domingo, 11 mayo 2025

Max ya ha estrenado su polémica serie sobre la vida de la gran Sara Montiel

El nombre de Sara Montiel sigue resonando con fuerza décadas después de su muerte, y Max volverá a llevarlo a la pantalla. No fue solo una actriz; fue un huracán que revolucionó el cine español y desafió las convenciones de su época. Ahora, Max estrena Súper Sara, una serie documental realizada por Valeria Vegas que pretende irrumpir en los recovecos más secretos y menos conocidos de su vida.

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Con material inédito y oralidades de aquellos que la conocieron, el proyecto no pretende solo repasar su carrera, sino develar a la mujer detrás del icono: María Antonia Abad Fernández, la niña de Campo de Criptana que conquistó Hollywood.

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SARA MONTIEL, ICONO QUEER

Max ya ha estrenado su polémica serie sobre la vida de la gran Sara Montiel
Fuente: RTVE

Hasta que la palabra “icono” fue utilizada con total ligereza, Sara Montiel ya lo había sido. Su propia impronta trasciende lo estrictamente cinematográfico: sigue siendo un referente ineludible para la comunidad homosexual. Artistas drag como las Supremme Deluxe, Sharonne, o Samantha Ballentines aparecen en el documental recuperando su legado. Montiel fue al mismo tiempo una feminidad caricaturizada, algo que le otorgó la oportunidad de convertirse en el referente de quienes quebraban los géneros allí donde se encontraban.

Su propio look -turbantes, joyas estridentes, miradas cargadas de misterio, entre otros- fue imitado por generaciones de viudas/os de Montiel. Ella misma hacía bromas acerca de su imagen: «Soy más drag queen que las propias drag queens», afirmaba. La serie aborda también el modo en que su persona pública, mezcla entre diva y femme fatale, escondía no solo una inteligencia aguda, sino una ironía que pocos supieron captar en su momento.

Pero su enlace con el grupo queer superaba la estética. En la dictadura, Montiel representó una forma de libertad sexual que muchos deseaban. Bibiana Fernández y Alaska señalan en el documental cómo su forma de comportamiento —fumar en la calle, hablar sin tapujos de su sexualidad— la convertía en un punto de referencia para quienes vivían entre las sombras.

Pero su impronta era también más allá de lo que se percibía a simple vista. Ya que Montiel se encargó de ir en contra de las pautas de los géneros (de la imagen que se podía concebir de los géneros) con su vida y no con su imagen. Se casó en tres ocasiones, tuvo amantes conocidos y jamás se excusó de ello. «Era propietaria de su deseo en una sociedad que se lo negaba», señala Alaska.

El reportaje no elude esta cuestión: evidencia cómo, hasta el último aliento de su existencia, seguía siendo una luz para personas queer que encontraban, en ella, un revulsivo de audacia y autenticidad. Las imágenes de seguidores llorosos en su funeral, muchísimos con banderas de colores, lo atestiguan: Sara Montiel nunca fue una figura estelar; fue una compañera.


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