Las aglomeraciones en las estaciones de Renfe fue una de las imágenes del primer lunes bajo el Estado de Alarma. Una instantánea problemática dado que el coronavirus, la pandemia que tiene paralizado y en pánico a medio mundo, se contagia única y exclusivamente entre personas y a distancias cortas. Pero, el Gobierno ya ha encontrado solución para tan terrible situación: pedir a los pasajeros que «se separen unos de otros lo máximo posible». Para echarse a llorar.
Entre las muchas medidas que se podrían adoptar cómo aumentar el número de trenes, como cumplir con la cuarentena de verdad, no la bufonada en la que estamos, o haber tomado medidas urgentes (tras más de 11.000 contagios y un puñado de Consejos de Ministros). No, el Gobierno liderado por Pedro Sánchez ha visto más eficaz explicar que lo que les gusta a los españoles en el Cercanías es el roce. Que corra el aire, vamos. Se creerán que es una especie de discoteca.
El problema, probablemente, es que gente de la alta alcurnia como Sánchez y su séquito nunca han viajado en este tipo de transportes. Acomodados por los lujosos coches oficiales, en sus chalets con piscinas (no en un piso de Vallecas) se han olvidado de que los vagones en hora punta es lo más parecido a una lata de sardinas. Todavía se creerán que la gente se agolpa a las 8 de la mañana o antes unos con otros porque les gusta el roce. Otra tomadura de pelo más de un Gobierno al que cada vez le queda más grande la situación.
El artífice de tan elaborado plan, uno no sabe las horas que habrá estado sin dormir para trazarlo, ha sido la secretaria general de Transportes, María Jesús Rallo, quien reconoció que este tipo de agrupaciones de pasajeros no son «deseables», pero tampoco «inevitables», si bien afirmó que se trabaja en «perfeccionar» los protocolos habilitados para que no ocurran, o no duren «más de unos minutos». Vamos, que no de esperen que se va a solucionar el problema. La cuarentena se alargará y no por el virus, sino por la incompetencia.
UN GOBIERNO INFECTADO, COMO REFERENTE
Tampoco se le puede pedir mucho más a unos líderes que han sido los primeros en caer presa del virus. Una situación en que uno no sabe bien si reír o llorar. Aunque, asusta un poco que aquellos que más información al respecto tienen, o debían tener, y de los que dependían las vidas de miles de personas y contener una pandemia mundial les haya llegado a ellos antes que al resto.
El foco es conocido: la manifestación del 8M, que nunca debió haberse celebrado. Pero, que se llevó por delante a Irene Montero y otras tantas féminas que ocuparon la primera línea de la movilización entre las que figuraban Carmen Calvo, Carolina Darias o Begoña Gómez Fernández, entre otras. Y claro, todos poniendo la lupa en los allegados que no son ni más ni menos que el presidente, Pedro Sánchez, y el vicepresidente, Pablo Iglesias. Éste último, capaz de saltarse la cuarentena (sin multa ni detención) para impulsar sus consignas políticas en uno de los Consejo de Estado más tensos que se recuerda.
Aunque luego, haces un ejercicio de respiración. Te calmas. Miras al otro lado y descubres que son igual de (añadir la palabra que se prefiera). Capaces de montar un mitin multitudinario en Vistalegre y acabar todos en la enfermería. Al menos, les pillaba cerca. Pero, bueno así es el país en el que hemos nacido. Menos mal, que la gran mayoría de la gente (muchos de los que tienen que ir en el Metro) se desvive por ayudar y sacar adelante ellos solos una situación no solo compleja, sino que algunos gañanes han ayudado a empeorar. Obviamente, se habla se trata de agentes de la autoridad, personal sanitario (público y privado), cajeras, limpiadoras, obreros y demás. Que exponen su salud para hacer de España un lugar mejor.