martes, 20 mayo 2025

El Gran Capitán, ese “rarísimo hombre”

De Gonzalo Fernández de Córdoba, cuya figura está asociada a la malversación del dinero de la Corona, existe un único retrato en vida ejecutado un libro de cuentas.

Publicidad

De la gloria que acumula Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515) habla bien a las claras que este lienzo fuera pintado más de tres siglos después de su muerte por Federico de Madrazo, quien hacia 1835, con apenas veinte años, se ejercitaba en el arte entre París y Roma ataviado con flequillo de ala y perilla de mosquetero. Consta en sus diarios que se entregó de forma febril a la ejecución del cuadro, dedicándole, durante meses, de nueve a diez horas diarias.

Podríamos sorprender, pues, al artista en su taller con la mano nerviosa, viva de colores, aleteando sobre una fantasía de ambiente histórico a la que dará por título ‘El Gran Capitán recorriendo el campo de la batalla de Ceriñola’. Pretende demostrar con esta obra que sus virtudes están más allá de la autoridad de la sangre -su padre es el afamado pintor José de Madrazo- y se ocupa de los detalles, algunos de marcado realismo, como el corcel de la escena central, al que se le cae la espuma del bocado sobre la cincha.   

Siempre cerca de él, manchado por algún golpe de pintura, hay un tomo de las Vidas de los españoles célebres, de Manuel José Quintana. Si nos acercamos lo suficiente, descubriremos que está abierto por la semblanza de el Gran Capitán, mostrando el párrafo que, con seguridad, despertó la llama creativa del pintor: “Al día siguiente se halló entre los muertos al general francés, á cuya vista no pudo el vencedor dejar de verter lágrimas, considerando la triste suerte de un caudillo joven, bizarro y galán…”.

Para recrear este dramático episodio, Madrazo tiene en la cabeza La rendición de Breda de Velázquez. Reproduce la distribución por grupos, el uso de la luz, extraña y caprichosa, y algunos recursos expresivos, como la situación de los cuartos traseros de uno de los caballos para dar profundidad, las cabezas de los soldados y las lanzas enhiestas recortándose frente al cielo plomizo y el detalle de pintarse a sí mismo en el extremo derecho, justo encima de su firma.  

LAS SIMILITUDES

Pero las similitudes entre ambos lienzos no se limitan a las opciones estéticas. Como en la obra velazqueña, se sirve de un hecho histórico para subrayar la nobleza del carácter español, en este caso, la compasión con el enemigo. Fernández de Córdoba supo del fallecimiento por un disparo de arcabuz del general francés cuando –varían aquí las versiones– recorría el campo de batalla o descubrió a un criado con unos lujosos ropajes que no le pertenecían. Tras hallar el cadáver de su enemigo, le dio sepultura con honor.

Porque el Gran Capitán encarnó la imagen del intrépido soldado, del innovador estratega militar, del gobernante de ideas avanzadas, del perfecto caballero y del hombre de honor. Se mezclan fácilmente en él la realidad y la leyenda, construida aún en vida. De algún modo, este hidalgo, que nació en un linaje que hizo fortuna con las guerras de frontera, abanderó el tiempo nuevo del Renacimiento. “Rarísimo hombre”, anotó Paolo Giovio, uno de sus primeros biógrafos. “Rarísimo hombre”, exacta definición.  

el Gran Capitán encarnó la imagen del intrépido soldado, del innovador estratega militar, del gobernante de ideas avanzadas, del perfecto caballero y del hombre de honor.

La hazaña fundamental de este señor nacido en la localidad cordobesa de Montilla fue torcer el destino que le había tocado como segundón en la línea dinástica de la casa de Aguilar y ganarse un hueco en la Historia. Sin opciones de acceder a la hacienda familiar, el niño, al que bautizaron con el nombre de su tatarabuelo paterno, un levantisco noble sureño, estaba destinado a vivir siempre a la sombra del pater familias, fuera su padre o su hermano mayor, el primogenitus, el heredero del señorío.

Este juego obligó a Fernández de Córdoba a ganarse la vida en la Corte. Primero, durante tres años, como paje del infante Alfonso, quien resultó finalmente derrotado en la contienda civil. Luego, como uno de los cortesanos de los Reyes Católicos, empapándose de los mecanismos del poder y, después, como uno de los capitanes de la guerra de Granada. En aquel episodio de armas sobresalió por sus dotes militares, su capacidad diplomática y su buen hacer al servicio de la Corona. Forjó amistad con Boabdil, a quien auxilió ante los motines internos y al que favoreció durante su exilio.

Cuando no blandía la espada, el más pequeño de la casa de Aguilar se entregaba a sus actividades como rentista, centradas en poner en marcha las alquerías obtenidas a muy bajo precio en el reparto de tierras musulmanas entre los vencedores. En estas labores de “tomar enmienda del trabajo passado” ‒según la expresión de su amigo y compañero de armas Hernán Pérez del Pulgar‒ estaba cuando este héroe de la guerra de Granada recibió el mandato del rey Fernando de viajar a Sicilia con el propósito de defender su frontera del reino de Nápoles, recién conquistado por el rey francés Carlos VIII.

LOS DESPACHOS

Los despachos no dejan rastro de duda: la misión era claramente defensiva, pero, una vez en Mesina, donde recibió al completo a la familia real napolitana, al frente de la cual se encontraba la reina viuda, Juana de Aragón, Gonzalo Fernández de Córdoba cuestionó las órdenes recibidas. Contra la voluntad de los reyes, dejó Sicilia y pasó a Calabria, con lo que ponía un pie en el reino de Nápoles, invitando a entrar en guerra al poderoso ejército francés.   

En un primer momento, la lucha se limitó a replicar las tácticas de hostigamiento empleadas en Granada. Posteriormente, se enfrentó de forma abierta a los franceses, a los que derrotó tras acometer una profunda reorganización de las tropas españolas con la fórmula de las coronelías, que preludiaba a los Tercios de Flandes. La nueva disposición militar reemplazaba a los ballesteros y los jinetes ligeros y daba relevancia a una infantería sólida y un cuerpo de caballería pesado, como ya ocurría en los ejércitos de Francia, Borgoña, Inglaterra y Milán.

En un primer momento, la lucha se limitó a replicar las tácticas de hostigamiento empleadas en Granada

Sin embargo, no quedó ahí la aventura. La recuperación de Nápoles le permitió acudir en febrero de 1497 en ayuda del papa Alejandro VI, que necesitaba recobrar la plaza fuerte de Ostia, perfectamente guarnecida y al mando del capitán vasco Menoldo Guerra. El 9 de marzo de ese mismo año ya la había conquistado, en una rápida maniobra premiada con la Rosa de Oro, máxima condecoración pontificia. Al regreso de Roma, los soldados de su regimiento y los franceses que la habían defendido comenzaron a darle el apelativo con el que más tarde la historia le conocerá: el Gran Capitán.

Acaso porque la gloria siempre despierta recelos, acaso porque las luchas (también) se ganan con dinero, el militar regresó a España para rendir las cuentas de la campaña de Nápoles ante un funcionario pulcro y riguroso de la Hacienda Real llamado Alonso de Morales. Tal como se hizo constar a modo de cabecera entre innumerables asientos contables, era preciso fijar “los maravedises é ducados que Gonzalo Fernández de Córdova (…) reçebió é hizo reçebir de algunas personas para la paga de la dicha gente é gastos de la dicha guerra é para otras cosas complideras á su servicio…”.  

image 5 Merca2.es
Retrato de ‘El Gran Capitán’, en una copia realizada por Eduardo Carrió entre 1877 y 1878. Museo Nacional del Prado.

Ha quedado comprobado en este episodio que hay poco de real en el mito del hombre que se negaba a rendir cuentas. A lo largo de todo un año, el Gran Capitán y el tesorero Morales se vieron de forma frecuente para clarificar todas las partidas, desde las cantidades sobresalientes a las más insignificantes, para concluir que “no se queda debiendo cosa alguna al dicho Gonzalo Fernández” y que “la dicha cuenta de suso contenida, así en lo que toca al dicho cargo como à la dicha data, es cierta, buena, leal y verdadera; é que en ella ni en parte alguna de ella, no hay fraude ni cautela”.  

De esta época son, precisamente, las únicas representaciones realizadas en vida del Gran Capitán.Abundan las crónicas y los elogios, pero no los retratos, que se multiplicarán con la creación y la expansión del mito. Los dibujos, localizados en un libro de cuentas -qué coincidencia- con pagos a artesanos por la realización del pendón de gala de una trompeta y el estandarte real, presentan al militar con una larga melena castaña y rizada, levantando su mano derecha en señal de un alto grado de autoridad y escoltando a caballo a la infanta Juana, esposa del futuro rey Fernando II de Nápoles.

EL DESENGAÑO

A medida que incrementaba su prestigio, creció su desengaño. Acusó el recelo de Fernando el Católico y vivió sus años finales en Loja (Granada). Allí mantuvo una importante correspondencia con el cardenal Cisneros y otros grandes del reino; recibió la visita del historiador florentino Francesco Guicciardini y mantuvo firme la Corte, tal como señala su secretario de esos años, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo. A finales de la primavera de 1515 enfermó de gravedad y decidió marchar a Granada, donde agotó todas sus fuerzas en poner al día su compleja heredad. 

Publicidad

A medida que incrementaba su prestigio, creció su desengaño. Acusó el recelo de Fernando el Católico y vivió sus años finales en Loja (Granada) Y Allí mantuvo una importante correspondencia con el cardenal Cisneros

El 30 de noviembre reformó su testamento, a petición de sus amigos y de su secretario, Juan Franco. Sería el primer documento que permitía su identificación con el sobrenombre del Gran Capitán:“Sepan quantos esta carta de testamento vieren como yo el Grand Capitán don Gonçalo Hernández e Córdoua, duque de Sessa et de Terranova e Santangelo, Gran Condestable del Reyno de Nápoles…”. Además, pedía que su cuerpo descansara en el monasterio granadino de los Jerónimos, cuya construcción estaba entonces comenzando, dado que allí había tenido lugar su primer combate.

Dos días después, Gonzalo Fernández de Córdoba murió. Sus restos reposaron temporalmente en el desaparecido convento de San Francisco, mientras que se efectuaban las obras para su traslado al monasterio de San Jerónimo, hecho que finalmente ocurrió en 1522. En la cripta acabaron reposando también su esposa y varios familiares más, con más de 700 trofeos de guerra. No obstante, durante la Guerra de la Independencia, las tropas francesas del general Horace Sebastiani profanaron su tumba, mutilando sus restos y quemando setecientas banderas. El oficial galo, en su huida de España en 1812, se llevó su calavera y una presunta copia de su espada de gala.

image 6 Merca2.es


Publicidad