¡Esta es la pregunta clave! ¿Hacia dónde nos llevan? La crisis generada por el dichoso bichito es tan descomunal que la inmensa mayoría de la humanidad que la padece es ya proclive a no cuestionarse nada en materia de responsabilidades de ningún tipo, casi ni las de naturaleza política. Lo que el personal quiere es salir de todo esto cuanto antes y volver a la normalidad que tenía. Pero esa normalidad no va a volver fácilmente; es más: no va a volver, ya que, bien sea porque alguien haya provocado todo esto, bien porque algunos lo vayan a aprovechar para cambiar muchas cosas, el caso es que puede que el tan soñado por algunos “nuevo orden” no esté tan lejos de nosotros. Veamos sólo algunos aspectos:
¿Cuándo -que podamos recordar- ha sido posible recluir en sus casas a tantos y tantos millones de personas? ¿Cuándo ha podido hacerse un experimento así a escala planetaria? ¿Cuándo ha tenido la clase dirigente a mano tan fácil recurso de control?
Los de mi generación no lo hemos vivido y, que yo haya visto en la Historia de la Humanidad, una cosa así no se ha producido en la Era Moderna.
¿Cuánto dinero habrá de ponerse en circulación para que no colapsen los sistemas financieros? Mucho, muchísimo dinero; mucho más dinero que nunca, porque ahora, en pleno Siglo XXI, no es posible decirle a los ciudadanos ¡por ahí te pudras!; y los gobernantes lo saben. ¿Pero qué es lo que hay detrás de ese dinero que los bancos centrales y las distintas naciones van a poner en circulación? ¡Nada, absolutamente nada!. Bueno, ¡perdón!: sí hay algo, que no es otra cosa que una pura y mera fiducia, una “convención” colectiva para aceptar que los apuntes contables de esos bancos centrales y, por traslación, los de las entidades financieras convencionales representan el valor nominal allí registrado y el que figure en los billetes y monedas en circulación. ¡Pero menos da una piedra!, ¿verdad? ¿Cuál es la diferencia entre las fábricas de moneda de los bancos centrales actuales y la que tenía, por ejemplo, la República de Waimar? Pues una única, la de que, ahora, todos hacen lo mismo y, en los felices años veinte, sólo lo hacían los alemanes abrasados por las deudas de la postguerra; porque, entonces, los demás estaban referenciados al patrón oro, a las reservas de divisas, y los “alemanitos” que perdieron la Primera Guerra Mundial padecían la inmisericorde presión de los ganadores, presión que -no lo olvidemos- estuvo en la génesis del nazismo.
Pero ahora no; no se preocupen, que todo va a estar en manos de quienes no han sabido reaccionar a tiempo frente al coronavirus y que tendrán que intentar hacerse perdonar los fallos con ríos de dinero, ¿o no es así?
¿Y va a ser gratis todo eso, va a resultar tan sencillo? ¡Ni lo sueñen!
En primer lugar, porque quienes nos piden (y hablo sólo de las democracias formales) el voto periódicamente, van a seguir haciéndolo mediante la misma pelea de siempre entre ellos, estéril, inútil y estomagante; porque sólo les interesa el Poder por el Poder, aunque luego, las más de las veces, no sepan muy bien qué hacer con él. Pero, en segundo término, porque hay muchas cosas que van a quedar en el imaginario colectivo y va a haber no poca gente que quiera cobrar las facturas a corto plazo; me refiero a las facturas de la ineptitud y de la inoperancia (yo me cuento entre ellos).
Pero nosotros, como sociedad líquida y adormecida, acostumbrada al hedonismo matador de las últimas décadas, ¿vamos a ser capaces también de darnos cuenta de que hay que empezar a prepararse para el futuro? ¿Se creen Ustedes que quienes han tomado buena nota de cómo se puede domesticar a miles de millones de personas van a echarlo en olvido? Yo estoy convencido de que no. Ni el conjunto de la sociedad (y sigo hablando de la sociedad más o menos libre) va a saber reaccionar a tiempo y entender que hay que anclarse en valores más estables que los que nos insuflan a diario, en el mundo convencional que nos meten en vena, ni tampoco los dirigentes mundiales, (me refiero a los que verdaderamente mandan, entre quienes no está ni Pedro, ni los Pablos, ni el “amigo Santi”, ni Dña. Inés del alma mía), esos están pensando en la remoción de todas las barreras que aún quedan para impedirles crear el “ORDEN NUEVO”; ese ORDEN NUEVO que nos hará menos libres con el pretexto de hacernos más felices. Ese Orden Nuevo que, con la big data, controlará nuestros movimientos de toda índole, que nos meterá finalmente de lleno en la boca del lobo para ser un manjar de fácil digestión.
¿Hacia ahí nos llevan? Pues no diría yo que no. Y fíjense: ¿estamos en condiciones de impedirlo? ¡No apuesten a que sí, que es casi seguro que pierden!
Miguel Durán Campos (abogado)