La España del fanatismo ecológico: la carne y la luz a precio de oro

Asistimos durante estas últimas semanas al recrudecimiento en España del fanatismo ecológico visualizado en dos ministerios del actual Gobierno español: el de Consumo y el de Transición Ecológica. Sus máximos representantes están en el ojo del huracán por lo que dicen, sobre todo, pero especialmente por lo que pasará en España si cumplen a rajatabla lo que piensan. A grandes rasgos, Alberto Garzón dice que España exporta carne de «peor» calidad procedente de macrogranjas y Teresa Ribera afirma que no apoya el borrador de la taxonomía verde que promueve la UE porque no considera limpia la energía nuclear.

Cada uno expone sus posiciones y sobre el papel hay razones que pueden sustentar sus palabras y pensamientos. Que la carne de un cerdo que corretea a su antojo por una dehesa y se alimenta de bellotas tiene un sabor maravilloso, es algo de lo que no cabe la menor duda, por eso esa carne cuesta lo que cuesta y está alcance de unos pocos. Que la carne de un cerdo que come pienso y vive junto a otros cientos de cerdos en una nave tiene otro sabor menos maravilloso, pues claro, por eso cuesta también lo que cuesta, y la podemos consumir todos. Porque aquí se habla de sabor no de seguridad alimentaria.

Que la energía eólica que se consigue aprovechando la fuerza del viento y encima no produce CO2 es limpísima, es evidente también, pero en la actualidad no hay manera de almacenar toda la que se produce y si no sopla el viento no se puede generar. Que la energía nuclear genera residuos radioactivos y existe un, cada vez menor riesgo, pero al fin y al cabo un riesgo de accidente de las centrales nucleares, es evidente. Pero es la única energía que, sin emitir CO2, permite dar estabilidad al sistema eléctrico de cualquier país.

ESPAÑA NO ES EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Lo que se desprende de todo esto es que la vida sería estupenda si viviéramos en el país de las maravillas, pero lamentablemente no es así. España es un país que tiene la tasa de paro más elevada de la Unión Europea, donde millones de familias se encuentran en riesgo de exclusión social y son vulnerables, y muchos millones más llegan a final de mes con lo justo como para no tener que acudir a las colas del hambre, sin poder ahorrar ni un solo euro.

Se trata de un país donde miles de autónomos han tenido que cerrar sus negocios porque no han podido soportar las descomunales subidas del precio de la luz y donde sus ciudadanos están más pendientes de estirar su sueldo hasta final de mes que de soñar con la perfección.

Al español medio le encanta el jamón ibérico de bellota, pero en su día a día come su buen jamón serrano, que esTÁ al alcance de su presupuesto, y que también tiene un magnífico sabor

En España cientos de miles de familias viven del sector primario, sobre todo en zonas rurales, que sin esas familias desaparecería la actividad del medio rural. Un país en el que tradicionalmente se come muy bien y que presume de exportar buena carne a más de 130 países de todo el mundo, y donde el sector cárnico-ganadero da trabajo a unos 2,5 millones de personas directa o indirectamente.

España es el quinto exportador mundial de carne y las ventas fuera de España alcanzaron el año pasado un valor de más de 7.000 millones de euros. En 2020, el 7,1% de la facturación mundial de productos cárnicos en el extranjero tuvo su origen en España. Según el ITC la carne fue el noveno producto español que más dinero movió en exportaciones en 2020.

ECO-LÓGICOS SÍ, ECO-FANÁTICOS NO

¿Quiere decir esto que a los españoles no nos importa la lucha contra el cambio climático? No, ni mucho menos. Lo que quiere decir es que nos importa el cuidado del planeta, pero sin caer en el fanatismo. Anteponiendo la razón y la lógica a la ideología. Con los pies en el suelo en vez de con las aspiraciones por las nubes.

El español medio sabe que si no existiera la ganadería intensiva no podría comer carne habitualmente porque estaría fuera de su presupuesto. Incluso los huevos serían productos casi de lujo si las gallinas anduvieran todas sueltas por el campo y hubiera que recogerlos uno por uno donde les hubiera dado la gana ponerlos. El español medio también sabe, porque se ha hecho todo un experto en energía, que España está pagando a precio de oro la electricidad por nuestra falta de autonomía energética, y que depender del gas argelino o del gas ruso no es una buena idea en estos momentos.

Al español medio le encantaría que España se abasteciera exclusivamente de energías renovables, pero sabe que ahora mismo es imposible, y que en las próximas décadas se va a duplicar la generación de electricidad, con lo cual, si para llegar a la descarbonización es necesario utilizar la energía nuclear, quizá no sea tan mala solución, sobre todo porque el Gobierno la compra a Francia cuando el sistema eléctrico lo requiere, sin ningún pudor.

Al español medio le encanta el jamón ibérico de bellota, pero en su día a día come su buen jamón serrano, de buena calidad, pero al alcance de su presupuesto, y con un magnífico sabor.

Cuando las posiciones ecológicas se radicalizan se alejan de la realidad. Es lícito aspirar a lo mejor, pero hasta que llega, si es que llega, hay que vivir con lo bueno, intentando mejorarlo y sobre todo potenciarlo. Exigir lo mejor como normal es excluir a la mayoría, y pensar solo en la élite que puede acceder a esa excelencia.

María Castañeda
María Castañeda
Redactora de MERCA2 de empresas y economía; especializada en energía, sostenibilidad y turismo.