Franco escribió un epitafio para su tumba

Cualquiera que se haya acercado al Valle de los Caídos habrá visto que en la lápida de Francisco Franco sólo aparece su nombre y primer apellido debajo de una simple cruz. Algo parecido a lo que ocurre en la tumba del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, a quien sólo se le identifica por su nombre de pila.

Sin embargo, en el archivo privado de Franco, que custodia la fundación que lleva su nombre, se encuentran varias claves sobre la voluntad del dictador para su sepultura de la que él nunca habló en público. En tres folios encabezados con el título ‘Valle de los Caídos’ aparecen, por ejemplo, unos esbozos de epitafio.

El más largo dice: “Para un soldado como yo, que ha visto la muerte a su lado tantas veces en el campo de batalla, que ha perdido tantos compañeros de armas que cayeron con un heroísmo natural y casi anónimo, una tumba en cualquier lugar de España, con una sencilla cruz de madera, es enterramiento suficiente y honroso”.

Además, se conservan las notas de Franco con sus primeras ideas para la construcción del Valle, pensado más bien como un lugar de culto para el llamado bando nacional. En uno de los documentos anotó: “Una iglesia o ¿basílica? donde se celebren los oficios divinos y sufragios perpetuos por el alma de los héroes y de los mártires de la cruzada”.

«Para un soldado como yo, que ha visto la muerte a su lado tantas veces en el campo de batalla…»

Entre los casi 30.000 documentos del archivo de Franco también se encuentran sorpresas que desveló la revista Tiempo hace unos años. Uno de los más interesantes son los intentos de matar al dictador. Unos informes fechados a finales de 1950 en poder del Generalísimo, posiblemente realizados por Falange, le informan de los preparativos de un golpe de Estado contra él. Uno de ellos recoge las confidencias del sacerdote Amador Iglesias sobre unas conversaciones mantenidas con el general Aranda, un militar que era considerado el máximo representante del sector monárquico entre los que fueron a la guerra con Franco.

El sacerdote habla con Aranda de que, “a pesar de los arreglos que, dicen, existen entre don Juan y Franco, yo tengo la impresión de que el Generalísimo está engañando al Rey (D. Juan) y de que no se irá de España si no es por la fuerza”. Además creen que lo máximo que hará Franco es reconocer los derechos del príncipe Juan Carlos al trono y que se quedará de regente “para no soltar mientras viva el Gobierno de España”, como así ocurrió.

“De esto he hablado con Aranda –transcribe el informe– y está de acuerdo en que los monárquicos debemos esperar dos meses para empezar el año 1951 de otro modo”. A partir de ahí se dan los detalles de un plan para un golpe de Estado, detalles que se encuentran fuertemente subrayados, probablemente por Franco, en el documento original. En primer lugar, haciendo un recuento de militares afines a lo que se sumarían “todos los sectores izquierdistas, menos los comunistas”. En la conversación, el padre Iglesias le presentó a Aranda “un plan batallado o de revolución que le gustó”. El golpe se centraría en Madrid y se esperaba que lo siguieran las provincias, con la toma por la fuerza del Ministerio del Ejército, Correos y la estación de radio principal.

Otro intento de asesinato fue el supuesto bombardeo del palacio de El Pardo con Franco en su interior y que se realizaría con un aparato que vendría “bien desde Francia o desde África francesa” y serían “cogidos presos todos los ministros y el presidente de Las Cortes, Carlos Esteban Bilbao”. La solución política se presentó así: “Inmediatamente se hará cargo del Gobierno un Directorio en el que predomine el elemento militar, el cual formará un Gobierno de concentración de todas las fuerzas democráticas, incluso de izquierdas, que darán una amplia amnistía antes de que venga don Juan. Llamarán a todos los políticos desterrados y se formará un Gobierno definitivo”.

OTROS GENERALES CONSPIRAN CONTRA FRANCO

El archivo incluye otros documentos en poder de Franco que siguieron informándole de la posibilidad de un golpe de Estado. Así, se relata la opinión de Aranda sobre la postura de los generales en relación con un golpe de Estado. Este cree que “casi todos los generales son monárquicos y están en contra de esta situación” (en referencia al Gobierno de Franco), pero no quieren comprometerse con un golpe por temor a ser descubiertos y también por miedo a que tras el golpe “se forme el caos en España”.

Entre ellos, según el documento, se encuentra el general Yagüe, quien, aunque disconforme con Franco quiere evitar “una situación caótica que quizá nos llevara al comunismo”. Aranda, a continuación, repasa los generales con simpatías republicanas -como el general Barrón– y señala que “para dar un golpe de mano hay que contar con certeza con la cooperación, por lo menos pasiva, de los capitanes generales”. Además, advierte de que “la masa obrera está dispuesta a todo”, pero que los monárquicos deberían controlarla “con el fin de que no nos arrollen ni nos desbanquen”.

La sorpresa de la inclusión de Yagüe no es la única. El general Varela, otro de los más señalados protagonistas del alzamiento de Franco, habría expresado también su rechazo al dictador. Sin embargo, Aranda cree que “sólo quiere que se vaya Franco para hacer él lo mismo, una temporadita, como dictador, si Dios le da la vida, pues no está nada de bien [sic]”. Al final, ninguno de los protagonistas quiso o pudo dar el golpe contra Franco.