España se enroca frente a una Europa más pronuclear a cuenta de Rusia

«Así no lo vamos a conseguir». Ese es el mensaje que ha transmitido la Unión Europea a todos sus asociados y con el que explica su propuesta de incluir a la energía nuclear y al gas natural dentro del documento de taxonomía verde. Se puede decir más alto, pero no más claro. Siguiendo los consejos de los expertos independientes y refrendados por datos contrastados, la UE ha llegado a la conclusión de que las energías renovables no dan para alcanzar los objetivos de descarbonización y más teniendo en cuenta la crisis con Rusia.

«Debemos reducir nuestra dependencia de la energía rusa» ha dicho Josep Borrell, jefe de la Diplomacia Europea, esta misma semana en una clara muestra de la posición de la Unión Europea dada la situación a la que se enfrenta.

En este mes de enero las importaciones de gas ruso por parte de Europa se han reducido casi a la mitad con respecto a los niveles de 2021, habiendo crecido en más del doble la importación de gas natural licuado en barcos metaneros procedente de otros países.

Con el carbón dando sus últimos coletazos, y con los problemas para conseguir gas, la única variante que pervive en la ecuación es la energía nuclear. Una energía limpia, que no emite CO2 a la atmósfera y capaz de servir de respaldo para las energías renovables, pero que cuenta con detractores que siempre se amparan en los problemas para gestionar los residuos nucleares y en el peligro de accidentes en las centrales.

A comienzos de enero el debate estaba en todo lo alto con enmiendas de muchos países al borrador de la Comisión Europea. Pero a medida que han ido pasando los días, y el conflicto con Rusia a cuenta de Ucrania crece, las voces menos críticas se han ido apagando y solo resuenan las de aquellos Gobiernos marcados claramente por el fanatismo ideológico, entre ellos el de España, que sigue enrocado en su proyecto de transición ecológica, que está demostrando ser carísima para los ciudadanos y prácticamente una utopía, tal y como está planteada.

BÉLGICA VALORA UN PLAN B, Y ALEMANIA…

Bélgica es uno de esos países que parece haber entrado en razón, viendo como se están desarrollando los acontecimientos. Hasta hace pocos días el país mostraba su posición convencida de cerrar sus centrales nucleares con el horizonte puesto en 2025, pero ahora resulta que su gobierno tiene un plan B, algo que no vendría mal aquí en España, y que valora la posibilidad de alargar la vida de alguno de sus reactores hasta en diez años, concretamente las miradas están puestas en los reactores Tihange 3 y Doel 4.

Alemania, como era de prever, y a pesar de contar en su nuevo gobierno en coalición con una fuerza ecologista, rebaja el discurso contra la energía nuclear. Allí saben perfectamente que su dependencia del gas ruso es la mayor de toda Europa y que no lograrán los objetivos marcados sin el apoyo del gas. Esa fue una de las causas para construir el gasoducto Nord Stream 2 que enlaza Rusia con Alemania directamente. No sería de extrañar que en las próximas semanas el plan de desnuclearización alemán experimentara también algún giro.

Meter el gas y la energía nuclear en la taxonomía verde es una salida de emergencia para la Unión Europea, que prefiere dar algún paso atrás, en vez de mantener una huida hacia adelante que haga insostenible en algún momento la transición ecológica, ante la posibilidad de socavar el estado del bienestar de millones de ciudadanos.

EUROPA NO LO ESPERABA

Haciendo gala de su habitual ensimismamiento Europa se ha enfrascado en los últimos años en una guerra sin cuartel contra el cambio climático, proclamándose abanderada de la causa a nivel mundial y autoimponiéndose unos objetivos draconianos para un espacio de tiempo muy limitado.

La Unión Europea no esperaba, ni por asomo, que a sus puertas pudiera estallar un conflicto que amenazara con una guerra, como la crisis entre Rusia y Ucrania. Pero ha estallado y le ha pillado desprevenida mirándose el ombligo y sin plan B para salvaguardar su particular guerra verde.

sin embargo, otros países están siempre preparados para aprovechar los momentos de despiste o debilidad de otros y sacar provecho y uno de esos países es Rusia. Experto en tensar la cuerda de las relaciones internacionales hasta el límite (como en al caso de Crimea), pero con la suficiente mano izquierda como para no salir perjudicado y pescar algo en río revuelto.

Rusia ha trabajado durante muchos años para conseguir la dependencia de la Unión Europea de su gas. Cuanto más se envalentonaban los dirigentes europeos en sus objetivos climáticos más se frotaba las manos Vladimir Putin. Y en cuanto ha visto el mejor momento se ha afilado las uñas.

BIDEN PONE EN AVISO A EUROPA

«Si Rusia invade Ucrania cambiaría el mundo y afectará a miles de millones de personas. Si moviliza todas esas tropas sería la mayor invasión desde la segunda guerra mundial». Son palabras del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, que anuncia sanciones durísimas para Rusia si se produce la invasión de Ucrania. Unas sanciones que tendrían un impacto en el plano energético sin precedentes para los estados miembros de la Unión Europea.

Desde los Estados Unidos no descartan ningún escenario en los próximos días. La tensión en estos momentos es máxima y las palabras del presidente han sido más duras de lo esperado por los analistas.

Ucrania ha denunciado un ciberataque, ya denunció otro hace unos días, que podría suponer una pieza más de la denominada guerra híbrida. Porque en la actualidad las guerras tampoco son ya lo que eran. Ahora, las batallas se libran en otros frentes. Los ataques cibernéticos y las embestidas energéticas son tanto o más peligrosos que las ofensivas con armamento pesado.

Jen Psaki, secretaria de prensa de la Casa Blanca ha reconocido que «estamos trabajando para identificar gas natural adicional no ruso del norte de África, Oriente Medio, Asia y Estados Unidos». Con estas palabras Psaki busca tranquilizar a Europa y garantizar el suministro de gas en caso de que se lleven a cabo las sanciones anunciadas por su presidente.

Evidentemente ese gas que llegaría a Europa desde estos otros destinos lo haría mediante barcos metaneros. En la actualidad existen en el mundo unos 600 barcos metaneros aproximadamente de los cuales 16 pertenecen a España. Unos barcos que ya están muy solicitados y que no resultarían suficientes para abastecer a tantos países, sustituyendo a los gasoductos rusos.

Con este panorama, los defensores de la energía nuclear instan a los gobiernos a apostar por esa fuente energética con dos claros objetivos: cumplir con los plazos puestos para la descarbonización y afianzar la independencia energética de la Unión Europea evitando convulsiones como la actual.

María Castañeda
María Castañeda
Redactora de MERCA2 de empresas y economía; especializada en energía, sostenibilidad y turismo.