Vivimos rodeados de electrodomésticos que nos promete una vida más cómoda, más conectada, más sencilla en definitiva. Sin embargo, esta comodidad a menudo viene con una letra pequeña que no siempre leemos, una que afecta directamente a nuestra privacidad y que convierte nuestro hogar en un escenario de escucha constante, a veces sin que seamos plenamente conscientes de ello. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha puesto el foco en un tipo concreto de aparato que todos tenemos o podríamos tener pronto, alertando sobre sus capacidades ocultas.
El quid de la cuestión reside en esos micrófonos que incorporan muchos dispositivos modernos, desde los populares altavoces inteligentes hasta los televisores de última generación que responden a nuestra voz. La promesa es clara: control por voz, manos libres, acceso instantáneo a información o entretenimiento. Pero la realidad subyacente es que, para que esa magia funcione, estos aparatos necesitan estar permanentemente atentos, escuchando a la espera de la palabra clave que los active, lo que plantea serias dudas sobre qué más pueden estar captando y quién tiene acceso a esa información tan íntima como son nuestras conversaciones cotidianas en el supuesto santuario de nuestro hogar.
1LA CONVENIENCIA TIENE OÍDOS: ¿QUIÉN ESCUCHA EN TU SALÓN?

La irrupción de los asistentes de voz ha transformado la interacción con la tecnología doméstica, ofreciendo una interfaz natural y fluida que elimina barreras. Pedir música, consultar el tiempo o añadir algo a la lista de la compra hablando al aire se ha convertido en algo habitual en muchos hogares españoles, una facilidad de uso que resulta tremendamente seductora. No obstante, esta funcionalidad se basa en una escucha activa y continua del entorno, esperando la «palabra mágica» que despierte al dispositivo, un peaje de privacidad que pagamos, a menudo sin calibrar del todo sus implicaciones reales a medio y largo plazo para nuestra esfera personal.
El mecanismo es relativamente simple pero potencialmente invasivo: el aparato graba fragmentos de audio constantemente en un búfer local y, al detectar la palabra de activación (como «Alexa» u «OK Google»), envía la grabación de la consulta a servidores remotos para su procesamiento. Aunque las empresas aseguran que solo se envía el audio posterior a la activación, la posibilidad de errores, activaciones accidentales o incluso accesos no autorizados a esos micrófonos genera una inquietud legítima. La OCU señala precisamente esta capacidad de escucha como un punto crítico, un canal abierto en nuestro salón cuyo control no siempre está completamente en nuestras manos, introduciendo un elemento de vigilancia sutil pero persistente.