Antonio Brufau: una vida de ambición y fracasos en la caza de su ‘Moby Dick’

El mes de agosto es propicio para leer, ver películas y series, escuchar música o echar un rato delante del televisor. Desde MERCA2 vamos a recomendar a los principales directivos de las empresas que operan en España algunas sugerencias para tener un verano más entretenido. En algunos casos, incluso, pueden extraer buenas ideas para el futuro…

Con Antonio Brufau uno reconoce que nunca ha sabido bien si ha vivido persiguiendo sombras o, más bien, escapando de ellas. Aunque sí parece más que evidente que ha pasado sus muchas décadas en el poder, que van más allá de sus 15 años en el peldaño más alto de Repsol, en una continua búsqueda de una meta mayor. Una vida de ambición sin recompensa (por el momento, ya que sigue aferrado a su trono), y es que ninguno de sus grandes planes le ha llevado hasta ella cómo le ocurrió al protagonista del clásico de Herman Melville, el capitán Ahab, en la ejecución de plan último frente a su gran némesis: Moby Dick.

Una de las virtudes más arraigadas en la literatura, al menos cuando se habla de las obras clásicas, es su capacidad para producir mitos. Y, además, todos ellos son más que evidentes, saltan al imaginario como si siempre hubieran estado ahí, así se gestó Gilgamesh el padre de todos los héroes (cerca de 4.800 años después, todavía fantaseamos con dioses en la tierra con grandes poderes), pero no hay que ir tan lejos: los molinos de Don Quijote y la locura, los anillos del infierno de Dante y el castigo justo por los pecados cometidos en nuestra vida o Moby Dick y la ambición del hombre. Porque la obra de Melville, enmascarada entre lenguaje técnico sobre las criaturas marinas, toscos pasajes que ponen a prueba hasta el más ávido lector o la certera descripción de la esquizofrenia, habla de la ambición como motor para alcanzar una meta.

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Esa misma ambición, como ansia de alcanzar un gran logro en vida, es inherente a los hombres. A cualquiera que se precie. Solo que cuanto mayor es tu poder, más visibilidad tienen y, por lo tanto, es más evidente. Solo bajo esa perspectiva se pueden entender los 15 años de Brufau en Repsol, un mandato bajo la obsesión de mantener la independencia de la compañía (alejada de posibles opas por los gigantes que le rodeaban) a golpe de talonario que llevaría a la compañía, como los remos al Pequod, hasta los confines de la tierra para alcanzar su cometido.

Por desgracia para Brufau, al igual que lo fue para Ahab, el largo camino y las penurias transcurridas no son sinónimos de triunfo: la petrolera española vale en la actualidad poco más de 20.000 millones de euros, lejos de los 23.400 millones que valía cuando ascendió al poder, allá por 2004. Debido, entre otras cosas a que su beneficio es prácticamente el mismo que hace 15 años, que sería menos por el efecto inflación, pero tampoco hay que meter el dedo en la llaga. Aunque no es solo cuestión de ganancias (ahora, la compañía es mucho más grande) sino de que las grandes aventuras apadrinadas bajo su mandato han terminado en fracaso estrepitoso.

Así, la gran pesadilla que le estuvo aterrorizando durante una década entera, la relación entre Argentina y los activos petroleros de la compañía española YPF, le hundió como el cetáceo blanco hizo con las cuatro maderas empalmadas que en 1850 se consideraba un bote ballenero. La adquisición de la firma argentina convirtió a Repsol (antes de la era Brufau) en la décima petrolera del mundo y tras su expropiación quedo de nuevo a la deriva. Aun así, la ambición nunca descansa y el empresario catalán pronto encontró una nueva embarcación con la que intentar surfear los mares y océanos en la caza de su particular bestia: la canadiense Talisman.

LA AMBICIÓN DE BRUFAU TAMBIÉN HA SIDO SU GRAN FRACASO

La adquisición de Talisman, que se cerró en 10.800 millones de euros, fue la obra culmen del catalán y también su gran fracaso, el sueño (o delirio) de Ahab de nuevo de chocaba contra la realidad. En la primavera de 2015 el propio Brufau se dirigía a sus empleados para recordarles la «fortuna» de «vivir una nueva etapa» en la compañía, sin ser muy consciente, en realidad, de lo equivocado y a la vez certero que era. Como bien apuntó el directivo catalán, la petrolera española comenzó en ese preciso momento una revolución en su estructura, pero no sería de «mayores oportunidades de crecimiento» (que también se incluía en la carta que envió a sus trabajadores) sino de desinversiones y ventas para hacer frente al fiasco que fue.

Ninguno de los grandes planes de Brufau ha terminado con éxito, aun así su ambición no ha desaparecido cómo le ocurrió al capitán Ahab, en la ejecución de plan último frente a su gran némesis: Moby Dick

Pero que nadie se lleve a engaños, al igual que Moby Dick había tumbado anteriormente los planes de Ahab, las grandes ideas de Brufau han terminado también en el fondo del mar. Así su experiencia en la mayor consultora del mundo Arthur Andersen, que reunió a lo más selecto que hoy ocupan las grandes oficinas de todas las empresas del mundo, acabó empañada por su desaparición forzosa en el escándalo de Enron. Su exitoso paso por La Caixa se cerró en seco después de su enfrentamiento directo con el propio Isidre Faine. Por último, su gran obra, la opa de Gas Natural por Endesa que orquestó desde la oficina más alta de todas cuantas reúne Repsol, se fue a pique por una conjunción de intereses políticos, económicos y territoriales insalvables.

Pero cada desastre, cada error, cada naufragio lleva a la siguiente etapa que tiene el mismo objetivo: conseguir la grandeza. La ambición sigue viva y el monstruo blanco que se debe exterminar también. Por ello Brufau sigue en pie, renovó este mismo año otros tantos de mandato, en esta ocasión el desafío es transformar a Repsol en una potencia eléctrica ¿el último arpón para alcanzar su gran ambición?

Pedro Ruiz
Pedro Ruiz
Colaborador de MERCA2