Una tarjeta adornada con el logotipo de Visa. A simple vista no es más que un pedazo rectangular de plástico de 8,5 centímetros de ancho por 5,8 de alto. Pero en realidad es mucho más que eso. Se trata de un avezado mayordomo encargado de transportar nuestro dinero, depositarlo en la cuenta adecuada tras una compra o prestárnoslo cuando lo necesitamos. Todo ello, proporcionándonos una gran seguridad. Por eso, la compañía se ha granjeado la confianza de millones y millones de personas, el verdadero éxito de una empresa. Hasta el punto de que hace no mucho se convirtió en la firma financiera más valiosa del mundo.
En todas y cada una de las atribuciones de ese pedazo de plástico radica la clave de la compañía. Al fin y al cabo, una empresa no es un producto, debe ser una respuesta eficiente a un problema real de las personas. Al igual que Visa no es una tarjeta de crédito, sino la solución a uno de los grandes problemas de la humanidad: transportar de forma segura todo nuestro dinero (o método de pago usado). Aunque luego haya diversas derivadas como que es más fácil ejecutar el pago, al no entregar nada a cambio se estimulan más las compras o es una forma sencilla de obtener más dinero (a crédito).
El axioma inicial de Visa muchas veces se confunde con otro que viene a decir que su utilidad es la de servir de complemento al efectivo. El error viene de la historia de la creación de la primera tarjeta reconocida, Diners Club, por parte de su inventor Frank X. MacNamara. El relato señala que la idea nació durante la cena en un restaurante, de ahí el nombre, cuando al realizar el pago se dio cuenta de que había olvidado llevar suficiente dinero. Pero al igual que esa no fue la primera tarjeta, décadas antes ya se había utilizado en gasolineras y supermercados, tampoco es ese realmente el fin último de la compañía. Un hecho que parece trivial, pero es realmente importante en el negocio.
UN USO RÁPIDO Y SENCILLO Y EL CÍRCULO VIRTUOSO CREADO
El matiz de que una tarjeta de crédito es un producto que sirve para transportar todo nuestro dinero es vital para el negocio a su alrededor. Así, una vez que hemos gastado todo podemos seguir comprando, pidiendo pequeños créditos que se articulan en la tarjeta. Todo es rápido, sencillo e indoloro. Unas características vitales para que la economía de todo el mundo fluya: los bancos, sus creadores, ganaban con los intereses, la propia Visa gana con el hecho de que haya más transacciones y los comerciantes se aprovechan de una mayor demanda apoyada de la que existiría sin ellos.
El ciclo anterior, que en países como EEUU se ha convertido en un problema, lleva a otra confusión sobre el negocio de Visa. La firma financiera no presta dinero, no necesita correr riesgos, simplemente coordina una red compleja de intermediarios que se interponen entre los compradores y los vendedores.
Todo ese proceso se produce en el espacio de tiempo que esperamos entre que tecleamos el número de seguridad y suena el pitido que se ha aceptado la transferencia. Básicamente, Visa se pone en contacto con los dos bancos y actúa de la siguiente manera: primero pide información a la entidad que realiza el pago (para consultar el saldo disponible), que se la hace llegar al banco que lo recibirá. Una vez este último da el OK, transmite sus datos a la primera para que se ejecute el desembolso. No hay más.
VISA, LA EMPRESA MÁS RENTABLE DEL MUNDO
Una vez la solución al problema está creada, a través de un producto, el siguiente paso es rentabilizarlo. Y no hay nadie mejor en el mundo que Visa (o Mastercard). El grueso más importante de sus ingresos procede de que por cada transacción se queda, aproximadamente, un 3% que puede ser más bajo. ¿Por qué un porcentaje y no un coste fijo? Posiblemente porque es la mejor manera de enfrentarse a uno de los grandes enemigos en las finanzas: la inflación. Pero también cobra, está vez un coste fijo, por su red de seguridad en los pagos, dado que sea más pequeña o más grande debe contar con la máxima seguridad.
Y todo lo anterior se traduce en, probablemente, algunas de las mejores cifras operativas del mercado. Visa conecta a más de 61 millones de comerciantes y tiene en funcionamiento 3.400 millones de tarjetas, prácticamente una por cada dos personas. Además, mueve en un año hasta 9 billones de dólares, lo que supone un 10% del PIB mundial, en transacciones que le retornaron en 2019 más de 23.000 millones de euros. Además, trabaja con unos escalofriantes márgenes del 65%, los ha subido desde el 43% de hace unos años, que deja muy por detrás a firmas como Apple o Amazon que no pasan del 25%.
EFECTO RED COMO MOTOR
Las impresionantes cifras de Visa se consolidan año a año gracias a lo que se conoce como efecto red. Dicha fuerza, que es una de las grandes ventajas competitivas, radica en que su crecimiento es exponencial. Al captar más comerciantes en su red que aceptan su pago, también provoca que más clientes quieran usar sus tarjetas. El círculo virtuoso se agranda por los dos lados, hasta el punto de que genera unas enormes barreras de entrada que imposibilitan que otras empresas puedan hacerle sombra. Así, se ha gestado el duopolio de pagos, entre ella y Mastercard.
Por último, la compañía está en pleno crecimiento continuo. En el principio se explicaba que Visa no es una tarjeta de crédito y cada vez queda más claro eso. Una de las primeras revoluciones llegó la tecnología del microchip jubiló a la banda metálica que, obviamente, no fue por estética. El microchip integra una serie de circuitos electrónicos que ofrecen más seguridad a cada parte. Además, se popularizó que para compras pequeñas no se usaba el pin, una estrategia ingeniosa para ganar cuota de mercado al efectivo.
El siguiente paso ha sido el del contactless cuya característica más importante es que ha hecho que no sea necesaria la tarjeta física. De hecho, Apple Pay o Google Pay son una forma de utilizar Visa o Mastercard sin tarjeta. Que, además, reduce el tiempo de pago y agiliza las compras para que el círculo descrito más arriba, el virtuoso, sea todavía más eficiente y la compañía pueda seguir generando más y más ingresos.