Miguel Moya Ojanguren, consideraciones sobre su persona

Pretendo con esta nota situar a su personaje, uno de los hombres más destacados del primer tercio del Siglo XX, en el entorno de su familia y su tiempo.

Soy descendiente directo de Miguel Moya Ojanguren; el hijo varón menor de la menor de sus nietas. La distancia que nos separa de mi antepasado y su escasa presencia en el recuerdo colectivo (y no sólo de mi familia) justifican mi alegría al ver publicado este libro, con él que contribuimos a devolver a la Historia a un personaje a la que pertenece de pleno derecho y en quien no se había reparado, prácticamente, de su muerte. Cumplo de esta forma con un deber familiar cuyo mandato era hacerle justicia.

En segundo lugar, porque escribir esta Introducción me permite adentrarme en la historia de esa rama de mi familia y así explicar la influencia, en parte al menos, e incluso sin saberlo, de este personaje y de los que le anteceden sobre sus descendientes.

Y por último, porque esta Introducción me da la oportunidad de rendir tributo a quienes, a lo largo del tiempo, en distintos momentos históricos, fueron conscientes de la importancia del biografiado y quisieron, sin esperar nada a cambio, agradecer la labor de quien fue un gran periodista, un hombre político de primer orden y un inolvidable amigo de sus amigos.

La primera vez que reparé en la existencia de Miguel Moya fue en el año 1980. Yo no había cumplido los 20 años. Caminaba hacia el Parque del Retiro por la calle de Serrano y en su esquina con Columela observé, en el esquinazo del número 4, una imponente lápida cuyo texto leía así: “A LA MEMORIA DE DON MIGUEL MOYA INSIGNE PERIODISTA Y PRIMER PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN DE LA PRENSA. EL AYUNTAMIENTO DE MADRID 30 MAYO 1856 – 19 AGOSTO 1920″.

MIGUEL MOYA OJANGUREN Merca2.es

Algunas letras de esa inscripción se habían caído y su estado general era entonces muy deficiente, por lo que al volver a casa escribí una nota a mi tío Gregorio Marañón Moya para pedirle que utilizara su influencia con el objeto de que la lápida volviera a su condición original. A lo largo de los años posteriores a este suceso fui poco a poco interesándome más en su figura y adentrándome más en todo lo relacionado con su vida. Es ese interés continuado en el tiempo lo que me llevó a indagar primero en su entrono familiar y con posterioridad en el profesional.

Las dificultades de adentrarse en la figura de Don Miguel en su contexto íntimo eran considerables. Mi bisabuelo había muerto en 1920, y en los años 80 del pasado siglo sólo le sobrevivía una hija, Belén. Por otro lado, de entre sus nietos, prácticamente ninguno lo había conocido. Y, desde luego, el entorno social y político en el que éstos se habían desenvuelto no fomentó, como diremos, el mantenimiento de su memoria.

Vivía entonces, como he dicho, una de sus hijas, la hermana pequeña de mi abuelo Antonio; Belén Moya Gastón de Iriarte, con quien procuré verme en alguna ocasión para entender el alcance de la figura de su padre y de su familia. Era sin duda la fuente más directa esta tía mía, pero lo cierto es que, a su edad, no pudo darme muchos más datos de los que ya conocía por fuentes públicas, como lo era la Enciclopedia Espasa del año 1930. Tampoco sus nietos, incluso los biológicamente más cercanos a él, Gregorio Marañón Moya y Rosa Moya Huertas, pudieron, aún suscitándoles mucha simpatía mi interés, aportar datos relevantes o fuentes de información útil.

Mi bisabuelo había muerto en 1920, y en los años 80 del pasado siglo sólo le sobrevivía una hija, Belén

Recuerdo, sí, como el tío Gregorio me enseñó un perfil de Moya dibujado por Benlliure que tenía próximo a la mesa de su despacho y también la foto que me envió mi tía Rosa – su nieta – de uno de los múltiples homenajes de los que nuestro biografiado era objeto y que suscitó mi curiosidad al observar cómo, en una muy asistida mesa, se sentaban, entre numerosas personalidades del momento, a la izquierda de mi bisabuelo el Conde de Romanones y a su derecha Don Benito Pérez Galdós.

Ni mi madre ni sus hermanas, que no llegaron a conocerle, estaban informadas del alcance de este personaje aunque sí me hicieron conocedor del mito familiar de que en realidad el apellido de Don Miguel no era Moya sino Moyua. Habrá que recordar aquí los antecedentes vascos de su madre (Maria Luisa Ojanguren) y la circunstancia de haber él muerto en San Sebastián.

Por último, recorriendo las Obras Completas de quien fue su yerno, el gran Gregorio Marañón, y que mi madre tenía en un lugar preferente de su biblioteca, no encontré tampoco referencia, artículo o memoria alguna de la figura de Don Miguel. Absolutamente nada.

A partir de esa indagación inicial en el entorno familiar recabé con cierta sistemática, en los archivos públicos de aquellas instituciones con las que había tenido relación, la información en la fuente; archivos de la Administración General del Estado, del Ayuntamiento de Madrid, la Biblioteca y Hemeroteca Nacional, Academia de Jurisprudencia y Legislación, Archivo del Senado y el Congreso e incluso en el Colegio San Isidro de Madrid (donde cursó el Bachillerato) adentrándome así, con espíritu de investigador, en todo lo disponible sobre este personaje.

Producto de la anterior investigación (y dándola por cerrada) fue una breve reseña biográfica que escribí de Don Miguel en 1995 y que pedí fuera publicada

Después de más de diez años de alerta intermitente sobre el personaje y convencido de que el ahora biografiado debía estar en el recuerdo, al menos, de la institución que él creó, acudí finalmente a la Asociación de la Prensa en fechas próximas al Centenario de su fundación, para preguntar a su secretario de entonces si, con ocasión de dicho Centenario, se haría mención a su fundador. Tengo que decir (sin entrar en más detalles) que la respuesta fue decepcionante, por lo que salí de allí pensando que quizá los motivos que provocaron la frustración con la que murió Moya Ojanguren, y que el libro que ahora vio la luz tan bien explica, se habían proyectado a lo largo del tiempo mezclados con una suerte de conjura del silencio (con buenas dosis, como suele suceder, de ignorancia) en torno a quien sin exageración puede considerarse el padre, o al menos de uno de ellos, del Periodismo Español.

Producto de la anterior investigación (y dándola por cerrada) fue una breve reseña biográfica que escribí de Don Miguel en 1995 y que pedí fuera publicada, sin éxito ninguno, primero en el diario El País y con posterioridad en ABC y El Mundo. La fecha que entendí justificaba este recuerdo era el Centenario de la fundación por él de la Asociación de la Prensa y, además, y por pura coincidencia, el 75 aniversario de su muerte. Fue sin duda la insuficiente calidad de ese trabajo, más que la falta de interés por su figura, lo que motivó que entonces no viera la luz. Corría, insisto, el año 1995.

Por todo lo anterior puede el lector imaginarse con cuanta sorpresa y satisfacción recibí la llamada de mi primo, Gregorio Marañón Bertrán de Lis, hace ahora seis años, para invitarme a almorzar a su casa junto con mis primas Loli y Piru Fernández de Araoz Marañón (a quien pese a la horizontalidad del parentesco, siempre llamé tías por la diferencia de edad que media entre nosotros) para conocer a quien, por indicación de la Asociación de la Prensa [y en parte impulsada por el propio Gregorio], habría de escribir la biografía pendiente de Miguel Moya Ojanguren. Me refiero a Margarita Márquez, a quien en estos años he tenido la satisfacción de ayudar desde “dentro” como familiar del biografiado y conocedor de parte, al menos, de su vida.

Pues bien, esta Introducción significa que estamos ya en la meta de lo que bien podría calificarse como una “Operación de busca y salvamento”. Las consideraciones que siguen quizá sirvan para entender por qué, desde mi muy subjetivo y quizá no imparcial punto de vista, hasta hace muy poco tiempo no se había producido la primera de las fases de una operación de este tipo: la alerta.

La figura de Moya Ojanguren prácticamente desaparece tras su muerte por una combinación aleatoria de factores. El último homenaje público a nuestro biografiado se produce en 1925 (seis años después de su muerte) impulsado por una comisión presidida por Don Torcuato Luca de Tena y Don Mariano Benlliure, que se cierra con la suscripción pública y trámites para la erección de un monumento a su memoria en el Parque del Retiro. Con anterioridad a esta fecha, en 1921 y 1922, sendas Comisiones municipales del Ayuntamiento de Madrid habían, primero, adjudicado al escultor Pablo Aranda una lápida en su memoria, que habría de fijarse en la casa en la que vivió, y, segundo, acordado dar su nombre a una calle de Madrid contigua al Palacio de la Prensa en esquina con la Gran Vía. Pero ahí se terminó todo: desde 1925 su figura prácticamente desaparece del recuerdo colectivo no ya de la ciudad, sino del periodismo español. Resulta verdaderamente sorprendente que hasta el 11 de Noviembre del año 2004 (con el indirecto paréntesis que supone la edición de sellos de la II República en 1935, donde su busto es el grabado en los sellos de 1, 15 y 40 céntimos) ni siquiera se diera su nombre a algún premio periodístico, viendo sí que otros muchos periodistas, con menor impacto en su época, ya lo tenían. En esa fecha de noviembre de 2004, la Junta Directiva de la APM crea el premio que ahora lleva su nombre para reconocer en los premiados “[…] una labor amplia y destacada dentro del campo periodístico realizada por una persona no específicamente periodística“. Hasta ahora lo han recibido nombres tan señeros como José María Bergareche, Santiago Rey, Jesús de Polanco, Javier Godó, Alejandro Echevarría, José Ángel Ezcurra y Rafael de Mendizabal.

No es aventurado afirmar que, en cierto sentido, la muerte de Moya Ojanguren coincide y marca el fin del liberalismo en España

En el ámbito profesional, es probable que la distancia que se marca entre Moya Ojanguren y algunos de sus discípulos durante la huelga de periodistas del año 1919 (y de la que este libro da buena cuenta), ponga de manifiesto el agotamiento de la figura preeminente que él representaba en el momento más cercano a su muerte. La autora de este libro identifica a su personaje como el símbolo del final de una época del periodismo liberal. Quizá ese final abruto, y por tanto sin continuidad ni tutelaje en vida sobre sus herederos, unido a la inestable situación política española y el crecimiento de otras cabeceras justifica también el fin, el año 1924, del propio periódico El Liberal, que durante 30 años había dirigido, y con él, del cauce natural a través del cual su figura se habría perpetuado en el tiempo.

No es aventurado afirmar que, en cierto sentido, la muerte de Moya Ojanguren coincide y marca el fin del liberalismo en España (coincidiendo con los movimientos comunistas y fascistas en el resto de Europa), y que él fue en nuestro país uno de sus más cualificados representantes. Empresa periodística y entorno político se entrecruzan en su final (y también en el de otros personajes de la época) para dar paso a un contexto nuevo e incierto que nos lleva de la Dictadura de Primo de Rivera a la II República y a la Guerra Civil en España y a la Segunda Guerra Mundial en Europa.

Pero las circunstancias de la empresa periodística o del entorno político por sí solas no justifican el eclipse de su figura. Miguel Moya Ojanguren era sin lugar a dudas unos de los hombres más poderosos de su tiempo. Su influencia en la vida pública española trascendía a todos los ámbitos de la política, la economía y la organización territorial. No olvidemos que, además de ser el primer empresario de la Prensa en España durante más de una década como Presidente del llamado “Trust” (nos referimos a la Sociedad Editorial de España S.A.) [y director del periódico de más tirada durante dos décadas], unía a esta condición la de diputado a Cortes y, en algunas legislaturas, senador, durante un período de 25 años ininterrumpidos. Entre las personas que regularmente trataba se encuentran las primeras figuras políticas del País durante las primeras dos décadas del Siglo XX; Castelar, Romanones, Moret, Sagasta, Dato etc… No en vano de él se dijo que era “[…] el ciudadano que más ha influido e influye en la política española”.

Esta proyección pública sin embargo nunca fue consecuencia de su ambición personal. Y ahí está otra de las claves. Las palabras de su buen amigo José Ortega Munilla, padre del célebre filósofo, con ocasión de su muerte en 1920 dan idea de hasta qué punto el personaje no está en absoluto interesado en la proyección de su propia figura; “Pudo ser ministro, no quiso. Pudo ser rico, desdeñó la riqueza. Nunca habló de sí mismo. Su vida quedará como un ejemplo…”. Y así resulta que Moya Ojanguren, frente a otros personajes que entran en la Historia no sólo por su contribución a la sociedad de la época en la que viven sino por el relato que de dicha contribución hacen ellos mismos o sus inmediatos descendientes (en ocasiones para perpetuar en ellos la fama del personaje desaparecido), queda desamparado de la familia de personajes relevantes no ya de la Historia de España sino incluso de la Historia del Periodismo español y ello coincidiendo con la desaparición de sus contemporáneos más cercanos.

¿Cuánto contribuye el propio Don Miguel a esa evaporación? Estamos frente a alguien con absoluto desapego de su propia fama o, más bien, totalmente desinteresado de ella, que no deja escrito un diario (que tan necesario era para conocer su vida como para entender la época en que vivió), que no hace un archivo sistemático de su correspondencia, que no concede prácticamente entrevistas (sólo le conocemos dos) y que no pide para sí, sino todo lo contrario -rechaza-, distinciones y dignidades públicas. Es el biografiado alguien que, en definitiva, elude su proyección pública en vida y en consecuencia no busca perpetuarla después de la muerte. Cuando, preguntando por como ve la situación política, contesta: “Pero hombre, ¡si yo en política no soy nadie!” y sigue el siguiente esclarecedor diálogo con quien le entrevista:

“P. Pues hay muchos que creen que es usted la persona que más ha influido e influye en nuestra política”

“R. Pues, allá ellos; yo sólo soy un hombre modesto, modestísimo, que no he querido ni he tenido nunca una credencial; que no he pensado jamás en escalar puestos políticos; que he rechazado todos los ofrecimientos que se me han hecho, porque yo sólo trabajo y trabajaré tenazmente ocultamente, calladamente, lo poco que puedo, por el prestigio de la Prensa y por el resurgimiento del espíritu liberal y democrático del país, que es, en definitiva, trabajar por los anhelos del alma española“

Creo que hay, como el anterior, múltiples ejemplos en la vida de Miguel Moya que acreditan esta forma de eludir el protagonismo, rehuyendo incluso, públicamente al menos, a quienes hubieran podido dárselo. Buena muestra son sus relaciones con la Monarquía. Don Miguel, aun respetando la Institución, no busca ganarse la amistad o el favor del Rey -pudiendo hacerlos sin esfuerzo alguno- y elude desde muy pronto cualquier proximidad personal con éste. Es muy significativo que, con ocasión de la publicación de su trabajo jurídico-doctrinal “Conflictos entre los Poderes del Estado” (Moya Ojanguren era académico y presidente de la Sección de Derecho Político de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación), no fuera a recibir de manos del Rey Alfonso XII el premio extraordinario que por dicha obra le otorgó esa Corporación. Igual distancia guardaría de Alfonso XIII y no por ello, sin embargo, éste dejaría de ser el primer suscriptor del monumento en su recuerdo del Parque del Retiro. Luego lo explicaremos.

Nos preguntamos si en esta forma de proceder subyace la preocupación de ser recordado o reconocido por algo que no se era en vida o con lo que no se sentía identificado, o si simplemente lo que sucedió es que su frenética actividad hasta el día de su muerte le impidieron poner orden a su pasado y por extensión a su obra. Es difícil saberlo, aunque probablemente nos inclinemos por una combinación de ambas alternativas. Lo cierto es que en él no hubo voluntad o tiempo para poner orden a la obra realizada; y que, para más inri, ésta no encontró tampoco en su familia inmediata o en sus discípulos directos o indirectos el impulso merecido.

Miguel Moya Ojanguren casa en 1884 con Belén Gastón de Iriarte. De este matrimonio nacen entre 1885 y 1902 cinco hijos

Así, la continuidad familiar de su obra o la promoción por ésta de su legado es prácticamente nula. Quizá convenga en este punto dar cuenta brevemente de su entorno inmediato para justificar parte de lo que diremos. Miguel Moya Ojanguren casa en 1884 con Belén Gastón de Iriarte. De este matrimonio nacen entre 1885 y 1902 cinco hijos cuyos nombres, de mayor a menor son, Miguel, Dolores, María Luisa, Antonio y Belén.

Hacemos un breve repaso primero de los hombres y luego de las mujeres con breve reseña de sus respectivas descendencias en lo que puede ser de interés a lo que aquí decimos.

Su hijo Miguel se solapó con parte de la actividad de su padre pero quizá más por la mera fuerza de los hechos que por otra razón. Miguel Moya Gastón de Iriarte (1887¬1950) era un destacado Ingeniero de Minas, y profesor de su Escuela, que por ser el mayor de los dos hijos varones de Don Miguel (su otro hijo, Antonio, nace en 1899) compartió con su padre la plena madurez y máxima proyección social de éste, con lo que ello significó para alguien que no era político vocacionalmente ni periodista. Moya Gastón de Iriarte fue, como su padre, Diputado electo en varias legislaturas (1914 a 1924) por el Partido Reformista (luego Liberal Reformista) del político republicano de centro-derecha Melquíades Álvarez. Tras la muerte de su padre dirigió El Liberal hasta el cierre del periódico en 1924 y, terminada la empresa periodística, se convirtió en el fundador y máximo impulsor de la Radioafición en España. Titular del primer distintivo oficial de estación de aficionado EAR-1 (concedido el mismo día en el que fue otorgado el de Radio Barcelona en 1924) vivió, curiosamente en el ámbito de la radio en España, algo similar a lo que a su padre le tocó vivir en el periodismo; los enfrenamientos y luchas entre la radioafición que él mismo creó.

Miguel Moya Gastón de Iriarte, sin embargo, tuvo en uno de sus hijos, Miguel Moya Huertas (1912-1987) un continuador parcial, en lo estrictamente periodístico, de Don Miguel. Escritor y columnista destacado en el periodismo del franquismo, muere sin hijos y tampoco en su obra aparece referencia alguna a su abuelo. Está, por otro lado, en las antípodas ideológicas de Moya Ojanguren (si es que acaso el pensamiento político de éste, o de cualquiera de ellos, pudiera ser juzgado fuera de su tiempo). Pertenece al Sindicato de Estudiantes Universitarios (SEU), es un activo falangista desde el primer momento (participa en la División Azul) y en 1945, muy joven, es nombrado Jefe del Departamento de Prensa de la Delegación del Gobierno de Franco en Barcelona.

El segundo de los hijos varones de Moya Ojanguren, Antonio Moya Gastón de Iriarte, es sólo un niño en la etapa de mayor esplendor de su padre. Nace prácticamente con el siglo (en 1898) y a la muerte de Don Miguel sólo tiene 21 años. Médico de profesión, es, primero discípulo y después médico colaborador de su cuñado, el Doctor Marañón, con quien le unía una relación muy estrecha. Antonio muere muy joven, con sólo 38 años, durante la Guerra Civil (Febrero de 1937) y en el Bando Republicano. Había sido movilizado como médico de campaña de manera inopinada como represalia, al parecer, a la posición que tomó su cuñado, el Dr. Marañón, en los primeros momentos de la Guerra en favor de la sublevación y específicamente sus declaraciones en 1937 al diario francés “Le Petit Parisien”. Casado con Paz Careaga Echevarría, deja cuatro hijas, la mayor de tan sólo 7 años. Con ellas, también en esta rama, el apellido queda en segundo lugar, para perderse por línea de varón definitivamente.

De entre las hijas de Don Miguel, dos de ellas Dolores y María Luisa, casan con dos hermanos, Gregorio y José María Marañón Posadillo. Su hija Belén muere soltera y del matrimonio de José María y María Luisa no nacen hijos.

Por tanto, de todos los matrimonios anteriores sólo dos tienen hoy descendencia más allá de sus nietos (el de Gregorio Marañón Posadillo y Dolores, y el de Antonio y Paz Careaga Echevarría). Pero como resulta que en el caso de los Marañón-Moya esa descendencia viene por vía de mujer y en el de los Moya-Careaga sólo nacen hijas, a día de hoy ninguno de sus herederos llevan en primer lugar su apellido y no hay por tanto un Miguel Moya vivo. Éste puede ser un factor adicional determinante de la distancia que la figura marca con su progenie. Otro no menos relevante, aventuro, es el entorno político y social en el que se integran y desenvuelven sus descendientes. Moya era un republicano liberal a quien por última vez recuerda la Fábrica de Moneda y Timbre de la Segunda Republica con una edición de sellos conmemorativos del XL aniversario de la Asociación de la Prensa en donde, junto con él, se retratan en distintas denominaciones Alejandro Lerroux, Francos Rodríguez y Torcuato Luca de Tena. Para sus descendientes, muchos de ellos emparentados con familias prominentes de la Monarquía y el Franquismo, la figura de un republicano liberal (incluso cercano al socialismo en su primera época) no se antoja precisamente evocadora.

Recordemos como el periodo de la Guerra Civil y el franquismo afecta directamente y en él se desenvuelven sus más inmediatos familiares. Ya nos hemos referido a la muerte de su hijo Antonio en el frente republicano y a la condición de falangista de su nieto Miguel. Otro tanto ocurre con su nieto, Gregorio Marañón Moya, embajador en Argentina durante el franquismo y también Presidente del (entonces llamado) Instituto de Cultura Hispánica.

De las explicaciones anteriores se deduce que de sus descendientes no puede predicarse que sean continuadores de su obra ni herederos de sus ideales sin perjuicio de que fueran beneficiarios (socialmente en realidad) de su fama hasta su muerte y de que entre ellos, incluso hoy, haya algunos que son periodistas o que se preparan para serlo, pero quizá más por coincidencia que por tradición familiar.

Son esencialmente algunos de los contemporáneos de Moya Ojanguren y muy destacadamente deben mencionarse dos: Don Torcuato Luca de Tena y Mariano Benlliure

Al principio de esta Introducción advertía cómo esta tarea me permitía en último lugar rendir tributo a quienes hicieron a lo largo del tiempo lo suyo por honrar su memoria. Son esencialmente algunos de los contemporáneos de Moya Ojanguren y muy destacadamente deben mencionarse dos: Don Torcuato Luca de Tena y Mariano Benlliure. A ellos se debe, en buena medida, su recuerdo hoy en la geografía urbana de Madrid y de otras capitales de provincia españolas. Luca de Tena, Fundador del Diario ABC, es el más reseñable porque, aún siendo uno de sus competidores directos en la empresa periodística, era al tiempo un leal amigo. En el apogeo de Don Miguel las empresas de Luca de Tena contribuyeron a erosionar su hegemonía en la prensa, pero entre los adversarios siempre medió la condición de amigos. No debe sorprender que fuera Luca de Tena a quien telegrafiara en primer lugar el hijo de Don Miguel el día de su muerte con el siguiente escueto, pero íntimo texto; “Mi padre ha muerto“. Luca de Tena es, como hemos dicho, el principal impulsor (y quien mayor contribución económica aporta) del monumento a Moya Ojanguren y de otras iniciativas que en su tiempo destacaron su figura.

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Por su parte, a Mariano Benlliure le debemos no sólo la imponente escultura que puede hoy verse en el Paseo de Coches del Retiro, junto a la Rosaleda, sino también el monumento que encuadra su “sepultura privilegiada” en el Patio de Santa Cruz del Cementerio de San Justo y que ha sido calificado como “una poesía de mármol”. Yacen en ella y junto a ella cinco generaciones de su estirpe y es, en su sencillez y rotundidad, un remanso de paz para quienes velan allí a los que ya no están.

A partir de ellos, y prácticamente hasta hoy, se había producido un largo paréntesis en la memoria de quienes podían haberle rescatado para esta generación del período de la Restauración en su calidad, cuanto menos, de creador de la prensa moderna en España.

El recorrido que hemos hecho hasta aquí sugiere que el tratamiento de su obra y figura debería haber sido más completo. Miguel Moya Ojanguren es un referente del periodismo español y con ello de valores tan esenciales a la sociedad como la libertad de pensamiento y de expresión. Este libro explica con mucho detalle cómo luchó contra los Gobiernos que intentaron limitarla y el saldo de esas batallas. Además en Moya se personifican, como en pocos personajes, la independencia frente al poder político y desde esa independencia en las ideas, también la independencia en lo personal, en la forma de entender la vida y su contribución a la sociedad en la que se desenvuelve. No acepta honores, no se enriquece, no desea figurar más allá de por la proyección que le da su profesión. Es realmente impresionante ver las fotos del día de su entierro en 1920: miles de personas de toda condición le rindieron homenaje.

Llegados a este punto, en el que creo haber abusado del espacio que Merca2 me ha ofrecido para escribir estas notas, vaya para ellos, un último agradecimiento por honrarme a ello y nos permite recordar y entender en su época a alguien de quienes muchos, algunos sin siquiera haber caído en la cuenta, son sus descendientes directos. Confío en que su lectura les devuelva la conciencia de pertenecer a su familia y a todos, como a mí, les inspire su recuerdo.