Mucho se ha hablado ya, pese a lo poco que llevamos de 2022, sobre el borrador de la Comisión Europea en el que se pretende incluir a la energía nuclear y al gas dentro del documento de taxonomía verde de la UE. Pero todavía más ha dado que hablar la precipitada reacción del Gobierno de España, en forma de «no» rotundo sin apenas tiempo de calibrar el alcance de la propuesta ni medir el impacto de su tajante respuesta.
La solución propuesta por la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, es contraria a lo promulgado por Europa en los últimos años, pero es la solución menos mala y más razonable dado el devenir de los acontecimientos y tras lo sufrido en el año 2021 con los precios de la energía. Así lo deben entender los estados miembro y así lo entenderán la mayoría de ellos.
Y decimos la mayoría porque parece que uno, España, aunque lo más exacto es decir, el actual Gobierno de España, no está por la labor de dar su brazo a torcer aunque la realidad le pase por encima como un tornado.
Lo normal es que, con ciertos retoques, al final el famoso borrador acabe aprobándose y permitiendo una descarbonización europea y una trayectoria hacia las cero emisiones más relajada y optimizada, viendo la lentitud con la que se avanza en determinados aspectos clave como, por ejemplo, el almacenamiento energético de las renovables.
Gracias a esta relajación de las medidas hacia la descarbonización, los países de la Unión Europea aliviarán el bolsillo de sus ciudadanos que podrán pagar una electricidad más barata, y, por supuesto, permitirán que sus empresas sean más competitivas frente a las de aquellos países de fuera de la Unión que no luchan tan ferozmente contra el cambio climático.
Pero claro, que se apruebe el borrador y el gas y la nuclear pasen a considerarse como energías verdes por un tiempo, no quiere decir que los países estén obligados a utilizar esas energías, y viendo la respuesta que ha dado el Gobierno de España tras recibir el borrador, parece que aquí no hay intención de acogerse a esa ventaja.
UN HORIZONTE NEGRO
Y ¿qué pasará entonces con España si sigue dando la espalda sobre todo a la energía nuclear? Pues que seguirá dependiendo durante varios años de la energía que compre del exterior, especialmente del gas argelino, y no alcanzará la independencia energética tan rápido como otros países de su entorno. Eso se traducirá en que España seguirá pagando durante bastante tiempo la electricidad a unos precios desorbitados, pendiente siempre de los vaivenes geopolíticos y los posibles conflictos entre países con mandatarios autoritarios y poco fiables.
Las empresas españolas seguirán asfixiadas por las facturas de la energía y seguirán perdiendo día tras día competitividad con las empresas de la competencia de aquellos países que disfruten de energía más barata.
El catedrático de Fundamentos del Análisis Económico de la Universidad de Granada, director de Estudios Financieros de la Fundación Funcas y consultor del Banco Mundial, Santiago Carbó, afirma que España necesita seguridad de suministro y que la electricidad sea barata o, por lo menos, que no sea más cara que la de los países con los que competimos.
«Tener energía eléctrica a un precio razonable es crítico porque la necesitamos todos (ciudadanos, pequeños comercios, grandes empresas…), es algo que afecta a todo el mundo porque todos hacemos uso de la energía», y recuerda que «no se ha hecho una apuesta para contar hoy en día con una energía barata».
DON QUIJOTE DE LA… MONCLOA
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, emulando al más exaltado Don Quijote, seguirá en su mundo de fantasía luchando contra los molinos de viento (no confundir con los aerogeneradores) del cambio climático. Su actitud egocéntrica le aleja de las demandas reales del país y le hacen confiar su futuro y el de los españoles exclusivamente a los fondos europeos, como únicos salvadores de la debacle.
Mientras tanto, el resto de dirigentes de la UE habrán hecho todo lo posible para intentar salir de una crisis energética sin precedentes, aún a costa de dar marcha atrás en un proyecto que es muy loable, pero ha demostrado ser demasiado ambicioso en el tiempo.
No se trata de dar la espalda a la lucha contra el cambio climático, como parece entender el Gobierno español la propuesta de Von der Leyen, sino no de no dar la espalda a la realidad que ha dejado patente este año pasado: Europa no puede cumplir sus objetivos sin apoyarse especialmente en la energía nuclear.
UNA ATMÓSFERA SIN FRONTERAS
La actitud del Gobierno español es criticada por los partidos de la oposición y por muchos sectores económicos que no la entienden. El Gobierno debería mostrar la flexibilidad de la que está haciendo gala la UE, tras la convulsión energética de 2021 y los pronósticos poco esperanzadores para 2022.
Además, el cambio de actitud de Europa es un claro ejemplo de la resiliencia de la que tanto presumen los mantras ‘verdes’ del Gobierno. Porque lo valiente aquí es asumir que hay que rectificar y adoptar medidas pragmáticas y razonables, en lugar de ideológicas e irrealistas.
Porque, ¿de verdad alguien piensa que si existiera un accidente nuclear en alguno de los reactores franceses próximos al País Vasco, no le afectaría a España? La atmósfera no está compartimentada por países, no entiende de fronteras.
La contaminación de China se sufre en otros lugares, y la nube radioactiva producida por el accidente de la central de Chernobyl llegó prácticamente a toda Europa salvándose milagrosamente la Península Ibérica, pero quedándose a pocos kilómetros de las Islas Baleares.
Por cerrar todas las centrales nucleares, España no estará libre de la radiación derivada de un escape en una central de alguno de los países próximos, especialmente Francia. Y, lo cierto es que, para acabar comprándole al país vecino ese mismo tipo de energía y asumiendo ese supuesto peligro si llegara, la razón debería imponerse para luchar con sus mismas armas y prolongar la vida útil de los reactores con los que todavía cuenta nuestro país.