lunes, 7 julio 2025

La OMS declara que esta enfermedad, antes rara, como la nueva plaga del siglo XXI

Vivimos tiempos paradójicos, donde la abundancia en muchos rincones del planeta contrasta con nuevas y silenciosas pandemias que amenazan con desbordar nuestros sistemas sanitarios y mermar la calidad de vida de millones. Mientras la atención global se ha centrado en crisis infecciosas, un enemigo más sigiloso, la obesidad, se ha ido extendiendo hasta el punto de que la OMS la considera uno de los mayores desafíos para la salud pública mundial, una auténtica plaga moderna que no distingue fronteras ni clases sociales, aunque golpea con más saña a los más vulnerables. Este incremento exponencial del sobrepeso y la obesidad ha transformado lo que antes era una preocupación estética o un signo de opulencia en una compleja enfermedad crónica con profundas raíces sociales, económicas y culturales, obligando a una reflexión urgente sobre nuestros hábitos y el entorno que los promueve.

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La magnitud del problema es tal que las cifras se han vuelto escalofriantes, dibujando un panorama desolador si no se toman medidas contundentes y coordinadas. Ya no hablamos de casos aislados o de un problema exclusivo de países desarrollados; la obesidad se ha democratizado de la peor manera posible, afectando a niños, adolescentes y adultos en todas las latitudes. Las consecuencias van mucho más allá del impacto en la báscula, pues esta condición es la antesala de una miríada de patologías graves que comprometen seriamente la salud y suponen una carga económica ingente para las arcas públicas, un desafío que pone a prueba la resiliencia de nuestras sociedades y la capacidad de respuesta de organismos internacionales como la OMS.

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UN DESAFÍO COLECTIVO: ¿HAY RECETA PARA FRENAR LA EPIDEMIA?

Fuente Pexels

Frenar la creciente marea de la obesidad requiere un esfuerzo concertado y multifactorial que involucre a gobiernos, instituciones sanitarias, la industria alimentaria, la comunidad educativa y a la sociedad en su conjunto. Las políticas públicas juegan un papel crucial, a través de medidas como la regulación de la publicidad de alimentos poco saludables dirigida a niños, el fomento de etiquetados nutricionales claros y comprensibles, la promoción de entornos urbanos que faciliten la actividad física o la implementación de impuestos sobre bebidas azucaradas y alimentos ultraprocesados, estrategias que la OMS ha recomendado en diversas ocasiones. Es imperativo crear entornos que hagan de la opción saludable la opción más fácil y accesible para todos los ciudadanos.

No obstante, las estrategias poblacionales deben complementarse con la concienciación y la capacitación individual, sin caer en la culpabilización simplista de quien padece la enfermedad. La educación para la salud desde edades tempranas, la promoción de hábitos de vida activos y una alimentación equilibrada basada en el consumo de productos frescos y mínimamente procesados son pilares fundamentales, y la OMS insiste en ello. Es necesario un cambio cultural profundo que valore la salud por encima de la inmediatez y que entienda la prevención como la mejor inversión posible, no solo para evitar la obesidad, sino para construir una sociedad más sana, equitativa y resiliente ante los desafíos del siglo XXI. La propia OMS reconoce que este es un camino largo y complejo, pero imprescindible.

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