El expresidente de Telefónica César Alierta, presentó su dimisión ayer como máximo responsable de la Fundación Telefónica. Aunque continuará con sus funciones como patrono y presidente de la Fundación Profuturo, este hecho es una desvinculación de todas sus posiciones en el Grupo Telefónica y el punto y final de la trayectoria de un exitoso directivo.
Cuando Alierta llegó a Telefónica a principios de siglo, el operador azul empezaba una serie de cambios que, dos décadas más tarde, se ha encargado de ejecutar y finalizar su heredero y actual presidente del grupo, José María Álvarez-Pallete.
La dimisión de Alierta solventa una extraña anomalía, ya que el presidente del Grupo Telefónica ha sido generalmente máximo responsable de su fundación. No obstante ese status quo varió tras la salida de Alierta de la presidencia del Grupo Telefónica y el nombramiento de Alvarez-Pallete, y ahora, todo queda de nuevo normalizado.
El patronato de la Fundación ha agradecido al presidente saliente los servicios prestados, presentándolo como “una figura única, con una capacidad de trabajo infatigable y clave para haber alcanzado las más altas cotas de excelencia, y quien seguirá contribuyendo a mantener la Fundación Telefónica a la vanguardia y a transformar la vida de las personas con su inigualable aportación profesional y personal a la institución”.
Si bien eran conocidas tensiones en el seno de la fundación en los últimos años, la salida de Alierta ha sido voluntaria y supone la toma de control por parte de la corporación que se dispone a ejecutar un ambicioso plan de crecimiento y contenido para los próximos años.
Para ello, el presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, asume la Presidencia de la Fundación Telefónica para para acelerar su impacto en el nuevo contexto económico y social y situarla como «líder innovador y de referencia».
La dimisión de Alierta solventa una anomalía, ya que el presidente del Grupo Telefónica ha sido generalmente máximo responsable de su fundación
En esta nueva etapa, la Fundación Telefónica impulsará las capacidades digitales, con foco en la «empleabilidad para los colectivos que más lo necesiten, fomentando proyectos emblemáticos potentes e innovadores, que construyan sobre las iniciativas existentes y asegurando su escalabilidad y sostenibilidad en el tiempo».
La Fundación Telefónica ha pecado en los últimos dos o tres años de falta de acciones concretas, lo que había sumido a sus profesionales en cierto desanimo y baja actividad. Posiblemente la enfermedad del propio Alierta, que tuvo una larga y paulatina recuperación de sus problemas cardiacos, ha tenido mucho que ver.
Se abre ahora una nueva etapa expansiva para la Fundación Telefónica, con el objetivo de poner el foco en nuevos proyectos con implicación social y en la digitalización.
Así, la Fundación Telefónica se integra en la estrategia del Hub mundial de Innovación y Talento, que fruto de la ejecución del plan estratégico de la operadora en su camino hacia la Nueva Telefónica, da ahora otro paso determinante tras su lanzamiento en octubre del pasado año como apuesta global para las nuevas necesidades de la sociedad digital.
LEGADO DE ALIERTA HABLA POR SI MISMO: SU TRAYECTORIA EMPRESARIAL
Figura representativa del éxito empresarial en los últimos treinta años, pero también controvertida, Alierta llegó a la compañía en el año 2000, con el Gobierno ejerciendo una especial presión, recién aterrizado desde la antigua Tabacalera y con mucha más experiencia en el mundo financiero que en telecomunicaciones, si bien supo asesorarse por Luis Lada y Julio Linares, dos de los ingenieros históricos de la compañía. La misión que tenía que abordar el aragonés no era sencilla: enderezar el rumbo después del pinchazo de las puntocom y los bandazos de su predecesor, Juan Villalonga.
En su haber, tres logros que elevan su figura. Fue el responsable de llevar a Telefónica en el difícil tránsito desde el monopolio hasta el libre mercado, y el hecho de que su sucesor fuera por elección propia y no del Gobierno es clave para entender hasta qué punto supo hacer suya la compañía.
Asimismo, el aragonés fue el gran responsable de cimentar la expansión internacional de Telefónica, convirtiéndola en uno de los dos grandes operadores de América Latina, y en uno de los pocos que pueden aspirar a algo interesante en el proceso de consolidación europea que estamos comenzando a vivir, y que es tan necesario.
Por último, se puede afirmar con certeza que sus decisiones, continuadas por su predecesor Alvarez-Pallete, han llevado a España a asumir un liderazgo europeo en el despliegue de fibra óptica hasta el hogar, un compromiso a largo plazo ejemplar en todo el continente y que siempre tuvo más de apuesta país que de decisión puramente financiera.
En este sentido, suyo ha sido el empuje para lograr la transformación digital de la compañía, con iniciativas como la creación de un ecosistema de startups, y su empeño casi quijotesco en liderar la guerra regulatoria en Bruselas contra empresas como Google, Apple o Facebook. Su pugna para conseguir un marco regulatorio que equipare los derechos y obligaciones de las compañías tradicionales de telecomunicaciones y los nuevos entrantes ha sido su último gran esfuerzo personal antes de abandonar el poder.
LAS SOMBRAS DE UNA BRILLANTE GESTIÓN
La mayor sombra que ha rodeado siempre a su figura fue el «caso Tabacalera». Alierta fue declarado culpable de uso de información privilegiada en la compra de acciones de Tabacalera en 1997, si bien fue absuelto junto a su sobrino, debido a que el delito había prescrito.
Por otra parte, precisamente por su peso incontestable en el operador de telefonía, tomó decisiones difícilmente justificables desde el punto de vista puramente empresarial, como el continuado respaldo -más allá de lo razonable- de figuras amortizadas en lo político y en lo público tales como Rodrigo Rato e Iñaki Urdangarín. El primero abandonó el consejo asesor de la compañía por su propio pie y con la etiqueta de “temporalmente”. Que, por cierto, también se apuntó Urdangarín cuando se cogió una excedencia en agosto de 2012.
Hasta el final de sus días en la fundación el maño se ha mantenido agresivo con las grandes compañías tecnológicas. Algunos de sus enfrentamientos con ellas se hicieron virales. No hace mucho, Alierta calificó de «atentado a la libertad» que los idiomas más hablados del mundo sean (los sistemas operativos) Android e iOS, y que sus algoritmos finales sólo los conozcan las empresas propietarias.
Nunca tuvo miedo de decir lo que pensaba. De hecho gustaba de hacerlo con tremenda vehemencia sin importarle las consecuencia ni lo delicado de asunto que se tratara. Jamás tuvo problemas en aconsejar y dar indicaciones a cualquiera. Incluso en público a los actuales Reyes de España sobre sus problemas familiares con tanta naturalidad como lejanía del más mínimo protocolo institucional: «Así es César» -era una frase que resonaba con frecuencia por los cenáculos madrileños-.
Y efectivamente, así ha sido César, una fuerza de la naturaleza, que en ocasiones actuaba sin filtro ni control, lo que ha provocado a veces situaciones simpáticas y espontaneas, y otras intensos incendios que, posteriormente profesionales que le acompañaron en su trayectoria, cargados de paciencia, como Luis Abril o Marisa Navas, tenían que apagar. Nadie puede negar que muchas de sus opiniones, a veces cargadas de razón en el fondo, excedían con sus formas las más elementales normas de representación corporativa.
UN EMPRESARIO PARA LA HISTORIA
El hasta ahora presidente de la Fundación Telefónica tuvo que dejar el mando del operador azul porque su tiempo había pasado y los inversores necesitaban a un nuevo gestor que llevara a la compañía al siglo XXI y la profesionalizara, sacándola de la arena política de la que nació. Y es que Alierta es de esos empresarios de vieja escuela, a los que les gustan los métodos antiguos, muy hábil en el cuerpo y cuerpo, con dotes de encantador de serpientes y, sobre todo, con una agenda que en su día querrían para sí muchos jefes de Estado.
Con el acaba una generación de directivos que nos hizo confundir -confusión que aún continua- el término «empresario» y el termino «directivo» y que marcó una época en España. Periodo en el que hubo casos de gestión de éxito empresarial, pero también decisiones más que discutibles en términos de compliance, con decisiones muy personales que hoy no serían aceptables ética y públicamente, y que sería difícil juzgar desde un prisma actual. A está generación de empresarios pertenecieron Francisco González, Emilio Botín o el propio Alierta entre otros. Unas pocas mesas en las que durante dos décadas se dibujó el destino de las principales empresas, pero también en ellas se gestaron numerosas tramas políticas, empresariales y de comunicación. De aquellos polvos aún hoy quedan algunos lodos.
Con el acaba una generación de directivos que nos hizo confundir el término «empresario» y «directivo»
En la figura de Alierta se da la paradoja de que huye de las nuevas tecnologías. Se jactaba en privado de usar su viejo Nokia, porque quería evitar que las multinacionales tecnológicas norteamericanas accederían a sus datos personales. Hábil gestor y lenguaraz personaje abandona su última posición representativa dentro del Grupo Telefónica, y su cruzada contra Google ya queda para la historia.
A nivel personal, sus más cercanos, siempre señalaron que César Alierta vivió un punto de inflexión vital tras el fallecimiento de su esposa lo que precipitó su deseo de abandonar la presidencia de Telefónica dejando como sucesor a un José María Álvarez-Pallete que en más de una ocasión, desde su nueva posición, ha tenido que armarse de mucha paciencia ante las embestidas de un temperamental Alierta, difícil en el trato y al que le costó acostumbrarse a su nuevo rol.
Ahora se abre para él una nuevo tiempo desvinculado de la primera línea, no ya ejecutiva, sino también representativa, de la que ha sido la empresa que marcó su exitosa trayectoria empresarial. Feliz nueva etapa.