El palacio de los Montenegro en La Promesa vuelve a ser escenario de pasiones ocultas, alianzas peligrosas y secretos que amenazan con hacer estallar el frágil equilibro de sus moradores. Juegos de poder se esconden tras las más inocentes apariencias y podrían ser determinantes en la suerte de todos.
Bodas clandestinas y traiciones en la familia forman una ficción en la que cada personaje porta su equipaje emocional que lo empuja a tomar riesgos. En este laberinto de intrigas, la lealtad es puesta a prueba y el amor se transforma en un arma de doble filo.
3EL BESO QUE CAMBIA TODO EN LA PROMESA

Petra no se fía de nadie en La Promesa. No le cree lo que acaba de ver: María y Samuel, dos personas que deberían ser cuidadosas, se han besado con un ímpetu tal que no cabe la menor duda. «Esto no es sólo un desliz», piensa mientras retrocede de puntillas, asegurándose de no ser traicionada por el ruido del suelo, y se va con un nuevo arma en sus manos, aunque solo a medias. ¿Cómo usarla? Podría chantajear a María, podría simplemente dejar que corra el rumor como pólvora.
María, ignorante de que se les ha visto, se deja llevar por las sensaciones, por la felicidad de ese instante. Samuel, aunque con la preocupación de que eso traiga consecuencias, no puede negar lo que siente. Pero en el palacio, la felicidad no perdura mucho. Petra ha dejado claro que no tiene reparos en manejar a la gente, y este secreto es suculento, extremadamente suculento. ¿Sería capaz de romper algo solo para tener más poder?
En armonía con lo anterior, el resto de los palaciegos continúan entregados a sus propias guerras de serie. Así, por un lado, Catalina y Adriano se preparan para su inminente matrimonio de contrabando y, por otro, Simona es la que reza por el regreso de Toño. Y además, es también ella la que lucha para hacerse con ese amor que se le escapa;
Sin embargo, entre todo este sinfín de enredos hay una verdad manifiesta: el hallazgo de Petra podría variar el juego hasta el infinito. A poco que los secretos caigan a la vista: no habrá escapatoria posible. Y es que en la última de las fronteras donde la lealtad constituye una rareza, la traición acecha a la vuelta de la esquina.