Si Audrey Hepburn fue la imagen de los diamantes durante el siglo XX, Martin Roscheisen aspira a serlo en el XXI. La actriz lo logró como vivo ejemplo de todo aquello que proporcionaba, en forma de lujo y estatus, poseer dicha joya. En el caso de Roscheisen, su aspiración pasa por convertirse en el gran agricultor de diamantes éticos, de la mano de nombres como Leonardo Di Caprio. Al final, ambos son modelos de lo que demanda la sociedad en cada momento. En los sesenta, la tendencia predominante era el capitalismo de consumo, mientras que ahora reina la sostenibilidad y la concienciación ética.
Y, hay pocos productos en el mundo con un pasado con tanto hedor a maldad y codicia como los diamantes. Quizás solo igualado por el petróleo, para el que la sociedad ya tiene planeado su final. El patrón común de guerra, sufrimiento y explotación que han seguido muchos de los países con grandes yacimientos ha provocado gran parte del problema. Otra, la ha generado la utilización de dicha joya como forma de pago para el blanqueo de dinero y la financiación del terrorismo. Aunque en 2003 unos 75 países vinculados a la cadena de suministro de diamantes se aliaron para un lavado de cara, en el conocido como Proceso Kimberley, nunca se ha conseguido romper con las sospechas.
De hecho, en 2016 una serie de ONGs se quejaron amargamente sobre la indulgencia de muchos de ellas en la venta de diamantes dentro del conflicto de la República Centroafricana. En dicho contexto, Roscheisen emergió como una figura capaz de dar una respuesta diferente a un conflicto que el paso de las décadas no ha conseguido cerrar. Así, unos meses después, el alemán presentó la startup en la que llevaba trabajando muchos años: Diamond Foundry. Una compañía que presumía de ser capaz de crear diamantes de forma más rápida, más eficiente y rentable que el resto de la industria. Además, logrando que fueran indistinguibles de los naturales.
CREANDO DIAMANTES EN EL CORAZÓN DE UNA ESTRELLA
Roscheisen que fue compañero de clase de los fundadores de Google, Sergey Brin y Larry Page, tuvo en algún momento aspiraciones más mundanas que revolucionar la industria de los diamantes. En concreto, fundó la compañía Nanosolar para liderar la fabricación de paneles solares en Silicon Valley. Aunque pronto descubrió que era demasiado difícil competir con China. Así, pocos años después aparcó su sueño tras despedir a casi toda la plantilla. Pero aquella experiencia le sirvió como base para edificar lo que hoy es Diamond Foundry.
Así, la tecnología creada hace muchos años para fabricar células solares se ha convertido en una parte esencial en su nuevo negocio. El otro gran desarrollo en el que se basó fue el de la creación de chips de silicio. El desarrollo combinado de ambas posibilitó que Roscheisen fuera capaz de construir un tipo de reactor de plasma capaz de alcanzar la temperatura del sol y hasta diez veces más potente que cualquier otro creado en la industria. Una herramienta vital para el cultivo de diamantes en laboratorio y para que su firma sea capaz de hacerlos crecer hasta 150 veces más rápido que sus competidores.
La simbología de cultivar diamantes viene de la propia tecnología que ya utilizaba hace más de una década Roscheisen en Nanosolar, la deposición de vapor químico. En el proceso interviene el reactor de plasma, que actúa como tierra de cultivo, junto con una pequeña porción de un diamante natural que hace de semilla. A dicha partícula se la riega con gases atomizados que producen átomos de carbono que se adhieren a la misma haciendo crecer la joya. Finalmente, el diamante se puede cortar y pulir como cualquier otro, obteniendo una gema que es casi imposible (salvo para geólogos expertos) de distinguir de los tradicionales.
UN CAMBIO EN LA ESTRUCTURA DE LA DEMANDA EN EL SECTOR
El deseo de recrear diamantes en un laboratorio no es nuevo, sino que se lleva haciendo desde 1950. Al fin y al cabo, su materia prima, el carbono, es el elemento más común del universo. Las fórmulas que se han empleado desde entonces son distintas y van desde la replicación de las condiciones naturales, elevada temperatura y presión, a la detonación de explosivos o utilizar ultrasonidos (capaces ambos de generar nanocristales de diamantes de una micra). Pero, al final, la gran baza de la compañía que dirige Roscheisen es que ha generado una tierra de cultivo para los diamantes mucho más fértil que ninguna otra.
Diamond Fundry explica que puede cultivar entre 150 y 300 gemas en un lote en apenas dos semanas. Una característica que permite que sus precios sean menos costosos que los de sus competidores mineros, aunque la competencia les pisa los talones. Una de las firmas que más han crecido en los últimos años y se ha convertido en una amenaza real es Ada Diamonds. Aun así, el gran reto para el futuro será el de encontrar compradores para sus gemas. Roscheisen cree haber encontrado un nicho importante al dotar a su marca de un aura de ética y sostenibilidad.
Pero quizás no sea suficiente. De hecho, la industria del diamante lleva en horas bajas desde 2016. La excusa oficial fue la contracción de la demanda China, pero el problema de fondo es que el producto ha dejado de ser demandado por las nuevas generaciones. Ahora, los gustos de la generación millennial ocupan la mayor parte de su presupuesto, lo que relega al resto a un segundo plano. En esta combinación, los diamantes, que requieren una aportación dineraria generosa, cae varios escalones por debajo. En definitiva, todo el sector debe rearmarse para poder mirar al futuro con esperanza. Quizás, en esto Roscheisen y sus diamantes éticos tengan un impacto diferencial.