viernes, 23 mayo 2025

‘La Promesa’: No hay vuelta atrás y Catalina ha decidido abandonar el palacio

La vida en La Promesa resulta un entramado de hilos invisibles que, al moverse, llegan a desvelar las heridas más profundas de sus gentes. Lo que como refugio de aristócratas y sirvientes enredados en la trama del azar llegó a considerarse, un polvorín de emociones. Catalina, la joven cuya existencia se vio trastocada en el momento de conocer su verdadero origen, ha tomado la decisión irreversible de dejar el palacio.

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Su marcha no es solo un hecho de rebeldía, sino un grito en la búsqueda de la libertad de aquel mundo que intentó hacer de ella lo que deseó. De hecho, la desaparición de Eugenia y su regreso culmina con el asombro de Alonso, que sufre el sentimiento de confusión amalgamada con la obsesión.

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LA PARTIDA DE CATALINA

'La Promesa': No hay vuelta atrás y Catalina ha decidido abandonar el palacio
Fuente: RTVE

La confesión de Lisandro fue el desencadenante, pero la decisión de Catalina viene ya fraguándose desde hace tiempo. Al descubrirle a Adriano su origen humilde y la sorprendente paternidad de la joven, no solo desató la furia del duque, sino que también rompió las últimas cadenas que mantenían atada a la joven: «No soy un peón en tu juego», espeta al duque antes de dar la espalda al palacio.

Su marcha no es una derrota, sino una declaración de guerra contra aquel sistema que quiso definirla. Lo que ignora Adriano es que Lisandro no vino a La Promesa por cortesía. Tras su apariencia está la de un estratega, y cada palabra, cada movimiento, lo ha premeditado. Cree tener el control Adriano, pero es solo un actor de una obra que no ha escrito. Mientras tanto, Alonso está completamente ciego por el enigma de Eugenia sin advertir que el verdadero peligro está más cerca de lo que se imagina.

Catalina avanza hacia la nada, pero por primera vez siente que el futuro es suyo. Ya no lo escriben otros. El primer destino de Catalina es la posada del León Rojo, donde una mujer de rostro curtido le atiende con té y silencio. En ese lugar, entre viajeros anónimos, Catalina rompe el sello de una carta que llevaba oculta semanas. La carta pertenece a su madre biológica: una campesina que había jurado salvarla entregándola al palacio.

Las palabras son torpes y sencillas, pero están repletas de amor, y le cuenta una verdad aún más dolorosa que la que creía que debía contarle: su padre biológico no era un noble caído en desgracia, sino un rebelde, o sea, un ejecutado por oponerse al duque. Y en La Promesa, Adriano da la orden de que se la busque, pero no por comprenderla. Lisandro, como siempre en la sombra, observa entre sonrisas.

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«Esa chica vale más viva que muerta», murmura a un criado, sin saber que Alonso le escucha. Catalina, al amanecer, quema su carta y continúa el camino. No lleva tesoros, ni joyas, ni títulos, solo un mechón de pelo de su madre y la certeza de que si quiere sobrevivir, debe encontrar a los que, como ella, lucharon contra el duque.

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