El gesto puede parecer inofensivo, casi automático en mañanas gélidas o cuando bajamos «un momentito» a recoger algo. Dejar el coche en marcha mientras nos ausentamos, aunque sea por un instante, es una costumbre más extendida de lo que parece en nuestras calles y carreteras. Sin embargo, lo que muchos conductores perciben como una comodidad trivial o una necesidad pasajera, es en realidad una práctica que la Dirección General de Tráfico (DGT) vigila de cerca, y por buenas razones que van mucho más allá del simple capricho normativo. Esa comodidad aparente esconde riesgos significativos y puede salirnos bastante cara, convirtiendo esos «cinco minutos» en un problema considerable tanto para nuestro bolsillo como para la seguridad colectiva.
Esta acción, tan integrada en la rutina de algunos, choca frontalmente con la normativa vigente y con el sentido común más elemental en materia de seguridad vial. No se trata únicamente de una posible sanción económica, que ya de por sí debería ser disuasoria, sino de una serie de peligros potenciales que a menudo se subestiman o directamente se ignoran. Desde el riesgo evidente de robo hasta la posibilidad de que el vehículo se desplace sin control, pasando por el impacto medioambiental innecesario, las razones para apagar el motor cada vez que abandonamos el habitáculo son numerosas y contundentes. Es hora de analizar por qué esta mala costumbre debe erradicarse por completo.
3EL VEHÍCULO FANTASMA: CUANDO TU COCHE DECIDE PASEAR SOLO

Más allá del riesgo de robo, existe un peligro físico tangible y potencialmente muy grave: que el vehículo se ponga en movimiento de forma autónoma. Puede parecer improbable, pero no es en absoluto descartable, especialmente en coches con algunos años o si no se han tomado todas las precauciones. Un fallo en el freno de mano, una pequeña pendiente que apenas habíamos percibido al detenernos, o incluso una vibración del propio motor podrían ser suficientes para iniciar un desplazamiento lento pero imparable. La situación se agrava en vehículos con cambio automático si, por descuido, no se ha colocado la palanca en la posición ‘P’ (Parking) de forma correcta.
Las consecuencias de un coche desplazándose sin nadie al volante pueden ser catastróficas. Puede colisionar con otros vehículos estacionados, invadir la calzada y provocar un accidente con tráfico en movimiento, atropellar a un peatón despistado o incluso estrellarse contra una propiedad. La ausencia del conductor elimina cualquier posibilidad de reacción o corrección, convirtiendo al automóvil en un proyectil metálico fuera de control. La normativa de la DGT
busca evitar precisamente estas situaciones extremas que nacen de un gesto aparentemente trivial como no apagar el motor y asegurar correctamente el vehículo. Es un riesgo real que la DGT
se esfuerza en mitigar mediante la normativa.