La historia suele ser caprichosa; más en los negocios. En la actualidad, solemos asociar el éxito a la innovación y ésta, a los descubrimientos científicos. Cuando en realidad nunca han sido lo mismo. Apple no inventó el teléfono inteligente. La primera cámara digital la desarrolló Kodak, allá por 1975. Antes que Google existían otros tipos de buscadores. Quizá, uno de los ejemplos más paradigmáticos de que la innovación, la de verdad que es capaz de ser increíblemente rentable, es el de la aspirina. Además, por mucho que se dé por desaparecida sigue con mucho vigor, todavía deja cientos de millones en las arcas de Bayer. Y lo mejor es que posee una fuerza renovada.
La aspirina no está muerta, ni mucho menos. Su negocio, el más rentable de la historia para cualquier fármaco, ha florecido en los últimos años. Hasta el punto que la farmacéutica alemana ha ingresado más de 2.000 millones por su venta en los últimos años, la cual ha crecido en torno al 2% anual en la última década. Además, su versión ‘Cardio’, que ha demostrado que puede prevenir afecciones cardíacas, se ha erigido en un superventas. De hecho, ha casi triplicado su volumen de facturación desde 2006 al pasar de poco más de 200 millones a acercarse a los 600 millones en 2017.
Con el paso de los años, el fármaco estrella de Bayer fue perdiendo vigencia. Sin saber muy bien cómo, en los grandes cambios no hay puntos de referencia claros, pasamos de tener en el armario aspirinas para el malestar a paracetamol o ibuprofenos. El cambio se dio en Europa a mayor escala que en el resto del mundo; de hecho, en países como México los ciudadanos siguen abusando sin demasiado control de las aspirinas.
Con ello, el medicamento ha sobrevivido como un pilar importante en la facturación de la que es hoy una de las grandes farmacéuticas mundiales. Desde 2006 hasta el 2018, último informe anual, la aspirina ha inyectado en forma de ingresos más de 7.000 millones de euros y su facturación sigue creciendo.
La lección más importante que ha dejado su historia dorada, y que ahora parece olvidada, es que la innovación es la fuerza más importante y decisiva para el progreso. Además, ésta no tiene que ver con inventos extravagantes cómo ahora parecen profetizar todos los manuales sobre nuevas tecnologías, cómo decía el Nobel de Economía, Edmund Phelps, sino la aplicación de dichos desarrollos para forjar nuevos productos en base a otros anteriores, que ya habían demostrado contar con el beneplácito de los consumidores. Apple creó mejores teléfonos, Google un buscador más efectivo o Microsoft un software más eficaz y solvente. En el caso de la aspirina, simplemente se mejoró y acondicionó a su momento una receta con miles de años a sus espaldas.
LA ASPIRINA, UNA HISTORIA DE MILES DE AÑOS
La fecha, el 10 de agosto de 1897, y su creador, Felix Hoffman, aparecen grabado a fuego en la historia de la aspirina. Aunque en realidad, todo viene de mucho más atrás. Bayer, que después hizo lo suyo y fue pionera en muchos apartados, simplemente se benefició de la mayor fuerza existente en el mundo empresarial para que cualquier producto se convierta en un éxito: la prueba del acierto y el error.
Al final, muchas veces no se sabe que producto va a triunfar y cual no, pero si sacas los suficientes y los pones a prueba durante el tiempo suficiente terminas reconociendo los que más triunfan para los consumidores. Así, los miles de años de sabiduría popular y usos medicinales auparon a la matriz de la aspirina, el ácido acetilsalicílico, como monarca de los fármacos.
Las primeras referencias al sauce blanco, de donde procede el armazón principal de la aspirina, se remontan a tablillas de arcilla de los sumerios. También había referencias desde Egipto a China pasando por la Grecia antigua. Todos ellos apreciaban sus efectos analgésicos para el dolor, en especial, para el reuma.
Aunque la historia de la aspirina como tal comienza realmente en 1763, momento en el que Edward Stone, un vicario de Chipping Norton en Oxfordshire, escribió una carta a la Royal Society para hablar de sus remedios para la fiebre y los dolores: un gramo de sauce en polvo con agua para curar la fiebre. Desde entonces, hasta que se descubrió la estructura química del ácido salicílico y se pudo fabricar artificialmente pasaron casi 90 años e involucró distintos nombres como el de Henri Leroux, Raffaele Piria o Herman Kolbe.
El anterior punto, se volvió crítico por un aspecto muy importante: permitió producir dicho compuesto a escala industrial, fue en 1874, y con ello abarató increíblemente su coste. La tecnología, la innovación, democratizó el invento al punto de que una fábrica era capaz de venderlo a una décima parte precio del material extraído de la corteza del sauce. Aun así, tuvo que darse una innovación más, la de situar el nuevo producto en sintonía con la sociedad del momento (una de las lecciones más importantes que se desprenden del libro ‘Innovation and Its Enemies: Why People Resist New Tecnologies’. En ello, Hoffman fue el responsable, ya que consiguió crear una composición que era fácil de digerir y su sabor era agradable (las dos grandes fallas de productos anteriores).
Hasta ahí, la historia del producto. Pero para convertirse en un éxito se necesita mucho más. Aquí entra la pericia de la compañía, el marketing y quizá la suerte. Los entusiastas informes que aparecieron tras las pruebas en el Hospital de Deaconess en Halle and der Saale, antes se había hecho pruebas con animales por primera vez en la historia, dio la pista a Bayer de que tenía algo grande entre manos. Con ello, decidió enviar una información detallada a más de 30.000 doctores, también era la primera vez que se hacía, para que extendiesen su uso. Para 1914, en plena Guerra Mundial, ya suponía una fuente de ingresos y beneficios no vista por ninguna empresa.
EL NUEVO ÉXITO ESTÁ EN SU VERSATILIDAD
Una de claves del éxito para la aspirina siempre ha sido su versatilidad. Una dosis bien podía servir de antiinflamatorio, cómo analgésico de uso general (vale para cualquier dolor o, incluso, para la resaca) y más recientemente se le descubrieron efectos beneficiarios para prevenir ataques al corazón o derrames cerebrales. John Vane, que gracias a su investigación recibió el Nobel y el título de caballero, demostró que la aspirina suprime la producción de hormonas locales conocidas como prostoglandinas. Al eliminarlas, imposibilita que las mismas se unan a las plaquetas del cuerpo e impide que se formen coágulos que desencadenan ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares.
Ese ha sido la última línea de negocio de aspirina que Bayer está explotando, Aspirina Cardio. En 2018, sumó ingresos de 557 millones, aunque por debajo de los 580 millones de 2017, muestra una tendencia de crecimiento positivo. Así, por ejemplo, supone un 20% más que hace cinco años. Pero su evolución es mucho mayor, puesto que en 2006 sus ventas apenas ascendían a los 200 millones, mientras que se espera pasar de los 600 millones en próximos años. De nuevo, innovación y aspirina vuelven a ser más que rentable para la compañía alemana, un aviso para todos aquellos que se habían olvidado de ella.