El enigma de la Fórmula 1: pasarela de moda o cementerio de elefantes

En 2021, Aston Martin volverá a la Fórmula 1. Meses atrás, Renault ratificó su plaza en la misma. McLaren sigue al pie del cañón, también. Mientras, que Alfa Romeo arrancó, de nuevo, su aventura en 2019. Todas ellas, comparten una curiosa similitud: han priorizado antes su participación que su viabilidad económica en los próximos años. De hecho, todas ellas han coqueteado con la quiebra en los meses más duros de la pandemia, incluso la segunda ha tenido que ser rescatada por el Gobierno francés. Una extraña preferencia que, eso sí, muestra el poder publicitario y de mercado dentro del mundo del motor que posee la Fórmula 1.

La historia se vuelve a repetir. En realidad, no es algo nuevo que las marcas de automóvil acudan a la Fórmula 1 en momentos de fuerte caída de la demanda, como si la competición encarnase la resurrección de Lázaro. De hecho, en el año 2000 se sumaron al gran circo nombres como BMW, Honda o Ford bajo el nombre de Jaguar. En 2009, reapareció Mercedes, aunque salieron otras. Al final, ante un exceso de oferta en el mercado maduro del automóvil o una reinvención de la firma (como espera Renault), las marcas necesitan más que nunca la asociación automática del consumidor con la emoción para dar un aura a sus prototipos.

Una asociación que ha materializado distintas formas de negocio. Para unas, como BMW o Mercedes, les ha conferido un estatus de conducción deportiva. Con ello, ambas han sido capaces de vender sus coches más pequeños y producidos en masa, que no llevan ni su motor, a precios sistemáticamente más altos. Para otras, como McLaren, les ha dado la oportunidad de venderse como una firma de superpotencia e ingeniería distinta al resto. Mientras, que a Ferrari, la marca de referencia en la competición, le ha erigido como marca top al combinar la velocidad con el diseño y los títulos. Ahora, la firma del cavallino rampante es la más rentable, con mucha diferencia, en todo el sector.

LA FÓRMULA 1, COMO UN CONTINUO SPOT DE TELEVISIÓN

En la competición automovilística existe una frase recurrente que viene a decir que quien gana el domingo vende el lunes. Un poder de persuasión que tiene en la Fórmula 1 a su gran exponente y, es que, cuando se analiza con detalle se aprecia más como un certamen de belleza y ostentación que como una carrera a cara perro. Su poder reside en que su espectáculo fue diseñado principalmente para ser televisado como un continuo spot publicitario. Una característica que potenció como nada su alma máter, Bernie Ecclestone, y que siempre ha sido un reclamo para marcas automovilísticas, patrocinadores y  audiencia.

Así, la característica principal es que el 90%, incluso más, del tiempo los bólidos aparecen enfocados uno a uno. Un elemento que por ejemplo en la Nascar es impensable y que intenta perseguir los rallies, pero a los que le falta la emoción de los adelantamientos. A todo ello, ayuda la especial configuración de los circuitos. Las curvas, a diferencia de los grandes circuitos estadounidenses son infinitamente más estrechas, lo que obliga a los bólidos a formar hileras. Una segmentación que luce con más fuerza cuando las inacabables rectas, que recuerdan a las pasarelas de moda, permiten a cada vehículo exprimir su motor.

Además, no hay que olvidar que las tácticas de carrera y la aerodinámica, construidos para seguirse la estela y los rebufos, de los coches refuerzan esa idea. Por último, el glamour y el lujo es otra parte imprescindible. Quizás, no hay mejor reflejo de todo ello que el Gran Premio de Mónaco donde los adelantamientos son a cuentagotas, pero muy intensos. Unas finas obras de ingeniería con motores como los aviones, solo que su aerodinámica es al revés, les pega al suelo en lugar de hacerles despegar, por las calles de una de las ciudades con más encanto de Europa. A lo que se une la batalla por la velocidad en Monza o el glamur y la ostentosidad de los grandes premios en los Emiratos Árabes.

DEL ÉXITO AL FRACASO Y VICEVERSA

El poder de atracción de la competición, en especial en su versión televisiva, siempre ha sido su mayor reclamo. A principios de siglo, las retransmisiones alcanzaban audiencias no vistas en otras modalidades, salvo el fútbol y el béisbol en EEUU, ni siquiera la NBA, más tras la marcha de Michael Jordan, era capaz de hacer frente a la Fórmula 1. Aun así, el éxito nunca ha estado asegurado para todos los actores que han formado parte de ella. De hecho, las retiradas han sido notables también.

La difícil crisis del 2009 borró el nombre, que no su participación, de dos grandes firmas como era BMW u Honda. Lotus o Jaguar fueron otras firmas reconocidas que lo intentaron. Ahora, Aston Martin probará fortuna por consolidarse en el panorama actual pese a que ha perdido cerca de un 95% de su valor bursátil y flirtea con su séptima bancarrota. El proyecto de McLaren fuera de las pistas, donde ha pretendido implementar un valor de marca de alta ingeniería y potencia descontrolada, tampoco ha cuajado.

Ambas, en los meses más duros de la pandemia llegaron acumular más de un 70% de probabilidad de impago de su deuda. Por su parte, la llegada a la Fórmula 1 de Alfa Romeo no le ha ayudado ha remontar sus ventas. Además, la fusión entre Fiat y PSA le hará todavía más daño en el mercado italiano. La compañía pretende que su nuevo SUV, Alfa Romeo Stelvio, y su versión más pequeña, el Tonale, junto a la publicidad de la competición cambien su triste dinámica, pero eso parece todavía lejos de darse.

Por último, el histórico Renault aguantará en la parrilla, pese a anunciar recortes multimillonarios y aunque su narrativa es más difícil. La multinacional gala pretende recuperar los ecos del pasado, con Fernando Alonso tocó el cielo, pero el verdadero reto será el de recuperar la viabilidad como compañía. En definitiva, la lista de fracasos que lo intentaron en la Fórmula 1, que es bastante más larga que la de éxitos, se cobrará próximamente nuevas víctimas.

Pedro Ruiz
Pedro Ruiz
Colaborador de MERCA2