Madrid se ha subido a la bicicleta con un entusiasmo contagioso, y es que la capital está viviendo una auténtica revolución sobre dos ruedas, una tendencia que transforma el paisaje urbano y promueve una movilidad más sostenible. Sin embargo, esta creciente afición viene acompañada de una sombra que la Dirección General de Tráfico, la DGT, conoce bien: la de las infracciones recurrentes, esas pequeñas o no tan pequeñas transgresiones que, aunque a veces pasen desapercibidas, erosionan la convivencia vial y pueden acarrear sanciones. Parece que el idilio con el pedal viene, en demasiadas ocasiones, con una interpretación muy laxa de las normas de circulación.
No hablamos de despistes aislados ni de novatos desorientados, sino de una preocupante normalización de ciertas conductas antirreglamentarias, esas que pueden acarrear sanciones económicas significativas y que, sorprendentemente, parecen invisibles para muchos. Desde el uso indebido de las aceras hasta el desprecio olímpico por los semáforos, pasando por la ausencia de elementos básicos de seguridad o la distracción tecnológica, el catálogo de «peccata minuta» ciclista es amplio y, lo que es más inquietante, parece gozar de una cierta bula social en las calles madrileñas, pese a los esfuerzos de la DGT por concienciar.
1EL TIMBRE OLVIDADO Y LA ACERA INVADIDA: DOS CLÁSICOS DE LA INFRACCIÓN

Comencemos por lo básico, por ese pequeño pero vital elemento que muchos parecen considerar un mero adorno opcional: el timbre. Su ausencia, o su no utilización, es una de las infracciones más comunes y, aunque pueda parecer menor, la capacidad de advertir de nuestra presencia a peatones y otros vehículos es fundamental para evitar sobresaltos y posibles accidentes. La normativa de la DGT es clara al respecto, exigiendo un dispositivo acústico en condiciones, pero basta un paseo por cualquier carril bici o zona concurrida para constatar que el «ring-ring» es una melodía en vías de extinción, sustituida a menudo por gritos o, simplemente, por el silencio que precede a una maniobra arriesgada.
Paralelamente, la tentación de la acera como vía rápida o refugio del tráfico es otra constante en el comportamiento ciclista madrileño. A pesar de que la ordenanza municipal y las directrices de la DGT lo prohíben salvo en zonas expresamente señalizadas para ello, ver bicicletas sorteando viandantes en espacios peatonales se ha convertido en una estampa demasiado habitual. Las excusas son variadas, desde la inseguridad en la calzada hasta la simple comodidad, pero la realidad es que se invade un espacio ajeno, se genera un riesgo innecesario para los más vulnerables y se contribuye a una imagen negativa del colectivo ciclista que no beneficia a nadie.