Javier Pradera vino al mundo en el luminoso San Sebastián tricolor, gateó entre los mimos calurosos del bando triunfante y llevó sus muchos huesos con veintipocos a las cárceles franquistas por practicar el marxismo y pecados similares. Buen viaje.
Pradera fue un hombre de letras: despierto ojeador de las triunfantes editoriales de Polanco e influyente jefe de Opinión de El País, Biblia de la Transición y BOE pagano para el PSOE de Felipe.
El gurú socialdemócrata es el gran protagonista de una obra muy recomendable para estas Navidades, ‘Javier Pradera o el poder de la izquierda: Medio siglo de cultura democrática’, que lanza Anagrama por arte de Jordi Gracia, que aparca los estudios de Dionisio Ridruejo para zambullirse en una piscina climatizada.
PRADERA, EL HECHICERO DE LA TRIBU
Pradera se despedía temeroso el último artículo que firmó en El País porque «la codicia de los mercados internacionales, la obstinación de Angela Merkel, las marrullerías en la sombra de Berlusconi y las incompetencias del resto de la eurozona podrían precipitarnos a los infiernos como hace un siglo».
Unas horas antes de la mayoría absoluta de Mariano Rajoy, 20 de noviembre de 2011, se marchó este Rasputín o «disco duro de la Transición» que tenía, según Gracia, «algo de hechicero de la tribu y algo de tótem enigmático».
En realidad Pradera, según su biógrafo, «fue sobre todo un peligroso hombre de acción y pensamiento. Entre un Malraux sin novelería y un Fouché sin codicia, manejó sus múltiples poderes de modo con frecuencia abrasivo pero nunca intransitivo».
ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
Gracia describe a Pradera, padre junto a Fernando Savater de las Claves de la razón práctica, como «el nódulo más efectivo de la izquierda española» o «el mejor antropólogo de la fauna política de la democracia».
En el prólogo, adelantado por Infolibre, el autor de ‘Javier Pradera o el poder de la izquierda’ asegura que «casi todas sus aventuras vitales nacieron improvisadas, como trenes cogidos al vuelo y a menudo sin cálculo y sin miedo al riesgo».
Y asegura que cuando para él la teoría comunista «dejó de ser operativa y creíble la abandonó para buscar a ciegas o a tientas las rutas que sacaran a la sociedad española de la ucronía franquista y la instalaran en los circuitos de las democracias occidentales».
También afirma que «estuvo siempre mejor informado de lo que exhibía y fue tan escéptico como desdeñoso ante los presuntamente informados o los infatuados por clase y rango; fue ajeno a la cabriola del jactancioso pero también víctima, casi siempre consecuente, de sus sarcasmos corrosivos».
ARTISTA QUE NO RENUNCIA A LA PELEA
Gracia explica que sigue «arraigadísima en mí la impresión de que solo de forma retroactiva hemos empezado a entender, quienes vivimos de niños la Transición, la trascendencia de Javier Pradera como brújula de la izquierda e ideólogo de la socialdemocracia».
Su cuate Fernando Savater aseguraba que Pradera era «un hombre de letras o un artista que no se limita a ejercer su oficio sino que se involucra en el debate político y social» y que «pretende denunciar injusticias, movilizar conciencias ciudadanas y ayudar a ilustrarlas, proponiendo y apoyando soluciones a los males de la comunidad».
CELOS
Luis Balcarce, en esa obra imprescindible sobre Polancolandia (‘PRISA, liquidación de existencias’), recuerda unas palabras de Máximo Pradera, hijo brillantemente lenguaraz del gurú. El presentador de televisión reconocía que «Cebrián era muy buen director, pero siempre estuvo muy celoso de la capacidad intelectual de mi padre, no le llegaba ni a la altura de los zapatos».
«Cebrián tenía muchas virtudes organizativas. Pero como capacidad de pensar era muy limitado. Entonces siempre que podía, siempre que se sentía amenazado intentaba humillar a mi padre. Para Cebrián el editorialista de El País tenía que ser un plumilla a su servicio», añadió Max.
Pradera chinchaba a Cebrián en los despachos con un sarcasmo, «Juan Luis, te quieres quedar con todos los juguetes (con todas las líneas de negocio de PRISA)». Con esta anécdota se evidenciaba que la materia gris no tragaba al narciso.
Y Cebrián en su obra ‘Primera página’ reconocía que, tras lograr que Pradera se mantuviera como columnista de El País tras dejar la jefatura de Opinión por su apoyo al ‘sí’ a la OTAN, se dio cuenta que el gurú no le iba a perdonar su traición: «Su complicidad conmigo y con el periódico en general no volvería a ser la misma». Para alegría de Cebrián, manos libres para heredar y arruinar la viña.