Hay rincones en nuestras ciudades que parecen susurrar historias de otro tiempo, enclaves donde el presente se funde con un pasado palpable y evocador. En el corazón de Madrid, existe un establecimiento que no solo ha visto pasar los siglos, sino que sigue latiendo con la misma vitalidad que en sus inicios, un verdadero testigo de la evolución de la capital. Este lugar no es una mera leyenda urbana ni un cuento de abuelos, sino una realidad tangible que desafía el paso implacable del tiempo, ofreciendo a quien cruza su umbral una experiencia que trasciende lo puramente gastronómico para convertirse en un auténtico viaje a través de la historia.
No hablamos de una simple taberna con solera, ni de un restaurante que haya sabido mantener las formas durante unas cuantas décadas. Nos referimos a un monumento gastronómico, a un espacio que ostenta, con el orgullo que confiere la historia bien vivida, el título de ser el restaurante más antiguo del mundo según el Libro Guinness de los Récords, un faro de tradición en el cambiante panorama de la urbe. Sus muros han sido testigos de confidencias, celebraciones y momentos que han quedado grabados en la memoria colectiva, un legado que sigue vivo gracias a la pasión y el buen hacer de quienes lo custodian.
1LOS CIMIENTOS DE UNA LEYENDA EN MADRID: BOTÍN MADRID

La fascinante crónica de este establecimiento se remonta al año 1725, cuando un cocinero de origen francés llamado Jean Botin decidió, junto a su esposa asturiana, abrir una pequeña posada en la calle Cuchilleros. Esta vía, ya en aquel entonces un hervidero de actividad artesanal y comercial junto a la emblemática Plaza Mayor de Madrid, fue el escenario elegido para dar vida a un proyecto que, sin saberlo, estaba destinado a perdurar. En sus inicios, el local no era un restaurante tal y como lo concebimos hoy, pues la legislación de la época prohibía a las posadas vender comida que no fuera la que los propios huéspedes traían para ser cocinada.
Tras el fallecimiento de los Botin sin descendencia directa, fue un sobrino de la esposa, Cándido Remis, quien se hizo cargo del negocio, y de ahí proviene el nombre «Sobrino de Botín» que todavía hoy adorna su fachada centenaria. Este cambio de titularidad, lejos de suponer una interrupción en su trayectoria, aseguró la continuidad de la esencia del local, que poco a poco comenzó a forjar su leyenda en el entramado social y culinario de la ciudad. La dedicación y el respeto por la tradición fueron las claves para que aquel modesto negocio comenzara a labrarse un nombre entre los habitantes de Madrid y los viajeros que llegaban a la capital.