¡Soy rebelde, porque el mundo me hace así!

Alguien, con suma perspicacia y sentido de la anticipación, me dijo hace diez días que esta crisis vírica resituará –recolocará- en el mundo muchas cosas tras su paso. Yo le añadí: “Y también personas y conductas”. Estuvimos de acuerdo los dos.

Este tipo de crisis enseña mucho. De entrada, enseña quién sabe administrar sus miedos y quien, simplemente, es carne del “cañón” de la histeria colectiva. Enseña también quién cumple con su deber, aun arriesgando, y quién se apunta a un bombardeo si con él puede aplicar la ley del mínimo esfuerzo. Igualmente, nos está mostrando que, ante las emergencias, la inmensa mayor parte de los dirigentes no tienen más capacidad de previsión que el común de nosotros, pero con la enorme diferencia de que ellos sí se han postulado para que les demos el poder y, además, lo ejercen (para desgracia nuestra en muchos casos). Y esta crisis nos enseña, una vez más, que la imitación, el mimetismo, el aborregamiento acrítico, son conductas de fácil asunción por la mayoría silenciosa –también por la propia clase dirigente-.

Ahora, según todos nos dicen, no es tiempo de crítica, sino de unidad, de esfuerzo colectivo y unas cuantas frases hechas más. Todo esto, esta sedación de las conciencias, viene muy bien, sobre todo, a quienes lo han hecho rematadamente mal, porque, luego, cuando todo esto pase, sucederá lo de siempre: que, con la alegría de haber superado la crisis, la crítica que después se haga pasará sin pena ni gloria, o con muchísima más pena que gloria.

El presidente del Gobierno nos dice que el “sesgo retrospectivo” (en otras palabras, la crítica a toro pasado) no vale. Pero se olvida de que él, ni en esto ni en otras muchas cosas, puede compararse a un ciudadano corriente y común; él tenía medios suficientes a su alcance para haber previsto todo esto mucho mejor y, sobre todo, tenía precedentes. Si hubiera actuado si quiera sea con base en esos precedentes, otro gallo nos cantaría. Pero no: su esposa, sus vicepresidentes/as, sus ministras/os y demás se fueron la mar de contentos a las “manifasfeministas” del 8 de marzo, avalada por el Portavoz sanitario, Dr. Fernando Simón.

Y después, en horas veinticuatro, apareció el día 9 el Sr. Ministro de Sanidad para decirnos que todo era mucho más grave de lo que se nos había venido diciendo. ¿Hay quien dé más? Pues sí, el propio Gobierno nos ha dado mucho más; ha encerrado en casa a la mayor parte de la población, y ha puesto fuera de la circulación a una importantísima porción del tejido empresarial; ha hecho un “paro de país” que, lo que nos va a doler cuando se muestren sus verdaderas y reales consecuencias, va a ser mucho más que lo que nos duelen ahora estas duras medidas coyunturales.

Pero ¡hay que hacer seguidismo, hay que ser políticamente correctos! ¡Y un cuerno! Hay también personas que no estamos dispuestas a ello, a formar parte sumisa y entregada del “gran rebaño”. Así que empiezo a dar algunas muestras:

Discursos del Sr. Presidente: todos vacíos, émulos desafortunados de un “churchillismo” que no se corresponde tampoco con la realidad.

Medidas adoptadas: cañonazos poco útiles contra una población que se está infectando y que se va a infectar más aún, casi en su totalidad.

Exigencia de responsabilidades: cuando se quiera llevar a efecto, todo se habrá superado, excepto la recesión económica; pero se nos dirá que, si no se hubieran adoptado, las consecuencias serían peores.

Equipos médicos asesores del Gobierno central y de los autonómicos (si los tenían): ¿dónde estaban? ¿Qué hacían? ¿No veían lo que sucedía en China, en Corea, en Italia? ¿no podían haber puesto el turbo en la producción de material sanitario hace, por lo menos, dos meses? Si no podía ser, ¡por lo menos, que lo digan, caray!.

El Rey: no aportó nada nuevo al “churchillismo” imperante; siete u ocho lugares comunes que estamos hartos de oír. Y perdió una gran oportunidad de hacerse realmente cercano al pueblo. Con sólo que hubiera hecho una alusión del tipo: “en estos momentos en los que, además del coronavirus, sigue habiendo problemas familiares, hemos de ser todos aún más solidarios entre nosotros. Como sabéis, yo también los tengo y os pido solidaridad y comprensión”. Si hubiera dicho algo así, se hubera metido en el bolsillo a mucha gente y habría restado mucha fuerza a las cacerolas y a sus impulsores. Pero no; hay que seguir hurtándose a la realidad hasta que ésta le atropelle.

La ejecución de las medidas: ya se empiezan a dar las primeras desmesuras, las primeras desproporciones por parte de las autoridades. Ya empieza a haber multas infumables (no pueden ir más de dos personas en un coche, pero sí pueden ir cien en un vagón del Metro. No podían salir los niños a la calle, pero ahora sí pueden ir al supermercado. No se puede salir a correr, pero en Italia, Francia y Bélgica sí que se puede porque eso es lo bueno para diabéticos y para la salud física y psíquica en general. Sí se podía ir a las peluquerías (que, como todo el mundo sabe, es un servicio que se presta sin tocar al cliente); ahora ya no. No se puede ir ni a poner una denuncia, porque te dice la Policía que no se aceptan, salvo las de delitos flagrantes. En fin: van y nos hacen ir como pollos sin cabeza.

Y, finalmente, las consecuencias: haber parado este país así, como se ha hecho, va a comportar unas dificultades de recuperación que van a causar mucho más dolor, que van a generar una miseria tan grande para tanta gente, que ahí sí que veremos realmente quién es quién.

Al final de este camino, sin duda alguna, veremos cuáles han sido y están siendo los condicionantes extrasanitarios de todo esto; y, entonces, es muy posible que nos tengamos que enfadar mucho más aún. Pero ¡no se preocupen! Entonces, aparecerán para decirnos que, gracias a ellos, esto no ha llegado a más. ¡Y dos cuernos!, políticos –que es lo que nos están poniendo-.

Miguel Durán Campos (Abogado)