Clubhouse: la red que triunfa porque sabe que nos gusta sentirnos especiales

Después de que las redes, (sobre todo Twitter), se enterasen de que algunos famosos y multimillonarios como el actor Ashton Kutcher, los magnates Mark Zuckerberg y Elon Musk o el rapero Kanye West se habían adherido a una enigmática y desconocida red social en la que charlaban unos con otros públicamente, el interés por esta se disparó en solo unos pocos días. Parecía que de pronto las personas más inteligentes o los empresarios más importantes de Norteamérica se habían puesto de acuerdo para unirse a Clubhouse, para hablar indistintamente de gustos musicales, de la vida o de consejos financieros.

En seguida, mucha gente quiso entrar en Clubhouse. El problema: desde su lanzamiento hasta el momento solo puede accederse por invitación, y está disponible únicamente para iPhone. Un aura de exclusividad rodeaba a la red, dentro de lo que, además, parecían estar cociéndose conversaciones de lo más interesantes; ¿podría estar Elon Musk hablando del secreto del éxito y yo sin enterarme?

Elon Musk ha sido un gran potenciado de la fama de esta red social, al promocionarla por Twitter el pasado en enero anunciando que se uniría a una conversación con otros inversores. Sin embargo, la propia estructura y funcionamiento de la app ha ayudado mucho en su meteórico camino al éxito mediático. Así lo cree José Antonio Alguacil, CEO de la agencia publicitaria Ilusion Labs y experto en marketing, que ofrece a MERCA2 algunos insights y opiniones sobre el estallido de la nueva aplicación.

Clubhouse ha llegado en un «momento adecuado», explica Alguacil, en contexto de la pandemia y de la existencia de un vacío en el mercado de redes sociales, arropado por el triunfo del podcast. Enfocándose en la voz como elemento principal, la app mezcla «la fama, el podcast y el talkshow«, con una capacidad de intervención por parte del público que resulta atractiva:

Pero el factor ‘sólo para iPhone’ (aunque los desarrolladores ya están trabajando en una versión para Android), y el hecho de que solo se pueda entrar por invitación crean un «elemento de escasez» que atrae a las masas.

«Cuando la gente empezaba en Clubhouse no decían ‘qué guay es’, sino ‘me han invitado'», explica el publicista, relacionando esto con el mercado del lujo. Así, la idea de acceder a un círculo al que no todos pueden entrar, y que está lleno de empresarios, influencers y miembros de la alta esfera social, atraen a cualquiera que quiera parecerse un poco a ellos, aunque sea solo en los dígitos de la cuenta bancaria. 

Aun así, el formato de invitación no es nuevo: «Esa estrategia ya la hizo Facebook hace 10 años», explica Alguacil, recordando que también se necesitaba de invitación para entrar. No obstante, los objetivos cambian y ahora, el crecimiento no viene tan determinado por la cantidad de gente dentro de la plataforma sino por su «calidad».

CLUBHOUSE: FORMACIÓN CONTINUA EN LA ÉPOCA DEL CAPITALISMO SALVAJE

Uno de los síntomas más curiosos que demuestra el interés por la app es el gusto por participar o escuchar a individuos de prestigio o empresarios de éxito, con la esperanza de aprender algo. Precisamente esa sería la función por la que apuesta Clubhouse, «aprender», frente a otras redes que monopolizan otros aspectos (la discusión en Twitter, la estética en Instagram…). Pero este modelo de gurús capitalistas o sociales iluminando al humano medio que busca conocer el truco para llegar a fin de mes desahogado conlleva sus riesgos. Es un caldo de cultivo óptimo para la aparición de vendehúmos y aprovechados varios.

Frente a esto, Alguacil explica que, por un lado, esta búsqueda de inspiración entre la gente «obedece a una falta de referencias. Ves a mucha gente viviendo vidas apetecibles y dices, ¿cómo lo han hecho?». Esto en un momento en el que parece que «todos tenemos que ser emprendedores/autónomos/freelance, y surge la ambición de vender una marca personal, que a Alguacil le gusta más denominar «propaganda» personal. La gente quiere saber cómo aprender, hay cosas que no nos han enseñado en el colegio ni en la universidad», diagnostica el CEO de Ilusion Labs, mencionando los cambios que llevan a necesitar una «formación continua» que no acaba con los cuatro años de carrera.

La red social está plagada de salas de conversación sobre temas como startups, emprendedores, inversiones, criptomonedas, optimización… No obstante, también hay artistas, músicos, actores o incluso «astrólogos» echando las cartas.

Así, Clubhouse se convierte en un «podcast abierto» que ha atraído a un público «maduro» interesado por aprender sobre cualquier tema, aunque también el miedo a quedarse fuera de onda (fear of missing out) juega a favor de la app.

VENDEHÚMOS

Respecto a los vendemotos, Alguacil señala: «En 2010, aparecieron muchos gurús que hablaban con statements absurdos… y esa gente desapareció. Ahora han vuelto, y están en Clubhouse», opina el publicista. Pero aunque Clubhouse sea una oportunidad para ellos, la gente se aburre del humo, cala solo entre gente empezando en alguna materia, que cuando adquiere mayores conocimientos, sabe diferenciar lo legítimo de lo absurdo, explica el CEO.

Surfeando la ola del triunfo del podcast, no puede obviarse el hecho de que la escucha es una acción «pasiva», que facilita que podamos estar escuchando algo mientras lavamos los platos o hacemos otra tarea, cosa que potencia más el producto que ofrece Clubhouse, la conversación.

Finalmente, preguntando a Alguacil sobre cómo se adaptarían a Clubhouse influencers de ámbitos en apariencia menos dados al debate, como la moda en Instagram o, en general, ‘el mamarracheo’, el publicista no cree que Clubhouse pueda verse como una isla que vaya a quedar apartada de este fenómeno. «Todo experto en el campo que sea tiene algo que decir» señala. Que Clubhouse esté dedicada a la voz «no quiere decir que no sea de imagen», explica, advirtiendo que los influencers linean sus redes unas con otras, buscando comunicar flujos entre ellas.

En los últimos días, se han expresado preocupaciones sobre cómo se moderará el contenido en la app, dado lo difícil que resulta controlar el lenguaje hablado frente al escrito, que las RRSS veteranas ya controlan al dedillo con algoritmos.