lunes, 19 mayo 2025

La OMS declara que esta enfermedad, antes rara, como la nueva plaga del siglo XXI

Vivimos tiempos paradójicos, donde la abundancia en muchos rincones del planeta contrasta con nuevas y silenciosas pandemias que amenazan con desbordar nuestros sistemas sanitarios y mermar la calidad de vida de millones. Mientras la atención global se ha centrado en crisis infecciosas, un enemigo más sigiloso, la obesidad, se ha ido extendiendo hasta el punto de que la OMS la considera uno de los mayores desafíos para la salud pública mundial, una auténtica plaga moderna que no distingue fronteras ni clases sociales, aunque golpea con más saña a los más vulnerables. Este incremento exponencial del sobrepeso y la obesidad ha transformado lo que antes era una preocupación estética o un signo de opulencia en una compleja enfermedad crónica con profundas raíces sociales, económicas y culturales, obligando a una reflexión urgente sobre nuestros hábitos y el entorno que los promueve.

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La magnitud del problema es tal que las cifras se han vuelto escalofriantes, dibujando un panorama desolador si no se toman medidas contundentes y coordinadas. Ya no hablamos de casos aislados o de un problema exclusivo de países desarrollados; la obesidad se ha democratizado de la peor manera posible, afectando a niños, adolescentes y adultos en todas las latitudes. Las consecuencias van mucho más allá del impacto en la báscula, pues esta condición es la antesala de una miríada de patologías graves que comprometen seriamente la salud y suponen una carga económica ingente para las arcas públicas, un desafío que pone a prueba la resiliencia de nuestras sociedades y la capacidad de respuesta de organismos internacionales como la OMS.

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LA OBESIDAD NO ENTIENDE DE EDADES NI FRONTERAS: UN ENEMIGO SILENCIOSO Y DEMOCRÁTICO

Fuente Pexels

Uno de los aspectos más preocupantes de la actual epidemia de obesidad es su capacidad para infiltrarse en todos los estratos de la sociedad, sin hacer distinciones de edad, género o condición socioeconómica, aunque con matices importantes. Si bien es cierto que afecta a todas las etapas de la vida, el impacto en la infancia y la adolescencia es particularmente desolador, ya que un niño obeso tiene una alta probabilidad de convertirse en un adulto obeso, con todos los riesgos para la salud que ello conlleva. Esta realidad obliga a centrar muchos de los esfuerzos preventivos en las primeras etapas de la vida, donde los hábitos se forman y pueden marcar una diferencia crucial a largo plazo, un mensaje que la OMS reitera constantemente.

Aunque la obesidad no entiende de fronteras geográficas, sí existen factores socioeconómicos que modulan su prevalencia y gravedad, creando una paradoja dolorosa. En los países desarrollados, y también en muchos en vías de desarrollo, son a menudo las poblaciones con menores ingresos y niveles educativos las que presentan tasas más elevadas de obesidad, debido en parte al acceso limitado a alimentos frescos y saludables y a la mayor disponibilidad de productos ultraprocesados baratos y calóricos. Esta desigualdad en la salud refleja problemas estructurales más profundos que van más allá de la elección individual, convirtiendo la lucha contra la obesidad en una cuestión de justicia social.


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