En enero, Juan Guaidó, Presidente de la legítima Asamblea Nacional venezolana, señaló que, de conformidad con la Constitución, el mandato presidencial de Nicolás Maduro había caducado y que, consecuente y constitucionalmente, él se proclamaba Presidente de Venezuela, transitorio, para pilotar a su país hacia unas nuevas elecciones presidenciales.
La inmediata reacción favorable de los EEUU, reconociéndole, sugiere que lo de Guaidó no ocurrió por generación espontánea. La idea debió de transitar previamente por Washington y por una ciudad tan hispano parlante como Miami, habiendo tenido parte el Senador por Florida Marco Rubio, un Republicano profundamente anticastrista. El Presidente Donald Trump dio su visto bueno y uno de sus imprevisibles granos de arena al mencionar una posible invasión.
La dinámica creada por el surgimiento de Guaidó ha alentado un importante reconocimiento internacional de su pronunciamiento, una excepción al principio de que los países reconocen normalmente a otros países, pero no a gobiernos o dirigentes. Todo sea para intentar desmontar pacíficamente la “tiranía” (Pedro Sánchez dixit) de Maduro y del chavismo que lleva años arruinando al país. Muchos optaron por marcharse huyendo del gulag que tanto admiran diversas extremas izquierdas y varias autocracias.
Países importantes de la Unión Europea como España, Francia o Alemania, han reconocido a Guaidó respaldado asimismo por países latinoamericanos como Brasil, Colombia, El Salvador o Perú mientras México prefiere un limbo útil, quizás, para futuras mediaciones. Se trata, más bien, de una coalición europea de “willing” (deseosos) porque la UE, tan necesitada de unidad e integración, no fue capaz de ponerse de acuerdo para el reconocimiento de Guaidó.
Algunos latinoamericanos se desmarcan a través de una “Iniciativa de Montevideo” del Washington abierto a una intervención militar (aunque Venezuela no es ni Panamá ni Granada) apostando por una salida dialogada, incluso en el ámbito de la ONU.
El “Grupo de Lima” creado en 2017 para solucionar la crisis venezolana, que incluye a Canadá, es más cercano a EEUU (que no forma parte del mismo) sin por ello apostar por una vía militar. Los europeos favorecen, también, soluciones diplomáticas. Este jueves se reunió en Montevideo un “Grupo Internacional de Contacto”, iniciativa europea, mientras la oposición venezolana señala que ya no es tiempo de dialogo, sino de elección presidencial para provocar democráticamente un cambio de régimen. ¿Muchos grupos y pocas nueces?
Por otra parte, será opinable si estamos ante un gesto neocolonialista washingtoniano en su “patio trasero”, pero un eventual antiamericanismo no debiera llevar a reivindicar a un Maduro respaldado por Ortega, Diaz-Canel, Erdogán o Putin. Los EEUU han caído en la trampa de exhibir su protagonismo por una causa considerada justa cuando hubiera sido más inteligente apoyar tras las bambalinas al Grupo de Lima. Trump que normalmente actúa sin consultar con nadie, ha pretendido, esta vez, liderar y ser un elemento federador.
Mientras tanto, Maduro sigue pegado a su poltrona gracias al apoyo aun mayoritario de su ejército bolivariano, juez de la situación, y amenaza con eventuales baños de sangre aprovechando a sus milicianos armados (¿dos millones?) al tiempo que apela al Papa para una mediación para ganar tiempo o porque la Iglesia aún tiene un importante rol político en Latinoamérica a pesar de los estragos protestantes de los evangélicos.
Por ahora, todo está en el aire mientras Guaidó se mueve libre y asombrosamente por Caracas, da conferencias de prensa, habla con mandatarios extranjeros y nombra embajadores suyos. Esperemos que Maduro y su chavismo elijan desvanecerse sin más, pero cuesta imaginarlo. Kafka no lo hubiera planeado mejor, sobre todo si, como en Cataluña, tras unas elecciones volviesen todos al punto de partida.
Carlos Miranda es Embajador de España