martes, 13 mayo 2025

Sí, es legal: el aditivo en tu comida que está programado para que necesites más

En el intrincado laberinto de los supermercados modernos, donde los colores brillantes y las promesas de sabor instantáneo nos asaltan desde cada estantería, se esconde una realidad a menudo ignorada por el consumidor apresurado. Hablamos de esos componentes sigilosos que, bajo la apariencia de inocuidad y la bendición de la legalidad, transforman nuestra experiencia gustativa, y no siempre para bien; de hecho, el aditivo en tu comida puede estar influyendo en tus elecciones alimentarias mucho más de lo que imaginas, llevándote a un ciclo de consumo casi imperceptible. La industria alimentaria, en su búsqueda constante por la palatabilidad y la rentabilidad, ha perfeccionado el arte de realzar sabores, pero ¿a qué precio para nuestro paladar y nuestros hábitos?

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La cuestión de fondo no es tanto la legalidad de estos compuestos, que en su mayoría cuentan con el visto bueno de las autoridades sanitarias, sino el efecto acumulativo y la sutileza con la que modulan nuestras preferencias. Muchos de estos potenciadores, con el glutamato monosódico a la cabeza, actúan sobre nuestros receptores gustativos de una manera tan eficaz que nos hacen percibir los alimentos procesados como irresistiblemente sabrosos, una cualidad que puede eclipsar el atractivo de los sabores naturales y menos intensos de los alimentos frescos y sin procesar. Se trata de una ingeniería del sabor que, aunque permitida, plantea interrogantes sobre la autonomía de nuestras decisiones a la hora de comer y la progresiva adaptación de nuestro gusto a perfiles cada vez más artificiales.

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¿AMIGO O ENEMIGO? LA CIENCIA DETRÁS DEL SABOR IRRESISTIBLE

Fuente Pexels

La controversia en torno al glutamato monosódico y otros potenciadores del sabor no es nueva, y la ciencia ha ofrecido argumentos para ambas partes del debate. Por un lado, organismos reguladores como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) han establecido ingestas diarias admisibles (IDA) para este aditivo, considerándolo seguro para el consumo general dentro de dichos límites, basándose en numerosos estudios toxicológicos que no han encontrado evidencias concluyentes de efectos adversos graves a largo plazo en la población general. Desde esta perspectiva, su uso se justifica por su capacidad para mejorar la aceptabilidad de ciertos alimentos y, en algunos casos, incluso para reducir la necesidad de añadir sal.

Sin embargo, una corriente de investigación y numerosos testimonios anecdóticos apuntan a posibles sensibilidades individuales y efectos menos deseables. El conocido «síndrome del restaurante chino», aunque hoy día se considera una asociación simplista y en parte desacreditada, abrió la puerta a la discusión sobre reacciones como dolores de cabeza, sudoración o palpitaciones en algunas personas tras consumir alimentos ricos en este aditivo; más allá de estas reacciones agudas, la preocupación principal radica en cómo su consumo habitual podría estar reconfigurando nuestras preferencias alimentarias desde una edad temprana, fomentando una inclinación por sabores intensos y artificiales y contribuyendo indirectamente al aumento de la obesidad y otros problemas de salud relacionados con una dieta desequilibrada y rica en ultraprocesados.


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