ay gestos que cambian más que un producto caro. Tener una piel sana no empieza en una tienda de cosméticos, sino en un hábito cotidiano que muchas veces pasamos por alto. No hay que buscar soluciones milagrosas, sino prestar atención a lo que hacemos cada mañana, incluso antes del café.
Algo tan simple como el agua fría puede transformar tu rostro. Sí, así de básico. Al aplicarla, despiertas la circulación, cierras los poros y ayudas a que tu piel se sienta firme. No necesitas nada más. Si conviertes esto en una costumbre diaria, en pocos días vas a notar cómo la piel sana se hace visible: luminosa, más tersa, más viva.
6El estrés marca más que el paso del tiempo

No todo lo que envejece está afuera. Lo que pasa dentro también deja huella. El estrés, la ansiedad, el cansancio acumulado… eso también se ve. La piel responde a todo. Una piel sana también necesita calma, tiempo, silencio. A veces no necesitas más que resprar.
Cuando reduces el estrés, el cuerpo baja el ritmo y la piel también. Se desinflama, se aclara, se relaja. La piel sana no solo se consigue con productos, también con estados emocionales. Un paseo sin prisa, una tarde sin pantallas, una risa profunda… todo eso cuenta. Y mucho.