La reciente decisión de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) de conceder su premio honorífico a Fernando Ónega ha pasado inadvertido para el gran público pese a la banalización del pasado franquista en España que este hecho supone.
Resulta profundamente inquietante que, en pleno 2025, en una democracia que aspira a ser madura, se premie a quien fue jefe de prensa de la Guardia del dictador fascista Francisco Franco y subdirector de Arriba, el diario oficial de la dictadura franquista, con un galardón que pretende reconocer una trayectoria ejemplar en el campo del periodismo. Este gesto, más allá de lo simbólico, es un síntoma revelador de una democracia que aún convive cómodamente con los cómplices del autoritarismo.
Imaginemos por un momento que en Italia, que no está para echar cohetes en el campo democrático, una asociación de periodistas otorgara un premio honorífico a un antiguo jefe de prensa de la Guardia de Benito Mussolini. La reacción sería inmediata y contundente. Buena parte de la prensa, algunos partidos políticos democráticos y un nutrido grupo de la sociedad civil levantarían la voz contra una decisión así, por incompatible con la memoria histórica.
En España, sin embargo, no solo no se produce esa reacción generalizada, algunos no están y otros no se enteran, sino que los máximos representantes del Estado, el rey Felipe VI y la reina Letizia, participaron activamente en la entrega del premio a pesar de decirse defensores de la libertad de prensa.
NO ES UN PERIODISTA CUALQUIERA
Fernando Ónega no es un periodista cualquiera. Su carrera comenzó en los años sesenta del siglo pasado, y cobró notoriedad como subdirector de Arriba, el principal órgano de propaganda del régimen. El gallego no fue una figura marginal ni un joven periodista atrapado por las circunstancias. Fue parte activa y relevante de un aparato mediático que justificaba la perpetuación de una dictadura que duró casi cuatro décadas.
Después, con la llegada de la democracia, el periodista supo adaptarse a los nuevos tiempos, se convirtió en el escriba del Gobierno de Adolfo Suárez («puedo prometer y prometo») y durante décadas ha gozado de una constante presencia en los medios de comunicación.
Felipe VI dijo durante la ceremonia que Ónega ha sido «el gran dudador del reino». Pero no hay tal duda en su trayectoria: Ónega siempre se ha alineado con el que manda. Lo hizo con Francisco Franco y lo hizo con Adolfo Suárez, Juan Carlos de Borbón, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Jordi Pujol, y hasta con Rodrigo Rato, a quien incluso llegó a elogiar tras su caída a los infiernos.

Esa lealtad al poder (no al pueblo, ni a la verdad, ni al periodismo independiente) es lo que se premia ahora. Que esta decisión venga de la APM tampoco debería sorprender. Este colectivo lleva años actuando con un sesgo notorio en favor de los sectores más conservadores de la prensa, ignorando a menudo las amenazas reales a la libertad de expresión que vienen de entornos reaccionarios.
El hecho de que Felipe de Borbón y Letizia Ortiz participaran en la entrega del premio tampoco no es anecdótico. Añade una capa más de gravedad institucional a un acto que debería haber generado escándalo nacional.
Que el jefe del Estado entregue un premio a un periodista tan ligado a la prensa franquista, sin mención alguna a esa parte de su biografía, sin una sola palabra crítica sobre su papel en la maquinaria del régimen anterior, es un acto de banalización del autoritarismo por parte de la monarquía borbónica, casi siempre alérgica al periodismo libre. Es, también, una falta de respeto a las víctimas del régimen que tuvo como heredero político al padre del actual jefe del Estado.
El premio al periodista que el 21 de noviembre de 1975 firmó el artículo «Así mueren, Europa, los grandes de la civilización» en honor de Franco no es un gesto inocente, ni un simple reconocimiento personal.
Es un síntoma de la falta de revisión crítica del pasado franquista, de la connivencia institucional con figuras manchadas con una dictadura, y de la deriva complaciente de ciertas élites periodísticas con la parte más oscura de la historia de España.