La preocupación por las arrugas es casi tan antigua como el ser humano, una batalla constante contra el paso del tiempo que se libra en muchos frentes, y uno de ellos, sorprendentemente, es nuestra propia cama. Resulta que la forma en que decidimos dormir cada noche podría estar añadiendo líneas de expresión a nuestro rostro sin que apenas nos demos cuenta, convirtiendo nuestro descanso en un aliado inesperado del envejecimiento cutáneo si no tomamos ciertas precauciones.
Piénsalo bien: pasamos aproximadamente un tercio de nuestra vida con la cabeza apoyada en la almohada, un tiempo considerable durante el cual la piel puede sufrir presiones y fricciones que, noche tras noche, van dejando su huella. La buena noticia es que, al igual que elegimos cremas y tratamientos, también podemos elegir cómo dormir para minimizar este impacto, y descubrir ese pequeño truco puede marcar una gran diferencia al mirarnos al espejo cada mañana, buscando esa anhelada piel lisa y descansada.
1EL ROSTRO CONTRA LA ALMOHADA, UN ENEMIGO SILENCIOSO

Cuando apoyamos la cara contra la almohada, especialmente si lo hacemos boca abajo o de lado con fuerza, estamos sometiendo a nuestra piel a una presión constante durante horas. Esta compresión, mantenida noche tras noche, puede dar lugar a lo que se conoce como arrugas del sueño o arrugas por compresión, que son distintas de las arrugas de expresión causadas por el movimiento muscular repetitivo, como fruncir el ceño o sonreír, y se forman debido a la distorsión mecánica de la piel al dormir.
Estas marcas suelen aparecer en la frente, las mejillas y alrededor de los ojos, dependiendo de la postura predominante al dormir y de cómo se pliegue la piel contra la superficie de descanso. Inicialmente, pueden ser líneas superficiales que desaparecen poco después de levantarnos, pero con el tiempo y la pérdida progresiva de colágeno y elastina, estas arrugas pueden volverse más profundas y permanentes, convirtiéndose en un recordatorio constante de esas noches de presión facial.