Clases de comedia y salud mental con Ignatius Farray, Ángel Martín y Elsa Ruiz

Rosa de Luxemburgo decía hace siglo y pico que «el que no se mueve no escucha el ruido de sus cadenas» y nuestro filósofo contemporáneo Ignatius Farray asegura que «el humorista es el que baila encadenado a las risas de la gente».

Esa adicción, y por lo tanto esclavitud, apartó de los escenarios a Millán Salcedo en el momento más exitoso de los Martes y Trece y también ha contribuido a forzar el freno que ha tenido que activar Ignatius Farray, que lleva dos semanas fuera del circuito profesional y ha tenido que aparcar la gira promocional de su último libro.

El cómico canario se ha visto obligado a ausentarse de los podcast que protagoniza, el nuevo ‘Payasos y fuego’ que comparte con Inés Hernand, y el ya contrastado ‘La vida moderna’ que disfruta con David Broncano, que anunció la pasada semana que su compañero requería «descanso», y con Héctor de Miguel, que recordó que el propio Ignatius había reconocido días atrás que había tenido «una recaída en un proceso de recuperación de este tipo», en relación con los problemas de su compañero con el alcohol.

LA ‘COMMEDIA’ SALVÓ SU VIDA

Ignatius dice sin ápice de ironía que la comedia salvó su vida. El cómico español favorito para los cómicos ha ensanchado las paredes acolchadas de la ‘commedia’ e irradia libertad con sus teorías sobre, por ejemplo, la hipocresía conservadora o el elitismo de la izquierda.

Farray se exorcizó en su anterior libro, ‘Vive como un mendigo, baila como un rey’, que se ha convertido en una de las obras literarias más vendidas en España del último año en el área de no ficción.

ELSA RUIZ

La OMS asegura que una cuarta parte de la población mundial sufre problemas mentales en algún momento de su vida y este porcentaje previsiblemente sea mayor en profesionales tan expuestos a la presión social como los cómicos, véase Robin Williams o Jim Carrey.

También sufre esta presión vía redes Elsa Ruiz, que esta semana anunciaba que deja temporalmente el espacio ‘Sobreviviré’ que emite Mitele porque tiene intención de ingresarse «en el área psiquiátrica de un hospital y voy a dejar todo lo que hago». «Tengo que recomponer mis trozos, buscar algunos, pero un trocito de mí siempre va a estar aquí, con vosotros, y espero volver pronto», asegura.

La madrileña fue muy generosa en su intervención y reconoció que hace dos meses se intentó suicidar «tomándome dos blíster de pastillas y estuve ingresada. Y el domingo pasado, tuve que ir a Urgencias porque tenía varios ataques de ansiedad que no lograba bajar».

Ruiz achaca sus problemas al acoso que sufre en redes sociales y que reconoce que le ha afectado mucho «en lo personal y en lo emocional. La psiquiatra me ha sugerido que tengo que ingresarme. Las voces en la cabeza son horribles, son algo asqueroso«.

VOCES

El genio Pablo Larraín ha mostrado de forma magistral los problemas mentales que arrastró Lady Di en el magistral film ‘Spencer’, disponible en los cines. La princesa de Gales ve y escucha al fantasma de Ana Bolena.

Otros fantasmas también susurraron al oído de otro cómico, Ángel Martín, que ha roto su hermetismo vital con un triple salto literario llamado ‘Por si las voces vuelven’, en el que explica su internamiento en un hospital.

«Hace unos años me rompí por completo. Tanto como para que tuvieran que atarme a la cama de un hospital psiquiátrico para evitar que pudiera hacerme daño. No tengo ni idea de cuándo empezó a formarse mi locura. A lo mejor nací genéticamente predispuesto. A lo mejor fui macerando una depresión al callarme ciertas cosas por no preocupar a los demás. O a lo mejor simplemente hay cerebros que de la noche a la mañana hacen crac y se acabó«, asegura.

Martín en 2017 consumía de manera habitual marihuana, éxtasis y alcohol. «No creo que las drogas fueran el detonante, pero desde luego no ayudan», señala.

Esta opinión es compartida por el autor de uno de los libros del año, Javier Giner, que vomitó su paso por las clínicas de desintoxicación en ‘Yo, adicto’. El cineasta teoriza sobre la culpa judeocristiana, su orientación sexual o la baja tolerancia a la frustración tras haberse comenzado a despertar de la pesadilla el día que su madre tuvo que llevar 800 euros al hostal en el que estaba encamado y colocado con tres chaperos.

Giner rompe clichés, se muestra orgulloso de poner una bengala de esperanza a las personas que sufran un proceso similar (y no se atrevan a pedir ayuda por vergüenza), y explica que el «adicto no es el que consume, sino el que no puede dejar de consumir aun cuando esté destrozando su vida. Estar enganchado a las drogas no es la adicción, sino el síntoma de la adicción. La verdadera enfermedad es emocional».

También cree que «el proceso de superar la adicción es el de aprender a quererse a uno mismo. Y al aprender a quererte a ti mismo, aprender a querer a los demás. Y aprender a perdonarte a ti mismo y, por reflejo, aprender a perdonar a los demás».