La historia y acontecimientos que siguen a WeWork, una de las sensaciones en lo que va de 2019, es un relato fascinante que contiene todos los elementos de una gran novela: una idea que va en contra de la tendencia natural, que tiene un malo malísimo (que se está forrando literalmente) y unas intrincadas redes de poder con uno de los mayores bancos del mundo. Ah, y que pierde verdaderas montañas de dinero, pero eso al revés de lo que se piensa, y bajo el prisma del discurso montado alrededor de la compañía no solo es algo bueno, sino que también es señal de éxito para el futuro.
El discurso dominante es que las anteriores métricas, esas que hablaban de rentabilidades para el capital, ya no existen. Bienvenidos al nuevo mundo de las finanzas. En este mundo, una compañía como WeWork tiene una valoración (según ronda de inversiones supera los 42.500 millones, ya que la tasación correspondiente a su debut bursátil llegará más adelante) bastante mayor que Telefónica y no tan lejos de Banco Santander, aunque sus últimos ingresos anuales presentados sean casi 32 veces más pequeños que los de la operadora y 34,5 veces inferiores a los del banco que preside Ana Botín. Obviamente, para ello se debe tener un relato lógico, crear una ficción colectiva, que convenza a los inversores de lo disruptor que es dicho negocio. Un reto difícil a no ser que tengas detrás, bastante pillado por su inversión inicial, a uno de los grandes bancos de inversión del mundo, JPMorgan.
Mucho antes de que nadie, al menos en España, oyese hablar de una compañía que se llamaba WeWork, el banco de inversión ya tenía una parte importante de ella. En concreto, uno de los fondos de JPMorgan compró una participación importante de la startup hace cinco años y desde entonces la firma financiera ha impulsado su crecimiento, de tal manera que ha sido, con bastante holgura, el mayor prestamista de la misma. Pese a que en el último año ha añadido a otro eminente inversor, como es el gigante japonés Soft Bank.
Aunque la relación ha ido mucho más allá, puesto que su cofundador, Adam Neumann, y el consejero delegado de JPMorgan (uno de los hombres más poderosos del mundo), Jamie Dimon, mantienen encuentros con frecuencia. Y claro, así todo es más fácil: «Cuando Neumann se sienta con distintos banqueros de inversión, es conocido que le gusta mencionar casualmente que uno de sus asesores financieros desde hace mucho tiempo es el Dimon», señalaba Bloomberg en un artículo que explicaba la relación de ambos. Incluso la firma financiera ha posibilitado algunas de las pillerías que el israelí le ha provocado a su propia compañía.
Con el respaldo del banco de inversión lo que podría parecer un negocio algo más avanzado de lo que supone una Socimi, o internacionalmente un Reit, se ha convertido en una idea transversal llamada a cambiar el concepto de trabajo. El enfoque revolucionario parte de dos vertientes: por un lado, trabaja sobre la idea de transformar en variables lo que siempre han sido costes fijos (inversiones inmobiliarias y en mobiliario), de tal manera que sin ocasionar realmente un gran ahorro a las empresas si las ofrece una mayor flexibilidad. Por otro lado, se basa en su capacidad de generar networking entre distintas compañías que las permita crecer más rápido retroalimentando el circuito. Además, ha ido contra la idea de que en el futuro se impondrá el denominado teletrabajo.
Las dos anteriores, flexibilidad en costes y networking, son las más destacadas y en las que más ha centrado su discurso, pero también se permitió mostrar en el folleto de salida a bolsa mostró otras vías mucho más extravagantes. Ya se sabe, bajo el paraguas de un gigante cualquier cosa sirve. WeWork asegura tener 149 millones de clientes potenciales, uno por cada escritorio de trabajador que puede colocar en sus infraestructuras, con lo que actualmente apenas aprovecha un 0,2% de su oportunidad total. Por último, aunque esto es ya más de analistas que de la propia compañía como tal (aunque no cierra la puerta), dar alojo a las compañías le permitiría en un futuro ser su propio abastecedor de ordenadores o de materiales, sacándole un margen extra a cada uno.
CUENTAS ESTRAFALARIAS, AMPARADAS POR LOS INVERSORES
En las cuentas que ha presentado WeWork, bueno más bien The We Company que es su matriz, existen tantos asteriscos que es muy complicado quedarse solo algunos. El que más atención se le ha dado, al menos en prensa española, es la capacidad de la empresa para obtener pérdidas, en concreto han sido 2.400 millones en 18 meses. Aunque es preferible, como siempre, acudir a la evolución de los flujos para apreciar que el agujero es bastante más grande, ya que desde 2016 la compañía ha quemado 8.000 millones de dólares (supéralo Elon Musk).
JPMorgan es el gran responsable del éxito en la valoración de WeWork, ya que el banco de inversión está intentando multiplicar la inversión que llevó a cabo en ella hace cinco años
El matiz importante es que para inversores y analistas (incluido el propio WeWork y, por supuesto, JPMorgan) unas pérdidas como las que ha presentado a lo largo de estos años la firma no solo es lo normal, sino que incrementa su valor. El discurso oficial es que la absorción de los costes fijos de todas las empresas que en un futuro trabajaran con la startup requiere de grandes inyecciones de capital e inversiones, por lo que se llega a un punto que se explica que lo raro es que no pierda dinero. Además, todas esas inversiones ya realizadas ayudarán a que futuros inversores en lugar de financiar un posible competidor, simplemente inviertan en la firma. Y visto así, quien dice que no, ¿eh?
El respaldo de JPMorgan también le ha proporcionado conocimiento, o quizás inspirado, a poner en marcha lo que se llama contabilidad creativa (que se conoce como no GAAP) que dicho (de forma suave) es una manera de crear nuevas partidas a través de modificar a su gusto las antiguas en las que no salen muy favorecidas. En este apartado, WeWork va muy adelantada a su tiempo. Así, una de sus medidas estrella es el denominado ‘Community Adjusted Ebitda’ que no solo ofrece los beneficios antes de intereses, impuestos, depreciaciones y amortizaciones, sino que también antes de «los gastos operativos a nivel de edificio y comunidad» lo que incluye: gastos de alquiler y arrendamientos, pagos de tasas, internet o salarios del personal. Curioso, al menos, para una empresa que da servicios a otras, pero bueno si Dimon da el visto bueno, quien se va a atrever a decir lo contrario.
Aunque el último punto, el del malo malísimo que dirige la compañía y se está forrando es el más estrafalario de todos. Neumann, el gran amigo de Dimon, ha utilizado la empresa y su colaboración con JPMorgan para enriquecerse a costa de WeWork. El israelí ha sido capaz de vender a su propia empresa desde el nombre de la matriz (The We Company) por casi 6 millones de dólares, también de alquilar sus propios inmuebles (que compró con préstamos de la startup) a WeWork para que a su vez los mercantilice con contratos con otras empresas, e incluso alguno de ellos directamente los ha vendido a la firma. En total, se cree que Neumann ha sacado entre ventas, alquileres y préstamos hasta 700 millones de euros. Todo ello gracias a que posee el total control de la compañía a través de tres tipos de acciones distinto.