Vivimos tiempos paradójicos, donde la abundancia en muchos rincones del planeta contrasta con nuevas y silenciosas pandemias que amenazan con desbordar nuestros sistemas sanitarios y mermar la calidad de vida de millones. Mientras la atención global se ha centrado en crisis infecciosas, un enemigo más sigiloso, la obesidad, se ha ido extendiendo hasta el punto de que la OMS la considera uno de los mayores desafíos para la salud pública mundial, una auténtica plaga moderna que no distingue fronteras ni clases sociales, aunque golpea con más saña a los más vulnerables. Este incremento exponencial del sobrepeso y la obesidad ha transformado lo que antes era una preocupación estética o un signo de opulencia en una compleja enfermedad crónica con profundas raíces sociales, económicas y culturales, obligando a una reflexión urgente sobre nuestros hábitos y el entorno que los promueve.
La magnitud del problema es tal que las cifras se han vuelto escalofriantes, dibujando un panorama desolador si no se toman medidas contundentes y coordinadas. Ya no hablamos de casos aislados o de un problema exclusivo de países desarrollados; la obesidad se ha democratizado de la peor manera posible, afectando a niños, adolescentes y adultos en todas las latitudes. Las consecuencias van mucho más allá del impacto en la báscula, pues esta condición es la antesala de una miríada de patologías graves que comprometen seriamente la salud y suponen una carga económica ingente para las arcas públicas, un desafío que pone a prueba la resiliencia de nuestras sociedades y la capacidad de respuesta de organismos internacionales como la OMS.
1CUANDO LOS KILOS DE MÁS SE CONVIERTEN EN ALARMA MUNDIAL

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que la corpulencia se asociaba a la buena salud e incluso a una posición social acomodada, un vestigio de épocas donde la escasez era la norma. Sin embargo, el siglo XXI ha volteado esta percepción de manera radical, y lo que antes podía ser un indicativo de prosperidad, hoy se ha convertido en una preocupación sanitaria de primer orden, catalogada como enfermedad por la mayoría de las organizaciones médicas internacionales. La transición ha sido paulatina pero implacable, a medida que la evidencia científica ha ido desvelando la estrecha relación entre el exceso de peso y un sinfín de dolencias que antes no se vinculaban tan directamente, obligando a un cambio de paradigma en la salud pública.
Los datos son contundentes y no dejan lugar a dudas sobre la severidad de esta crisis que algunos expertos no dudan en calificar de pandemia no infecciosa. Según informes recientes de la OMS, cientos de millones de adultos en todo el mundo padecen obesidad, y lo que es aún más alarmante, las cifras de obesidad infantil se han disparado de forma dramática en las últimas décadas, hipotecando la salud de las futuras generaciones. España, lamentablemente, no es ajena a esta tendencia, situándose entre los países europeos con mayores tasas de sobrepeso y obesidad, especialmente entre los más jóvenes, un toque de atención que resuena en despachos ministeriales y consultas médicas por igual.