La resaca emocional y física de la reciente pandemia de COVID-19 aún perdura en la memoria colectiva, una experiencia que nos hizo tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad ante amenazas sanitarias globales de un modo que pocos imaginaban posible. Pero cuando creíamos que el principal frente de batalla estaría siempre protagonizado por virus emergentes, la OMS nos obliga a girar la mirada hacia un horizonte diferente, uno donde los enemigos son más difusos pero igualmente, o incluso más, peligrosos a largo plazo, tejiendo una red de riesgos que ya está impactando nuestra salud de formas que apenas empezamos a comprender.
Se trata de una advertencia que va más allá del típico patógeno infeccioso que salta de una especie a otra y desencadena una crisis sanitaria aguda y visible. Estamos ante un conjunto de fenómenos, algunos larvados durante décadas, que están convergiendo para crear un escenario de «pandemia» crónica y multifactorial, una amenaza que no se combate con una simple vacuna o un confinamiento, sino con un cambio profundo en nuestra manera de vivir, de producir y de relacionarnos con el planeta. La inquietud que transmiten los expertos no es baladí, pues nos enfrentamos a desafíos que requieren una respuesta coordinada y sostenida en el tiempo, una maratón en lugar de un sprint, si queremos evitar que el futuro nos depare un estado de enfermedad casi permanente.
2SUPERBACTERIAS AL ACECHO: CUANDO LOS ANTIBIÓTICOS DEJAN DE FUNCIONAR SEGÚN LA OMS

Uno de los fantasmas más temidos por la comunidad científica y sanitaria es, sin duda, la creciente resistencia a los antimicrobianos, un fenómeno que amenaza con devolvernos a una era preantibiótica donde una simple infección podía ser mortal. El uso excesivo e inapropiado de antibióticos tanto en medicina humana como en veterinaria y agricultura ha acelerado la aparición de superbacterias, microorganismos que han aprendido a evadir la acción de los fármacos diseñados para combatirlos, y la OMS considera esta crisis silenciosa como una de las diez principales amenazas para la salud pública mundial, con el potencial de causar millones de muertes anuales si no se toman medidas drásticas y urgentes.
Las implicaciones de un mundo donde los antibióticos pierden su eficacia son escalofriantes y difíciles de asimilar en su totalidad, pues no solo las infecciones comunes como la neumonía o la tuberculosis se volverían intratables, sino que procedimientos médicos rutinarios como las cirugías, los trasplantes de órganos o incluso los partos se convertirían en intervenciones de altísimo riesgo debido a la imposibilidad de prevenir o tratar las infecciones postoperatorias. Este escenario pondría en jaque los cimientos de la medicina moderna, aumentando la mortalidad, prolongando las estancias hospitalarias y disparando los costes sanitarios a niveles insostenibles, afectando desproporcionadamente a los países con menos recursos pero sin dejar indemne a ninguna nación.