El efecto boomerang de las sanciones de Europa a Putin

Mientras el alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, se muestra optimista sobre el sexto paquete de sanciones a Rusia, sus propios compañeros en Bruselas rezan porque Putin no decida cortar en cualquier momento el suministro de gas a más países, como ya ha hecho con Polonia y Bulgaria. Las sanciones sobre Rusia son como un boomerang que puede volverse contra la propia Unión Europea.

Es difícil de explicar, pero la geopolítica tiene estas cosas. En palabras llanas y fáciles de entender, lo que la Unión Europea está haciendo es avisando a Putin de que le va sancionar sin comprarle, petróleo primero y gas después, pero a la vez pidiéndole que no sea él quien decida dejar de vender esas commodities a los Veintisiete antes de que ellos le sancionen. Realmente un sinsentido más en una sociedad alocada, en la que el único que parecía tener un plan era el sátrapa ruso.

«Estoy confiado en que al menos en lo que se refiere a las importaciones de petróleo, este acuerdo será posible de aquí al próximo consejo», ha reconocido Borrell, en referencia al sexto paquete de sanciones que espera que salga adelante en la próxima reunión del Consejo de Asuntos Exteriores de la UE, prevista para el 16 y 17 de mayo. Hungría no parece estar por la labor y algún país tiene que echar muchas cuentas antes de dar el sí definitivo.

La Unión Europea quiere aumentar las sanciones a Putin por las aberraciones que está cometiendo en Ucrania, pero no puede. Por lo menos con la rapidez que sería deseable y que le gustaría. No puede porque el ex-miembro de la KGB ha ido cocinando lentamente esta situación durante muchos años, en los que el mundo parecía dormido, especialmente la UE.

PUTIN NO SE QUEDA DE BRAZOS CRUZADOS ANTE LAS SANCIONES

Vladimir Putin sabía desde hace tiempo que las únicas armas con las que la UE y la OTAN podían enfrentarse a él (sin desencadenar una guerra mundial nuclear), era con las sanciones económicas y energéticas. Él sabe que occidente le tiene miedo y eso le hace fuerte. En 2014 comprobó con Crimea hasta qué punto podía tensar la cuerda sin que sus rivales se enfrentaran abiertamente con él. A la vez, tras un arduo trabajo repleto de engaños y buenas maneras, consiguió durante la última década que Europa dependiera formidablemente de las fuentes de energía rusas.

El día que Merkel anunció en 2011 (tras el desastre de Fukushima) que cerraría todas sus centrales nucleares, Putin se frotaba las manos celebrando una nueva victoria en la sombra. Hay quien dice que el partido verde alemán pudo recibir apoyo ruso para llegar a ser determinante en el Gobierno germano, ya que sus imposiciones en materia energética no hicieron otra cosa que hacer depender mucho más a Alemania del gas de Rusia.

Alemania ha pasado de comprar el 50% del carbón a Rusia a solo el 8% y sus importaciones de petróleo ruso han pasado del 35% al 12%

Las injerencias de Rusia en la vida política de varios países están demostradas, pero otras muchas no han salido todavía a la luz, aunque se especula con ellas, en teorías conspiratorias que algunos tachan de elucubraciones, pero cada vez se va descubriendo que tienen una base más sólida. De hecho ¿no parece demasiada coincidencia que Putin preparase la invasión de Ucrania para el mismo año (2022) en que se debía inaugurar el Nord Stream II y en que Alemania cerrará sus últimas centrales nucleares?

Evidentemente no es casualidad. Putin lo tenía todo pensado. Y ha buscado atacar cuando más daño podía hacer o, al menos, cuando Europa parecía más débil. Además, por lo pronto, las sanciones aplicadas hasta la fecha no están consiguiendo amedrentar al líder ruso.

Ahora el dictador, además de continuar con el asedio a Ucrania, está preparándose para asestar otro golpe a occidente. Está intentando aumentar sus exportaciones en otros mercados y lo está haciendo a marchas forzadas. No le importa vender el petróleo o el gas más barato de lo que se lo vende a Europa, lo que realmente busca es adelantarse y ser él quien imponga las sanciones a los Veintisiete. La maniobra trataría de impedir que sea Bruselas la que decida que Europa deja de comprar petróleo y gas, y que sea Rusia la que deja aislado a nivel energético al viejo continente.

Si eso ocurre en las próximas semanas, el problema que deberá afrontar la UE será de dimensiones indeterminadas, ya que la gran mayoría de países no cuentan con reservas de gas para más de dos o tres meses, y muchos de ellos, especialmente Alemania, podrían entrar en una recesión económica al no poder funcionar la industria con la normalidad deseada.

ALEMANIA  REACCIONA CON RAPIDEZ

Alemania sabe que está en el centro de todos los focos por su extremada dependencia de Rusia, construida tras años y años de fortalecimiento de una relación perversa, que daba alas a Putin y quitaba problemas a Merkel y al resto de mandatarios en los últimos años. Una relación cuyo mayor exponente es el gasoducto Nord Stream II, abandonado sin llegar a ponerse en marcha, y que ha saltado por los aires en cuanto el líder ruso se ha desenmascarado definitivamente.

Berlín se ha mostrado muy reticente desde el principio con los paquetes de sanciones a Rusia, sabedor de que tenía mucho que perder. Pero finalmente ha accedido a que se pusieran en marcha, incluso los ha apoyado. En un intento de nadar y guardar la ropa, el gobierno alemán ha intentado estar junto a sus aliados de la UE y la OTAN, pero sin perder la amistad de Putin, algo que finalmente no ha conseguido, simplemente porque era imposible.

Por eso, el ejecutivo de Olaf Scholz está aprovechando el tiempo que pasa entre que se deciden unas sanciones y se ponen en práctica, para acelerar de una manera impresionante su desconexión de las commodities rusas. El ministro de Economía y Clima, Robert Habeck, ha afirmado recientemente que «durante las últimas semanas, hemos realizado grandes esfuerzos, con todos los actores involucrados, para reducir nuestras importaciones de combustibles fósiles de Rusia y diversificar nuestros suministros».

Tanto es así que Alemania ha pasado de comprar a Rusia el 50% del carbón que importaba a solo el 8%, mientras que sus importaciones de petróleo ruso han pasado del 35% al 12%. Incluso las importaciones germanas de gas procedente de Rusia también han descendido, situándose en el 35%, cuando antes del comienzo de la guerra llegaban hasta el 55%.

Aún así, desde el Bundestag se asegura que hasta 2024 no les será posible dejar de depender al 100% del gas ruso, si bien es muy posible que los alemanes deban estrujarse todavía más el cerebro para conseguirlo mucho antes, si finalmente es Putin el que marca los tiempos a la hora de cerrar el grifo.

María Castañeda
María Castañeda
Redactora de MERCA2 de empresas y economía; especializada en energía, sostenibilidad y turismo.