Algo no funciona en Meliá. La cadena de hoteles ha tenido que lanzar un programa de recompra de acciones propias: adquirirá 8,5 millones de títulos por un importe máximo de 60 millones para intentar salir del atolladero. Un pequeño parche para un agujero enorme. La razón es que el valor de la firma dirigida por la familia Escarrer no para de hundirse en Bolsa y, con ello, la probabilidad de sufrir una opa por algún actor importante en el mercado se ha disparado. Aunque en realidad, el problema de fondo es que los inversores, analistas y el mercado en general suspende -con dureza- la dirección y estrategias adoptadas por la dirección.
Meliá Hotels International, como se renombró a la anterior Sol Meliá, es el gran legado que Gabriel Escarrer Julià iba a legar a sus seis hijos. De hecho, hace exactamente un año dio el paso definitivo, aunque la operación empezó a concretarse en diciembre de 2016, tras anunciar una serie de transmisiones patrimoniales y pactos de socios para ceder el control de la cadena hotelera a su familia. Un regalo envenenado. El mercado no solo no se cree el proyecto económico que el fundador ha dejado como pilar de la firma, sino que se ha encargado de ajusticiar la dirección y gestión de la misma a la que apenas la otorga algo de valor.
A la hora de valorar una compañía existe un abanico muy amplio de opciones que van desde el descuento de flujos de caja a otros más objetivos como la suma del valor de las distintas partes. El primer caso es más subjetivo, puesto que cuantificar el dinero que será capaz de generar en los siguientes años no es sencillo, por mucho que se ajuste el modelo. La segunda suele ser algo más objetiva, aunque también depende de cómo se alcance el valor de cada una de ellas. Por suerte, en el caso de las cadenas hoteleras existe una partida imparcial que sirve de base para tal cometido. Obviamente, se trata del valor de los hoteles, el denominado inmovilizado material, al que se le debe añadir los intangibles como el valor de marca, la fidelidad de los clientes o, más importante en el negocio hotelero, la gestión del equipo directivo.
En el caso de Meliá, todos los añadidos al valor de sus hoteles tiene una valoración de 270 millones, pero negativos. Esto es que mientras en su balance aparece que la cuantía de sus edificios y mobiliario es de 1.923 millones, a 30 de junio de 2019, su capitalización bursátil (lo que cree el mercado que vale la compañía) apenas llega a los 1.650 millones. Lo anterior quiere decir, simple y llanamente, que los inversores no tienen en gran consideración, siendo generosos, la gestión y dirección de la cadena hotelera.
La anterior situación es prácticamente anómala en el sector ya que la cotización de firmas como Wyndham, Hilton (también Hilton Grand Vacances), Marriot (junto a Marriot Vacations WorldWide), Intercontinental Hotels o Hyatt están muy por encima, cerca de cuatro veces más de media, del valor de sus hoteles en sus balances.
Además, no se trata de un problema puntual, a veces existen ciertos shocks (muy aprovechados por los inversores value) que llevan a empresas a valoraciones ridículas, sino de una constante generalizada y que parece muy lejos de poder solucionarse. Así, los analistas señalan que el valor tiene una tendencia bajista evidente. El pasado viernes tocó mínimos de cinco años y hace pocos días irrumpió en su accionariado uno de los bajistas, fondos de inversión que apuestan por la caída del precio de los títulos de una compañía, más reconocidos en España y Europa, Marshall Wace, afloró un 0,5% de su capital. Asimismo, la cotización de Meliá lleva prácticamente un año y medio por debajo del coste de sus hoteles y el precio objetivo que le depara la banca de inversión, en su mayoría, no sirve para alcanzar el valor de sus hoteles. No es puntual, sino crónico.
LA IMPORTANCIA DE LA GESTIÓN EN EL SECTOR HOTELERO
En términos generales, la hostelería es un negocio cíclico y difícil. El equipo gestor, formado por la alta cúpula directiva y el consejo de administración, debe calibrar bien algunos apartados vitales como los costes fijos, el nivel de ocupación necesario para mantener la infraestructura. Las localizaciones del portfolio de activos deben buscar un equilibrio en la diversificación, tanto a nivel país como internacional, suficiente para reducir las oscilaciones del ciclo y cambios geopolíticos. En definitiva, no es un negocio fácil, puesto que se debe hilar muy fino. Una exigencia que es difícil de alcanzar cuando, por ejemplo, solo se reúne el consejo de administración seis veces, así ocurrió en Meliá en 2018, muy por debajo de la media que se exige a empresas de tal calado.
En el caso de Meliá, además, parece que se trata de un problema de sobredimensión. Así, para alcanzar unas cifras operativas algo más lustrosas, han sido malas en los últimos trimestres, ha tenido que llevar a cabo una reducción de plantilla del 16% en los últimos seis meses. Aun así, los últimos datos reportados mostraban un crecimiento, apenas del 0,4%, en los ingresos por habitación a nivel global «muy bajos», según la opinión de los analistas de Bankinter. En el caso de 2018, mejoró beneficios y Ebitda, pero de nuevo por la contención de costes mostrando, además, una marcada debilidad por áreas de negocio (no funciona bien la diversificación, vital en el momento del ciclo en el que nos encontramos). Además, aunque la deuda no parece un problema sí lo es cuando se reflejan las nuevas exigencias contables, la NIIF 16, que añade al apalancamiento los arrendamientos.
LA CAPITALIZACIÓN DE MELIÁ ESTÁ POR DEBAJO DEL VALOR CONTABLE DE SUS HOTELES, LO QUE SUPONE UN CASTIGO PARA LA GESTIÓN DE SUS DIRIGENTES
En definitiva, el mercado penaliza con fuerza Meliá porque considera que las decisiones tomadas por su equipo de gestión no han sido las acertadas para abordar los próximos grandes retos como son: la fuerte competencia de destinos alternativos en el Mediterráneo, la existencia de problemas estructurales en los resorts que mantiene en América y el Caribe y la dificultad para seguir aumentando precios en los hoteles urbanos en Europa. Quizás, también consideren que el próximo equipo directivo tampoco sea capaz de dar respuesta a dichos problemas. Aunque eso sí, en 2018 las retribuciones a los consejeros un 32% y a la alta dirección en un 85%.