La ansiedad llega sin pedir permiso. A veces se cuela por una idea tonta, otras por una acumulación de cosas que ni siquiera sabías que te estaban afectando. Y cuando aparece, todo se acelera: el corazón, la respiración, los pensamientos. Parece que el cuerpo y la cabeza se desconectan, que no hay salida, que vas a perder el control. Pero no es así. Hay formas de recuperar el aire, de volver al centro, de cortar el ataque antes de que te arrastre.
Tú puedes frenarla, aunque no lo parezca. Puedes hacerlo sin que nadie lo note, sin irte de donde estás, sin tener que huir. La ansiedad no es un monstruo invencible, aunque lo sientas así en el momento. Lo importante es que aprendas a reconocerla y a responder. No desde el miedo, sino desde el conocimiento. Cuanto más entiendas tu ansiedad, menos poder tiene sobre ti.
2Lo que comes también marca una diferencia

Aunque no lo creas, tu ansiedad también se alimenta… Y no precisamente de ensaladas. Hay alimentos que favorecen la calma, que estabilizan el ánimo, que nutren sin alterar. Frutas, verduras, pescado, granos integrales… pueden parecer tópicos, pero hacen la diferencia. No te van a curar, pero sí a sostenerte. Y cuando la ansiedad aprieta, cualquier ayuda cuenta.
Evita lo que te acelera sin darte nada a cambio. Café, alcohol, bebidas energéticas… todo eso puede hacer que estés más inquieto de lo normal sin que lo relaciones directamente. Si notas que los días que reduces la cafeína estás más estable, ya tienes una pista. No se trata de renunciar a todo, sino de saber qué te favorece y qué no. La ansiedad se mete donde puede, y tu alimentación puede ser una puerta o una barrera