La resaca emocional y física de la reciente pandemia de COVID-19 aún perdura en la memoria colectiva, una experiencia que nos hizo tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad ante amenazas sanitarias globales de un modo que pocos imaginaban posible. Pero cuando creíamos que el principal frente de batalla estaría siempre protagonizado por virus emergentes, la OMS nos obliga a girar la mirada hacia un horizonte diferente, uno donde los enemigos son más difusos pero igualmente, o incluso más, peligrosos a largo plazo, tejiendo una red de riesgos que ya está impactando nuestra salud de formas que apenas empezamos a comprender.
Se trata de una advertencia que va más allá del típico patógeno infeccioso que salta de una especie a otra y desencadena una crisis sanitaria aguda y visible. Estamos ante un conjunto de fenómenos, algunos larvados durante décadas, que están convergiendo para crear un escenario de «pandemia» crónica y multifactorial, una amenaza que no se combate con una simple vacuna o un confinamiento, sino con un cambio profundo en nuestra manera de vivir, de producir y de relacionarnos con el planeta. La inquietud que transmiten los expertos no es baladí, pues nos enfrentamos a desafíos que requieren una respuesta coordinada y sostenida en el tiempo, una maratón en lugar de un sprint, si queremos evitar que el futuro nos depare un estado de enfermedad casi permanente.
1ALGO MÁS QUE VIRUS: LA AMENAZA SILENCIOSA QUE PREOCUPA A LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD

Hemos pasado los últimos años obsesionados, y con razón, con la virología, escudriñando cada nueva variante y esperando con ansia los avances científicos que nos protegieran de la siguiente oleada infecciosa. Sin embargo, este enfoque casi exclusivo en los agentes virales ha podido desviar la atención de otros frentes igualmente críticos para la salud pública global, frentes sobre los que la OMS lleva tiempo alertando con creciente preocupación, indicando que las mayores amenazas futuras podrían no tener el rostro de un virus desconocido, sino el de problemas que hemos estado gestando nosotros mismos durante mucho tiempo y cuyas consecuencias apenas empezamos a vislumbrar en toda su magnitud.
La naturaleza de estas nuevas «pandemias» es radicalmente distinta a lo que hemos experimentado recientemente, ya que no se trata de una enfermedad que explota y se extiende con rapidez, sino de un deterioro progresivo y silencioso de la salud a escala planetaria, impulsado por factores como la resistencia a los medicamentos, la crisis climática y el auge imparable de las enfermedades no transmisibles. Son amenazas que, aunque no generen titulares tan explosivos como un brote epidémico, tienen el potencial de erosionar nuestros sistemas sanitarios y nuestra calidad de vida de forma mucho más profunda y persistente, obligándonos a replantearnos por completo nuestras estrategias de prevención y respuesta ante los desafíos sanitarios del siglo XXI.