La ansiedad llega sin pedir permiso. A veces se cuela por una idea tonta, otras por una acumulación de cosas que ni siquiera sabías que te estaban afectando. Y cuando aparece, todo se acelera: el corazón, la respiración, los pensamientos. Parece que el cuerpo y la cabeza se desconectan, que no hay salida, que vas a perder el control. Pero no es así. Hay formas de recuperar el aire, de volver al centro, de cortar el ataque antes de que te arrastre.
Tú puedes frenarla, aunque no lo parezca. Puedes hacerlo sin que nadie lo note, sin irte de donde estás, sin tener que huir. La ansiedad no es un monstruo invencible, aunque lo sientas así en el momento. Lo importante es que aprendas a reconocerla y a responder. No desde el miedo, sino desde el conocimiento. Cuanto más entiendas tu ansiedad, menos poder tiene sobre ti.
1Tu cuerpo sabe cómo ayudarte si lo escuchas

Cuando todo dentro de ti parece acelerado, la clave no está en luchar contra eso, sino en acompañarlo con inteligencia. Tu cuerpo tiene sus propios recursos para calmarse, solo necesita que le des espacio para activarlos. Respirar, por ejemplo… No de cualquier forma, sino despacio, profundo, desde el abdomen. No hace falta hacerlo perfecto, solo con que empieces a prestarle atención a tu respiración, la ansiedad empieza a perder fuerza.
También ayuda moverte. Estirar el cuello, sacudir los brazos, caminar un poco si puedes. No se trata de hacer deporte, sino de darle al cuerpo otra tarea, algo físico que lo saque del bucle mental. El ejercicio regular, incluso suave, tiene un efecto acumulativo muy positivo. Y aunque no parezca gran cosa, si lo conviertes en parte de tu vida diari, la ansiedad se vuelve más manejable.