Algunos medios estadounidenses han afirmado, tras las elecciones parciales norteamericanas del martes pasado, a mitad del mandato presidencial (midterm elections), que la ola demócrata ha sido contenida por el dique republicano porque éstos han mantenido muchas posiciones a pesar de que los demócratas han mejorado su situación.
Los demócratas han recuperado la Cámara de Representantes, esencial presupuestariamente, pero los republicanos mantienen el Senado, fundamental para la política internacional y confirmar nombramientos. Sin embargo, en este tipo de elecciones en EEUU la oposición suele ganar terreno frente al partido en el poder. Una erosión republicana relativa, pues. Trump, con su habitual descaro, se jactó enseguida de haber obtenido una gran victoria, pero desvió inmediatamente la atención política destituyendo a su Ministro de Justicia (Attorney General), Jeff Sessions.
Era un viejo aliado con el que Trump se enfadó apenas llevarle al gobierno porque Sessions, que se entrevistó durante la campaña electoral presidencial de 2016 con el Embajador ruso en Washington, se autorecusó en la supervisión de la investigación sobre una eventual colusión del equipo electoral de Trump con Moscú que lleva el Fiscal Especial Robert Mueller que, ahora, curiosamente, podrá interrogar a Sessions, algo más difícil cuando era, al menos nominalmente, su jefe jerárquico.
Eliminado Sessions, Trump podría ahora muy bien destituir asimismo a Mueller a pesar del escándalo político que ello provocaría. A Trump le da igual. Estima que el Senado no votaría su destitución al estar en manos republicanas y que, por ello mismo, el Congreso tampoco lo haría, en principio, a pesar de volver al control demócrata.
Como no hay nada mejor que seguir pedaleando para mantenerse en la bicicleta, es probable que Trump siga eliminando a trumpistas timoratos y a quienes se atreven a contradecirle. Entre ellos dos generales que imponen mucho por su prestigio: John Kelly, Jefe de su Gabinete, cargo poderoso políticamente, y James Mattis, Secretario de Defensa, ni más, ni menos. Otra víctima posible sería Rod Rosenstein, el segundo de Sessions, renuente a realizar arbitrariedades con Mueller. No olvidemos que Trump admira autócratas como Vladimir Putin y Recep Erdogan.
Sin perjuicio de diferentes cuestiones, como la caravana de emigrantes hondureños, la actual fase, frustrante, de las negociaciones nucleares con Corea del Norte o la denuncia del acuerdo INF con Moscú sobre la eliminación en Europa de todos los misiles de 500 a 5.500 kilómetros de alcance, a lo que Trump se va a dedicar realmente es a recomponer, de cara a la elección presidencial de 2020, su variopinta alianza de populismos demagógicos, religiosos, económicos, de venta libre de armas y de la “América profunda”, presionando también a todos los políticos republicanos para que le mantengan su lealtad so pena de dificultar sus reelecciones.
Los demócratas deben encontrar un candidato con posibilidades de ganar a Trump en 2020. La Senadora Elisabeth Warren, muy crítica con Trump, gusta mucho al sector progresista del partido. Apoyó a Hillary Clinton en 2016. Más al centro, suena Michael Bloomberg, antiguo y exitoso alcalde republicano de Nueva York de vuelta al redil demócrata (los transfuguismos son normales en EEUU). Un buen currículo cívico, rico y filántropo. Se ha comprometido, como otros multimillonarios, a donar la mitad de su fortuna. Ahora tendrán que definirse los que realmente aspiren a sustituir a Trump.
Mientras, los europeos deberían cuidar su gallinero que ningún gallo europeísta lidera decisivamente. La multipolaridad es asunto de EEUU, Rusia y China. Si la Unión Europea no se integra hasta el punto de poder añadir a su poderío económico una defensa propia, sin perjuicio de mantenerse en la Alianza Atlántica, se quedará de mirón en la mesa del póker mundial.
Carlos Miranda es Embajador de España