La biomasa como parche residual o por qué desaparecerá con el paso de los años

La biomasa, como forma de obtención de energía, ha cumplido bien con su cometido en el última década para avanzar en la transición energética. Al fin y al cabo, su uso ha permitido amortizar decenas de centrales de carbón. Una labor que seguirá satisfaciendo en los próximos años, mientras su papel se vuelve poco a poco más residual. Así, hasta que prácticamente desaparezca. En un primer momento, como materia prima para la generación de energía eléctrica. Más tarde, como ingrediente fundamental para calentar los hogares.

Lo anterior, se puede apreciar con más fuerza en España. El Gobierno ha sacado la hoja de ruta de subastas energéticas hasta 2025, un plan en el que la biomasa está presente pero de forma residual. Así, la potencia mínima asignada es de unos 380 MW, por detrás incluso de la termosolar. Una cifra, además, muy similar a la que se sacó a concurso allá por 2016. En otras palabras, el ejecutivo (y Europa) no han visto el potencial suficiente en ella para darle un mayor peso de cara al futuro.

El gran problema de la biomasa siempre ha sido que no es capaz de ofrecer la suficiente energía para transformar la sociedad. Hoy en día todavía lo sigue siendo. Podemos retroceder cientos de años atrás, cuando la madera todavía era la materia prima preferida por el ser humano. La quema de dicho material proporcionaba luz, calor y permitía una mejor digestión de los alimentos. Pero no fue hasta que empezamos a utilizar materiales fósiles, primero carbón y después petróleo y gas, hasta que la sociedad logró avanzar realmente. Con ellos, en apenas un par de siglos evolucionamos más que en miles de años.

En la actualidad, los límites de la biomasa son todavía más evidentes. Al fin y al cabo, esa enorme diferencia de poder energético entre los combustibles fósiles y las madera se explica en los años que han estado absorbiendo energía del medio ambiente. Así, la relación es muy sencilla cuando hay una combustión: a más años, más julios (medida básica de energía) se liberan. Por ello, si queremos extraer de la madera grandes cantidades de energía no queda más remedio que quemar una mayor cantidad de la misma para igualar esa diferencia. A grandes rasgos es lo que se conoce como poder calorífico.

BIOMASA, MÁS UNA ALTERNATIVA POLÍTICA Y ECONÓMICA QUE ECOLÓGICA

Pero quemar más de algo presentaba complicaciones hace siglos que iban desde el transporte al tamaño del recipiente donde se incineraba. La pregunta era: ¿Para qué transportar un kilogramo de madera si con uno de carbón consigo tres veces más de energía? Hoy se sigue una lógica similar aunque se añade un problema adicional, y es que una mayor quema implicaría perder su etiqueta de materia neutra en emisiones. Por raro que parezca, hoy en día la Unión Europea considera que quemar biomasa no es perjudicial para el medioambiente.

El argumento es simple, pero razonable: la madera que se usa en una central eléctrica proviene de bosques debidamente gestionados, entonces ese carbono que sale de la chimenea puede compensarse con el que se captura y almacena en los árboles recién plantados. La clave está que el CO2 que se libera se ha captado durante pocos años por lo que puede reabsorberse. Mientras que los combustibles fósiles liberan carbono que ha estado acumulándose durante miles de años, lo que hace imposible su asimilación. Ese planteamiento tan sencillo, se retroalimentó cuando intervinieron los agentes económicos y políticos.

Así, fuerzas políticas verdes, empresas privadas y Gobiernos fueron a una en la defensa del uso de la biomasa. Los primeros porque realmente pensaban que era neutra, los segundos porque vieron que quemar madera junto al carbón era una forma muy barata de salvar sus plantas de carbón y los terceros porque se dieron cuenta que era la única manera real de cumplir los objetivos de energía renovable. De hecho, el volumen de ayudas durante la última década se disparó, lo que llevó a grandes empresas a dar un paso al frente. La alemana RWE fue de las primeras en convertir una central de carbón, Tilbury B, en una de biomasa. Drax fue a más y transformó hasta la mitad de sus centrales.

ENERGÍAS DE RESPALDO HASTA QUE DESPEGUE LA ENERGÍA SOLAR

En el caso de Drax, para 2016 lograba cerca de tres veces más de dinero solo a través de ayudas públicas de lo que ganaba en 2012 con todo su negocio. Pero nunca fue una solución real, dado que la propia definición de energía neutra implicaba sus limitaciones. Para obtener más energía había que quemar más madera, para igualar el poder calorífico, lo que imposibilitaba físicamente la absorción por parte de los bosques. A parte de otros problemas como la tala descontrolada o las emisiones indirectas al transportar la materia prima.

Por todo ello, simplemente se ha tratado de un parche. De nuevo, como hace siglos, es la antesala de una revolución profunda que debe volver a cambiar el mundo: la verde. Más en concreto, el desarrollo de la energía solar. Al fin y al cabo, un mundo sostenible es un mundo electrificado y la gran baza es el sol. De hecho, incluso los defensores más acérrimos de la biomasa no les queda más remedio que aceptar que toda la energía que podemos obtener de la biosfera proviene de esta bola de fuego. Ser capaz de aprovecharla supone, simplemente, eliminar un intermediario.

Más allá de esa especificación, hay que entender que el sol irradia más energía a la Tierra en un par de horas de la que toda la humanidad consume cada año. El problema es saber controlar, transformar y almacenar esa ingente cantidad de recursos energéticos. En ello estamos ahora y será un proceso largo, por ello, la biomasa o la eólica son imprescindibles todavía al diversificar la generación. Pero pocas dudas caben que de cara al 2050, como se habla, un mundo profundamente electrificado es inconcebible sin un gran desarrollo de la energía solar. Para entonces, la biomasa habrá desaparecido.

Pedro Ruiz
Pedro Ruiz
Colaborador de MERCA2