De nuevo el palacio de La Promesa se convierte en escenario de una tormenta perfecta. La inesperada recuperación de Eugenia ha cimbrado los cimientos de una casa donde mentiras y traiciones se trenzan a hilo de seda. Aquello que debería ser un regreso sosegado se convierte en un seísmo emocional, resucitando fantasmas de un pasado aterrador y sembrando indudables dudas sobre el futuro que les espera.
Eugenia no ha regresado para llevar una existencia tranquila. Sus preguntas en torno a Cruz, su hermana desaparecida, son tan solo la parte visible de un iceberg. Algo en la mirada de Eugenia indica que sabe más de lo que dice y eso pone en alerta a todos y cada uno de los personajes, de Lorenzo a la astuta Leocadia.
EUGENIA, ¿AMNESIA O ESTRATEGIA?

La recuperación de Eugenia es el tema que resuena en todos los rincones del palacio de La Promesa. ¿Es una mera casualidad que haya vuelto a la vida justo ahora, cuando el juicio por el asesinato de Jana está a la vuelta de la esquina? Los sirvientes se susurran las unas a las otras, los nobles comentan, pero nadie se atreve a decir la verdad en voz alta.
Para Pía es el mejor momento.
La joven comprende que Eugenia es la clave de la resolución de los misterios en torno a la muerte de Dolores, el secreto que Jana se llevó a la tumba. Pero Curro se pone firme en su postura: no permitirá que su madre vuelva a ser lanzada al abismo. «Remover el pasado podría deshacerla», advierte, aunque esas palabras suenan más a miedo que a protección.
Sin embargo, el destino decide que no será así. La evolución de la nueva Eugenia, que se percata de que Curro trabaja como lacayo, deja a la madre helada. ¿Cómo explicarle años de humillaciones y de mentiras? La respuesta que él decida dar podría cambiarlo todo, ya que aquí hasta los silencios gritan.
La reacción de Eugenia a la noticia es del todo impredecible. Algunos se imaginarán una respuesta de indignación, otros incluso se imaginan la aparición de lágrimas, pero lo que realmente surge es una fría determinación. Se plantea el «¿quién te ha obligado a esto?», con una manera de hablar que no aguanta evasivas y Curro se va encontrando acorralado, caminando entre la opción de proteger o la opción de contar una verdad que podría envenenar su relación para siempre.
Leocadia, por su parte, observa la escena desde la penumbra del palacio. Su sonrisa es casi imperceptible, pero es suficiente para delatar la satisfacción que siente ante la situación evidenciada. Eugenia puede haber regresado, pero el palacio ya no es el que había conocido. Además, y en esta guerra de posiciones, los hijos son también sacrificables.
Pía, por su parte, no se rinde; si Eugenia no puede darle respuestas, tal vez los diarios de Jana se conviertan en una buena fuente de pistas. Pero hay alguien más que busca esos papeles e incluso es capaz de matar para que ciertos secretos no vean nunca la luz.
UN REFUGIO EN MEDIO DEL CAOS

Mientras el palacio de La Promesa sucumbe en sus intrigas, Martina rema sola en un mar de desconfianza. Desvinculada de su familia y cada vez más alejada de Jacobo, encuentra en Curro un inesperado aliado. Su abrazo, no solo cargado de complicidad, sino de la fuerza de la unión, también mantiene su impronta de rebeldía.
Jacobo lo observa desde la oscuridad y su mirada fría traduce más que las palabras. ¿Celos? ¿Despecho? Aunque tal vez el temor de que Martina haya encontrado en un lacayo lo que nunca supo darle: lealtad. Por su parte, la sombra de Cruz revolotea en el ambiente, el hecho de que falte no quiere decir que no haya ideas que sigan haciéndola estar presente a modo de recuerdo.
Pero Martina no es ya la niña sumisa de antaño. La defensa de su tía Eugenia significa un punto de partida sin retorno, una declaración de guerra contra quienes esperaban que ella pudiera ser controlada. En este contexto, Curro se ha convertido en su mejor soldado.
Las noches en el jardín se transforman en su refugio. Allí, lejos de cualquier mirada indiscreta, Martina puede ser ella misma. «¿Crees que vamos a dejar de ser marionetas alguna vez?», pregunta una tarde mientras las hojas muertas crujen bajo sus pies. Curro no tiene respuesta, pero su silencio vale más que mil promesas vacías.
Jacobo, sin embargo, no piensa quedarse de brazos cruzados. La obsesión que siente por Martina se ha convertido en una herida abierta y está decidido a usar cualquier arma con tal de recuperar lo que cree que es suyo. Hasta el punto de destapar los secretos que tienen la capacidad de hacer caer a Curro. El riesgo está en la puerta, pero esta vez Martina no piensa salir corriendo.
GUERRA DE BODAS EN LA PROMESA

Leocadia no pierde el tiempo. Con su sonrisa afilada, ha fijado la vista en Catalina y Adriano e inicia su ataque para dejar inhabilitada su boda. El matrimonio para ella es, ni más ni menos, una equivocación de la que no dejará que se lleve a cabo. «Si de mí depende, ni un invierno durará ese amor», parece pensar mientras va tejiendo su red.
Las cartas están extraídas del naipe jugado, pero Alonso no se queda a la altura.
El anciano está preparando un plan visionario: poner en escenario que la boda se pospone a la vez que prepara una ceremonia secreta. Pero es un juego muy peligroso: si llega a descubrirse el engaño, la venganza será implacable. En este devenir de cartas, la felicidad quiere su precio, posiblemente una ruina. En el entretanto, Petra que sorprende a todos con su cambio de actitud.
Su hecho de conseguir trabajo para la Alicia parece un acto redentor, pero en esta casa, en este mundo, las segundas oportunidades son un lujo que muy pocos están dispuestos a asumir. Samuel se pregunta si es cierto o es solo otra máscara. Y es que en esta casa, los buenos gestos hasta huelen a estrategia.
Catalina no es tan inocente como Leocadia le niega, ya que, bajo su mirada mansa, hay una mujer que ha aprendido a pelear. «No dejaré que nadie me robe mi futuro», le susurra a Adriano en un instante poco habitual de confianza. Él asiente, ambos saben que la lucha será cruenta. Sin embargo, Leocadia tiene una carta guardada en la manga. Ha alcanzado a conocer un secreto relativo a la familia de Adriano, uno lo suficientemente escandaloso como para enterrar cualquier boda.
Solo aguarda la circunstancia oportuna para lanzarlo, como el cuchillo que se clava en la espalda. Alonso lo presiente, por eso echa a andar los planes. La boda clandestina tiene que llevarse a cabo bien pronto, aun a riesgo de perderlo todo. Porque en La Promesa, el amor es una revolución y, a veces, la única manera de ganar es jugar sucio.