos que pueden arrancar protones de los núcleos. Si un núcleo de plomo pierde exactamente tres protones, su número atómico se reduce de ochenta y dos a setenta y nueve, convirtiéndose así, milagrosamente, en un núcleo de oro. Para detectar esta producción atómica tan específica y efímera, se utilizan calorímetros de cero grados, detectores ultrasensibles de una precisión asombrosa.

UN TESORO EFÍMERO: LA CRUDA REALIDAD DEL ORO FABRICADO EN EL SIGLO XXI

Antes de que la imaginación vuele y nos veamos recogiendo lingotes de oro recién salidos del colisionador, es crucial aterrizar en la realidad y entender la «pega» monumental de este logro científico. Entre 2015 y 2018, los datos indican que el LHC produjo unos ochenta y seis mil millones de núcleos de oro de esta manera, una cifra que suena astronómica pero que en términos de masa es irrisoria. Todo ese oro, en conjunto, equivale a unas veintinueve millonésimas de millonésima de gramo, una cantidad tan minúscula que desafía la percepción.

Pero la decepción no acaba ahí, ya que este oro recién creado es extraordinariamente fugaz; los núcleos generados son altamente inestables y se desintegran casi instantáneamente, chocando entre ellos o fragmentándose en protones, neutrones y otras partículas subatómicas. «Los núcleos de oro emergen de la colisión con una energía muy elevada y golpean el tubo del haz del LHC o los colimadores en varios puntos aguas abajo, donde se fragmentan inmediatamente«, explica la organización científica, añadiendo que «el oro sólo existe durante una pequeña fracción de segundo».

LA VICTORIA SIMBÓLICA: CUANDO LA CIENCIA ALCANZA LA QUIMERA DEL ORO

LA VICTORIA SIMBÓLICA: CUANDO LA CIENCIA ALCANZA LA QUIMERA DEL ORO
Fuente Pëxels

El equipo responsable de este hito científico lo resume con una claridad meridiana: «Técnicamente, el sueño es una realidad, pero hacerse rico de esta manera sigue siendo una quimera inalcanzable». Durante siglos, los alquimistas buscaron la piedra filosofal, convencidos de que el oro era la forma más perfecta y pura de la materia, la culminación de un proceso de purificación universal. Hoy, con una lógica y una estética completamente diferentes, la ciencia ha replicado ese proceso con un éxito innegable a nivel fundamental.

Este oro, sin embargo, no sirve para fabricar joyas deslumbrantes, ni para acuñar monedas conmemorativas, ni mucho menos para llenar las arcas de ningún banco central; es, más bien, un poderoso símbolo del ingenio humano y de nuestra incansable curiosidad. Demuestra que la intuición de los antiguos sobre la transformabilidad de la materia no era del todo una locura, solo les faltaba la herramienta adecuada: un colosal acelerador de partículas, y una comprensión profunda de las fuerzas que gobiernan el universo a su escala más diminuta.


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