Una reunión con los amigos, un alto en el camino o, simplemente, el placer de disfrutar del dorado líquido después de una dura jornada de trabajo. Estos momentos, y otros muchos, son apropiados para tomar una cerveza. Fresquita, hay quien la identifica con el placer de los dioses.
Sin embargo, ese momento dulce puede transformarse en amargo. Eso sucedería en el caso de que su ingesta acabara produciendo gases y molestias digestivas. Un mito con el que siempre se ha identificado a la cerveza. Pero un reciente estudio ha tirado por los suelos esta aseveración.
Porque el consumo moderado de cerveza no es el causante del aumento de los episodios de reflujo gastroesofágico gaseoso. Es lo que, coloquialmente, se identifica con una frase: “Me está repitiendo”. Algo que puede suceder con la comida y con las bebidas gaseosas.
Cuando alguien come, o bebe, el alimento pasa desde la garganta hasta el estómago. Y lo hace a través del esófago. Gracias a unas fibras musculares que conforman un anillo en la parte inferior del esófago, el alimento se encuentra con una barrera que le impide iniciar un camino de vuelta.
¿Qué ocurre si el anillo no cierra bien? Pues que los contenidos del estómago pueden recorrer ese camino de vuelta hacia el esófago. Es lo que se conoce como reflujo o reflujo gastroesofágico.
“En una situación real, la cerveza no parece promover los síntomas dispépticos. Son aquellos que provocan una digestión pesada y de reflujo cuando es consumida de forma moderada”, señala Enrique Rey, jefe del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Universitario Clínico San Carlos de Madrid. Una moderación a la que el doctor pone coto: dos cañas al día para los hombres, y una para las mujeres.
LA CERVEZA REDUCE RIESGOS
Para llegar a esta conclusión, el equipo médico liderado por el doctor Enrique Rey ha utilizado como conejillo de indias a un grupo de adultos, mayores de 18 años, sin síntomas digestivos frecuentes ni enfermedad por reflujo gastroesofágico conocida. El estudio también pone de manifiesto que el consumo moderado de cerveza no provocaría un incremento de los trastornos gastrointestinales o de sensibilidad gástrica que alteren la digestión.
A pesar de ser una bebida procedente de la fermentación natural de sus ingredientes, lo cual podría indicar que sí, el estudio pone de manifiesto que la cerveza no modifica el reflujo gaseoso. Tampoco produce molestias o digestiones más pesadas de lo normal.
“El consumo moderado de cerveza puede formar parte de una alimentación equilibrada debido a las propiedades que le confieren su baja graduación alcohólica y las materias primas con las que está elaborada”, sostiene Rosa Ortega, catedrática de Nutrición de la Universidad Complutense de Madrid.
Otros estudios han dejado claro que el consumo moderado de cerveza podría reducir el riesgo de infecciones producidas por el H. pylori. O que la composición de la microbiota intestinal se modula gracias a los polifenoles, que están contenidos en la cerveza, mediante la inhibición de bacterias patógenas y por la estimulación de una microbiota beneficiosa.
Eso sí, siempre y cuando la cerveza se consuma de madera moderada. El Foro para la Investigación de la Cerveza (Ficye) deja claro que un consumo inadecuado, desproporcionado, puede ser perjudicial para la salud. Tampoco es recomendable si se va a conducir, para mujeres embarazadas o en periodo de lactancia. En estos supuestos, mejor cero, cero.